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 Las alocadas prisas del mundo en que vivimos impiden muchas veces detenerse de vez en cuando a rendir tributo a las cosas buenas que tenemos alrededor. Nos pasamos el tiempo, sobre todo, tratando de vencer los problemas y dificultades del día a día y restamos mérito a lo verdaderamente importante, y, si nos damos cuenta, que puede ser, vamos dilatando ese objetivo de dedicar tiempo a las grandes conquistas que nos han hecho un pueblo grande y con motivos para sentir orgullo.

Me ha alegrado de corazón poder asistir como invitado al acto celebrado en la sala 75 aniversario de Diario Jaén, de homenaje a nuestra Universidad, donde he tenido la oportunidad de abrazar y saludar a personas con las que tuve roce como profesional del periodismo que he sido muchos años.

Da alegría comprobar que al paso de los años se mantiene intacto el afecto cuando se ha mantenido una relación de cordialidad y respeto mutuo, como era el caso de José María de la Torre, Cristóbal López Carvajal y Juan Torres Morales, que ejercían responsabilidades públicas en el momento histórico en que el Parlamento andaluz, en el verano de 1993, dio luz verde a la ley de creación de la Universidad de Jaén. En el caso de la Diputación siempre dispuesta, desde el principio, a ser la mejor aliada de estas aspiraciones, de ahí que alabe las palabras de López Carvajal, al que no dolieron prendas en el reconocimiento debido a dos buenos presidentes como fueron Juan Pedro Gutiérrez Higueras, tras la guerra civil, y Ramón Palacios Rubio, ya en la década de los 70.

Ha sido una buena idea del periódico provincial aprovechar la efeméride de los 75 años de su nacimiento para el tributo que ha hecho suyo en nombre de la sociedad jiennense y en el caso de la Universidad ha acertado de pleno. En el acto de referencia se dijo que ha sido lo mejor que le ha pasado a Jaén, yo suelo exagerar a la hora de acotar fechas y suelo decir que esto es así al menos desde los Reyes Católicos hasta hoy. No hay empresa más grande, sobre todo mirando al futuro y aunque es cierto que todos sus beneficios tardarán aún en fraguarse y palparse, ya es evidente que su presencia y pujanza entre nosotros imprime carácter.

En el mismo año de su constitución quedé vinculado a la Universidad de Jaén al ser elegido por el Parlamento andaluz miembro de su Consejo de Administración, creo que se lo debo a mis buenas relaciones con Antonio Pascual, que conocía mi empeño y dedicación hacia esta conquista. Fui su primer secretario y he continuado hasta hace muy poco como miembro en lo que ya es hoy su Consejo Social.

He tenido el honor de ser el que más tiempo ha permanecido en este órgano de dirección de la UJA y aunque agradezco las sucesivas reelecciones, lamenté la manera en que se produjo la sustitución, pues se rompió el acuerdo tácito de mi presencia porque algún político seguramente quiso pagarme de esta manera, tan poco elegante, mi independencia profesional, herido por las críticas a su gestión, que siempre me parecieron justas. Es lo que tiene la política, por eso huyo en estampida cuando la huelo. Pero nunca fui persona de adhesiones inquebrantables ni hice genuflexión ante nadie como algunos políticos de la tierra, más de uno, han creído merecer.

Recuerdo en este momento los inicios en el Consejo de Administración donde había que inventarse la tarea. Empezamos por el principio, la convocatoria para la elección de los signos distintitos de la UJA. Mi homenaje en este momento va dedicado al primer presidente, el gran Antonio Trujillo García, que fue providencial para la puesta en marcha de la institución, haciendo dúo con Luis Parras, que era el encargado de moldear este gran proyecto jiennense. Ambos hicieron fácil lo difícil. En el caso de Trujillo era un personaje que se había jubilado de Cervezas El Alcázar, donde fue director general y aunque natural de Badajoz, se entregó al servicio de Jaén a través de cargos como la presidencia de la Cámara de Comercio. Algunos, entre los que me cuento, alentamos su designación en un célebre encuentro en la fábrica de cervezas, y Domingo Moreno puede dar buena fe de ello. Trujillo tuvo a bien proponerme como secretario y aceptado por el pleno del Consejo empezamos la andadura, ilusionante y plena, en la que, aunque modestamente, estábamos contribuyendo a abrir una gran puerta a la esperanza de esta tierra.

También quiero dedicar un afectuoso recuerdo a la figura de Esteban Ramírez, que fue integrante de este órgano donde se escuchó siempre con atención su voz y sus consejos. Por supuesto mi saludo más cordial a los presidentes que siguieron la senda iniciada, la diligente Ana María Quílez, que le imprimió al cargo su impronta, y después dos grandes empresarios, primero Enrique Román y ahora Francisco Vañó, bajo cuya batuta auguro al Consejo un trabajo concienzudo y serio porque este personaje tiene mucha trayectoria, es inteligente y muy ambicioso con respecto al porvenir de su tierra, como ya lo ha demostrado con su sector, el aceite de oliva. No quiero dejar de nombrar a los secretarios, en primer lugar a María del Carmen Jiménez, que me sucedió, y más tarde Vicente Oya, Manuel Anguita y ya últimamente Mercedes Valenzuela. Para todos ellos mi reconocimiento porque todos han sumado para consolidar este ingente logro.

Pero sobre todo quiero resaltar la apuesta de un político que ya no lo es, jiennense además, con el que su tierra estará en deuda permanente, Antonio Pascual Acosta, el consejero de Educación en el momento crucial y que salvó todos los obstáculos, que los hubo, para sacar adelante la ley, imponiendo el criterio frente a los sectores, que sigue habiendo hoy y tratan de hacer ruido, de que sólo haya unas cuantas universidades y florecientes, frente a los que defienden, y yo lo he hecho personalmente en los plenos del Consejo Social, la virtualidad de instituciones académicas como la de Jaén, cercana a la gente y exponente de la igualdad de oportunidades, para que no sólo puedan estudiar como ocurría antiguamente, los hijos de familias pudientes.

La apuesta merecía la pena. De todas maneras permitan que les diga, que al más puro estilo Jaén, entiendo que no es que no se valore la importancia de poseer una Universidad propia, que sí a nuestra forma y manera, pero está lejos de recibir lo que merece y necesita, el reconocimiento de todos, la predisposición de algunos sectores, como los empresarios, que deben estar para algo más que las fotos, porque de ellos depende en gran medida su fortaleza, y no hablemos del Ayuntamiento, que en determinados momentos ha sido cicatero con su principal empresa.

Cuando sólo la Universidad puede poner a Jaén en el lugar que le corresponde y constituye la última y definitiva esperanza de este Jaén nuestro aplanado y todavía con poca fe en sus recursos. Aprendamos de quienes nos enseñaron, como Miguel Hernández: “Jaén, levántate brava…no vayas a ser esclava, con todos tus olivares, andaluces de Jaén”. Me pregunto si no nos hierve la sangre de nuestra condición  de jiennenses orgullosos de serlo.

Mi enhorabuena al Diario Jaén por su iniciativa y a la Universidad, con sus tres rectores a la cabeza, Luis Parras, Manuel Parras y Juan Gómez, tres personas distintas pero unidas por un proyecto que tiene que ser la tabla de salvación de Jaén. Cuando paso por la UJA y veo sus modernos edificios, ese Campus que da envidia y sobre todo esos miles de alumnos y profesores que le dan vida, siento alegría y orgullo como hijo de esta tierra.

Y nada deseo más, como ha apuntado en la celebración de referencia el actual timonel, Juan Gómez, que esta Universidad que aspira a ser universal pero al tiempo localista, términos perfectamente compatibles, cumpla al pie de la letra la finalidad para la que fue creada, implicación en el desarrollo de esta tierra y la complicidad de tantos jienenses como habitantes hay, porque esta conquista es de todos y tenemos la obligación de conservarla y, si preciso fuera algún día, ojalá que no, defenderla hasta con uñas y dientes porque nos va el futuro en ello. Lo que en realidad anhelamos, lo diré con palabras de Jorge Luis Borges, reside en lo siguiente: “No es tarea de la Universidad ofrecer lo que la sociedad le pide, sino lo que la sociedad demanda”. Manos a la obra, este reto es inaplazable.

 

 

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