I.- En Jaén donde resisto…
Es evidente que se ayuda a Jaén tanto con la exaltación de sus valores y sus potencialidades, que por fortuna le adornan en abundancia, como también haciendo un juicio severo pero al tiempo constructivo de sus rémoras. No podemos seguir perdiendo el tiempo imitando a Franco cuando decía que Jaén le quitaba al sueño al socaire de otra de las frustraciones, el Plan Jaén. El insomnio es un viejo defecto de muchos políticos, también de ahora, pero los ciudadanos ya es momento de que nos manifestemos en vigías permanentes para que le llegue su hora a esta tierra cenicienta que siempre dio más que recibió.
En Jaén la historia está cargada de sueños, de esperas que a la larga se han convertido en una manera de ser, y esto que tanto nos ha estorbado ciertamente también tuvo alguna vez su origen en un enorme sentido de la generosidad y el desprendimiento. Hay que plantarse, al menos esta es la teoría que defendemos, y el principal reto debiera ser abandonar esa herencia histórica que nos ha colgado el sambenito de la resignación y a partir de ahí no perder ni un solo minuto en algo que no se relacione con el futuro.
Los siete pecados capitales que hemos concretado para nuestra provincia no son producto de un capricho, ni siquiera causa de las calenturas de una noche de verano, insoportables por cierto en este duro principio del estío. Son sobre todo las inclinaciones que a través del tiempo han conformado una identidad mal entendida. Y es que los pecados capitales de esta tierra, como esos otros a los que se oponen en la cultura religiosa las virtudes teologales, representan individualmente una serie de defectos que en sí mismos tienen una dimensión limitada, pero que todos juntos sí llegan a constituir un diagnóstico preocupante.
Ese complejo…
Serán analizados esos pecados capitales cada uno por separado, tratando de explorar en ellos y en buscar las causas, y sobre todo, reflexionar en voz alta con el idioma que todo el mundo entienda y tal vez comparta. ¿A esta provincia no le falta autoestima, no le falta ambición, no le sobran contradicciones, no le pierde un cierto complejo de inferioridad, no le produce un daño de enorme calado una espera permanente en no se sabe qué, pero que es una manera de inhibirse de la tarea de compartir el futuro entre todos? ¿Y no le sobra igualmente conformismo de una sociedad poco acostumbrada a alzar la voz, con igual firmeza que serenidad, para la defensa de sus intereses?
Es la suma de los pecados capitales de Jaén la que le hace a la provincia un flaco favor y ya parece que va siendo hora de poner en orden las ideas y acostumbrarse a hablar en Jaén con otro lenguaje, mucho más exigente, menos complaciente, donde se denote la mentalidad nueva y responsable de un cuerpo social militante de su tierra, que es una de las primeras exigencias, porque no todo se puede esperar de los demás, ni siquiera de quienes democráticamente nos representan como parece ser la creencia más extendida, sino que el futuro hemos de escribirlo entre todas y todos, cada cual desde su posición y responsabilidad.
En este sentido y como un ejemplo entre muchos que se podrían utilizar de la historia más o menos reciente, hay un testimonio que data de 1878, cuando se celebraba un acto en la capital en el que el ministro de Fomento, que por esa época era Queipo de Llano, respondió de forma contundente a un valiente y reivindicativo discurso del director entonces de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, exigiendo, y algo ha llovido, buenas comunicaciones férreas, que aún hoy nos siguen faltando y que constituyen, dicho sea de paso, un estandarte del fracaso de la política y de la sociedad, de los dos, a lo largo de los tiempos.
Pero bueno, decía Queipo de Llano: “La locomotora no la proporcionan los gobiernos ni las influencias de nadie; la locomotora busca riquezas y elementos y allí donde los encuentra marcha, allí se presenta. Si algún día humea el vapor en esta vieja capital, no agradecerlo al Gobierno ni a nadie, sino a vosotros mismos, que habréis demostrado que os sobraban elementos para dar vida a vuestro anhelado ferrocarril”. Es una respuesta demasiado frecuente, pero bien sabemos que la espera complacida, le ha jugado a Jaén muy malas pasadas, eso y el caciquismo cuando no la falta de compromiso de tantos y tan destacados políticos como ha dado este pueblo nuestro.
Pecados que se heredan…
Lo malo de los pecados capitales de Jaén, que vamos heredando de generación en generación, y que han afectado y afectan desde nuestra riqueza olivarera, al mismo tiempo cara y cruz de esta tierra, hasta cualquiera de sus potencialidades y sus recursos, es que se van contaminando, es decir, unos son el origen de otros y hay ya dibujado un panorama en el que no basta con hacer planteamientos posibilistas, ni siquiera inversiones voluntariosas y más o menos exigentes por parte de las administraciones y de la iniciativa privada, desde luego siempre insuficientes.
Teniendo en cuenta el nivel del que partimos, resulta de sobra evidente que se precisa un decisivo impulso colectivo y a fuerza de repetir esta idea puede que hasta haya perdido de cara a la ciudadanía toda la carga de motivación que debería haberla concienciado en el sentido de que no es posible cruzarse de brazos por más tiempo viendo que otras comunidades se adelantan, convergen más y mejor y Jaén, a pesar de sus potencialidades y sus recursos, que los hay, da la impresión de que se ha abandonado lentamente a un carácter y a una manera de ser que eran la invitación del poeta Miguel Hernández, sin duda otro enamorado de Jaén, cuando sugería abandonar la actitud de acatamiento y de silencio que sólo nos estaba proporcionando, ayer y hoy, pesadas cargas.
Como decía también recientemente el obispo, monseñor García Aracil, fino observador de nuestra realidad, “podemos quedar afónicos de tanto gritar a los otros” en referencia a la resolución de nuestros problemas. Es decir, para crear, hay que asumir las capacidades y recursos y ponerlos a que rindan con la enorme alegría de saber que son los pueblos los verdaderos autores y protagonistas de su grandeza y de su progreso.
Diagnósticos, suma y sigue
Los pecados capitales de esta tierra, en definitiva, lo que nos están haciendo es frenando esa necesaria ambición colectiva que impide el despegue de esta provincia y casi dejarnos a merced de la improvisación y de la pereza, cuando para Jaén debemos aspirar siempre a lo mejor y a lo más grande. La retórica no nos hace ningún favor, la vocación de Jaén ha de estar siempre en la primera división, en la primera fila, y eso requiere trabajar sobre los diagnósticos, algunos ya casi obsoletos de permanecer en los cajones testigos mudos del paso del tiempo, y hacer el firme propósito que sabiendo dónde y cuáles son los problemas al final no tengan más fuerza los niveles de discusión y de enfrentamiento que los del trabajo firme y comprometido cada cual desde su ámbito sin que como tantas veces ocurre se confundan responsabilidades.
Los pecados capitales de la provincia de Jaén no son sólo un reproche a lo más íntimo de nuestra condición de jienenses, es también, porqué no, una afirmación convencida de que ha llegado la hora del cambio y de la transformación y de que la verdad de esta tierra es seguramente la media de las dos verdades que se cuentan. Ni es la tierra en la que peor se vive como algunos han pretendido vendernos, cuando nadie mejor que nosotros valoramos nuestra calidad de vida; aunque tampoco es un paraíso terrenal como en muchas ocasiones quieren dibujarnos desde algunos sectores, porque les viene bien para sus intereses.
Una anestesia
Los pecados capitales son algo así como la anestesia que tiene adormecido el latir de Jaén. Y créanme, amar a Jaén también es hacer esta confesión en público. No quiere más a su tierra sólo el que la piropea y únicamente tiene ojos para exaltarla, sobre todo creo que se quiere de veras cuando se alienta una mejora, un progreso, un bienestar, cuando cada peldaño parece pequeño comparado con lo que nos resulta de justicia. Nunca hemos querido pecar de omisión, por eso podemos decir tan alto como algunos puedan oír que siempre hay que buscar en el amor el equilibrio entre lo que se quiere y lo que duele y se siente.
Por todo lo anterior y en resumen hay razones para pensar que es un privilegio vivir aquí, a pesar de los pesares, es decir, de sus pecados, aunque éstos nos hagan expresar tantas veces que en Jaén no sólo residimos sino que al mismo tiempo resistimos.