Ha muerto un gran amigo, casi un hermano, Honorato Morente Mejías. Llevaba años luchando contra la enfermedad y en largas temporadas mejoró ostensiblemente y durante bastantes meses sus amigos gozábamos de su presencia en las comidas fraternales que solíamos hacer, y que él las urgía cuando había algún retraso, porque eran momentos muy gratos que le ayudaban a superar la adversidad. Nos daba a todos una lección de fortaleza y de ánimo frente a la enfermedad que va a ser un recuerdo de por vida.
Honorato Morente era un gran amante de su Jaén y aquí emprendió muchas iniciativas empresariales y sociales. Dedicó muchos años de su vida a la dirección de la autoescuela San Cristóbal, que ha sido una de las más conocidas de nuestra ciudad. En los años 70 impulsó la práctica del balonmano logrando bajo su presidencia que el Club Balonmano Jaén ascendiera a la División de Honor. El pasado año la Diputación rememoró aquella gesta y dedicó un homenaje a Honorato, que acudió al acto en su silla de ruedas, que es como podía moverse en los últimos tiempos. Por eso el mundo del deporte, no solamente del balonmano donde fue una institución, llora su marcha.
Antes, hace dos años, un grupo de amigos le dedicaron un reconocimiento inolvidable en un almuerzo celebrado en el Hotel Condestable Iranzo, donde consiguió reunir en torno a él a un numeroso grupo de personas para testimoniarle la consideración y el afecto que siempre se le ha profesado a este maestro de las relaciones públicas.
Honorato Morente, perito de profesión formado en la antigua Escuela de Peritos, y que luego derivó hacia otras actividades profesionales, por su bonhomía, por la generosidad que derrochaba, por su lealtad y dedicación a los amigos, por la renuncia que era capaz de hacer de otras cosas para dedicarse a atender a las necesidades de la gente que le necesitaba, ha sido una persona muy querida, relacionada con todos los sectores sociales, entrañable y carismática como muy pocos pueden serlo, los escogidos.
De profundas convicciones religiosas, ha llevado su enfermedad con la entereza de su fe de un modo ejemplar.
La última vez que hablé con él fue el 24 de diciembre último; fue él, una vez más, quien se adelantó para felicitarnos la Navidad. A través del teléfono ya notaba su voz debilitada, ausente de esa fuerza vital que ha mantenido incluso en todo el proceso de su larga enfermedad. Después esperábamos que superara este nuevo trance, como pudo hacerlo con otras crisis anteriores y temía que llegara esta hora dolorosa y tuviera que decirle adiós al bueno de Honorato.
Prefiero recordarlo en las charlas animadas de tantos días, en comidas fraternas, en los actos en los que sentí cercana su compañía, él disfrutaba como nadie del valor de la amistad y nunca estaba solo porque le adornaban muchas virtudes y era una delicia compartir los minutos con él.
Adiós a mi querido Honorato. Se ha ido sin que pudiera decirle por última vez, como hubiera sido mi deseo, que fue un placer conocerle y que en mi consideración ha sido una de las mejores personas con las que me he tropezado en la vida. Si les pusiera algunos ejemplos de vivencias con él lo entenderían, pero quiero que queden reservados a la intimidad.
Mi abrazo efusivo a su esposa, mi querida Mari Carmen, a sus hijos, y a sus hermanos, y a todos cuantos le han querido, que en este caso sí se puede decir con autoridad que han sido una gran legión de jienenses.
Tengo la certeza de que arriba se ha ganado un puesto de privilegio en la Casa del Padre, en quien tanto creyó. Por eso sí estoy contento y de alguna manera reconfortado para paliar la tristeza y el desgarro que de todo corazón me produce esta despedida.