Por Antonio de la Torre Olid /
A buen seguro no será en una tarde de aguas mil, más bien otra de los primeros bochornos primaverales, de las que ponen los sentidos a flor de piel. Ya viene el Día del Libro, qué tendrán los libros, que no son más que papel, tinta, tapas y el cordel del separador, pero que a algunos los llevaron a la hoguera inquisitorial, los censuraron o declararon la persecución en todo el orbe para sus autores. Claro que en un libro igual cabe Mein Kampf que el poema hernandiano Para la libertad.
Que llega el Día del Libro, y los anteriores y posteriores estarán plagados de mimadas actividades, especialmente en las espacios más vinculados a esa fecha, las bibliotecas. Lugares evocadores, de los pocos oasis que quedan de silencio, algunas con cierto halo de misterio, de Alejandría a Coímbra, la novedosa y confortable Gabriel García Márquez en Barcelona (la mejor del mundo 2023), o cómo no, la de la abadía del norte de Italia donde investigaban crímenes Guillermo de Barskerville y su discípulo franciscano Adso de Melk, según relata en “El nombre de la rosa” Umberto Eco. Al hilo del Día del Libro, Eco dice que leyendo vivimos muchos más años, tanto hacia atrás como hacia el futuro.
Singular es por ejemplo la biblioteca de la Casa de la Cultura de Martos, el Hotelito del arquitecto Aníbal González, donde en los días más especiales asistimos al espectáculo de los cambios de color en la iluminación nocturna de sus salas, donde se suceden presentaciones de libros, cuentacuentos, manualidades infantiles, o concursos de disfraces literarios, en una vocación que se extiende a su jardín, a la biblioteca de barrio del casco antiguo, al teatro, al hogar del jubilado o a las plazas de las pedanías.
Viene el Día del Libro y en Las Ramblas te pueden regalar uno con una rosa. Y después llegará la Feria del Libro, en Roldán y Marín, de la Carrera de la Virgen a la Fuente de las Batallas granadina y por supuesto en el mastodóntico Retiro.
Es el día del lector, de los clubes de lectura, del investigador o de quien lee en solitario. Que lo hace en la biblioteca, en el avión, absorto del empujón en el metro o con todo el tiempo por delante mecido por la brisa de la playa.
También aquel adolescente lo hacía en el escalón que separaba dos habitaciones, aprovechando el frío de la baldosa y la mínima corriente de las tardes de agosto. Cabe preguntarse de qué tiempo dispondrá quien lo hace en el baño o cuál es su nivel de estreñimiento. A otro amigo le gustaba leer en vacaciones en la casa de sus suegros en la Sierra Sur jiennense, pasando los días de la sombra de la noguera a la de la parra y vuelta.
Leen los presos, que tienen todas las horas del mundo y que de manera parecida a lo que dice Eco, ensanchan la vida de sus cuatro paredes conociendo otras historias. Y es que dice Juan José Millás que prefiere leer por las tardes, porque parece que por las mañanas estás evitando socializar, pero al cabo, puede que con el libro amplíes el horizonte mucho más.
Y en el cenit, sin duda leemos en la cama, antes de que el libro caiga sobre el pecho y las gafas confundiendo su argumento con el del sueño de la siesta. Unamuno gustaba de leer tumbado e imaginamos la apacible estampa del interior de la casa rectoral, no demasiado espaciosa, caldeada para el invierno salmantino, mientras algún pequeño la correteaba. De hecho, como el escribirlos, leer los libros tienen su propio tempo y es de las pocas cosas que permiten no ser resueltas apresuradamente, sino que pueden permanecer en la mesa de noche a nuestro antojo, ser aparcados o ser amancebados con otro.
También es el día de los editores. Qué envidia no haber sido la agente literaria Carmen Balcells, para pasar todo el día leyendo a tipos legendarios como Vázquez Montalbán (que representara también a varios premios Nobel es lo de menos). Cataluña tiene esa atracción, y por eso puede ocurrir en España que un tipo partiera de El Pedroso, e igual se empleara de carpintero, militar, para acabar legando una editorial que hoy es un emporio, también audiovisual. Mientras en Andalucía, ejerce como editor Manuel Pimentel, con estrechos lazos en toda la comunidad y dando a luz originales y cuidadas piezas.
Como los editores, están de celebración los que comparten esa tarea con la promoción. Para muestra, el botón de la Universidad de Jaén (Natural de Jaén), el Instituto de Estudios Giennenses y la peculiar Biblioteca Literaria Giennense, unas salas en los bajos del Palacio de San Francisco en la Diputación, que parecía construido para ese fin. Presidido por la pintura de Miguel Viribay retratando a Manuel Caballero Venzalá. El lugar es un homenaje todo el año a quienes por antonomasia van a celebrar también, los escritores, haciendo bueno el título del libro del marteño, sus “Semblantes en la niebla”, pues ha recogido en el mismo espacio que hace pocas semanas se inauguró con Juan Eslava Galán la obra de muchos jiennenses, que unida parece más emblemática aún.
Y van a celebrar los traductores. Ojalá tengan tiempo productivo antes de jubilarse a los que acecha la inteligencia artificial. Pero puede que Irene Vallejo nos tuviera preparada una sorpresa cuando nos cuenta que, en conversación con algunos de ellos, le han transmitido algo que sólo pueden ser humanos los traductores de culturas distintas, de códigos culturales intraducibles por una máquina, como la sinceridad, la suavidad, la reticencia, el rodeo o la insinuación.
En fin, que con el verano llegará la Feria del Libro y visitando la madrileña te arriesgas a pensar quién puede deglutir esa superproducción. Más aún pensando en dos factores. Uno, que la pirámide poblacional o posibles consumidores se reduce. Y la segunda, nos sitúa en la paradoja a la que nos hemos arrastrado más de uno, pensando que tanta presencia ante el ordenador sería muy provechosa. Por contra, la realidad es que los jóvenes que portan tablet o móviles son los protagonistas de un estudio de la OCDE, que dice que la media de los chicos de trece años de 2022, tienen el nivel cultural de los de doce años de 2015. La falta de lectura en edades de 8 a 18 años (según el neurocientífico Michel Desmurget, en “Más libros y menos pantallas”), se deduce del hecho de que, de su tiempo ante las pantallas, sólo el 3% a lo sumo se dedica a la lectura y por encima del 50% al audiovisual. Ello provoca una bajada de las competencias lingüísticas, de la capacidad lectora y de la comprensión de enunciados complejos.
De manera frívola podríamos exclamar que ellos se lo pierden. Pero hay que evitarlo porque es mucho lo que se pierden y a la vez, egoístamente podemos pensar que a más que lean, más nivel de tolerancia adquieren hacia los demás y hacia nosotros o más perspectivas y disfrute obtienen. Así que toca celebrar.
Foto: Una imagen de la Biblioteca García Márquez, de Barcelona. (El Periódico).