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Nuestra Marsellesa no es Ay, Carmela, sino Paquito el Chocolatero, pero hubo un tiempo en el que la canción protesta tenía su público, un público adolescente que enarbolaba los estribillos con el ímpetu que se deriva de tener a la madre preocupada y de sentir al padre ausente. A la madre preocupada por no llegar a final de mes y al padre ausente por causa de fuerza mayor. En los setenta el padre que abandonaba la casa no salía a comprar tabaco, emigraba a Suiza.

Ahora sé que soy lo que han hecho de mí las mujeres que han pasado por mi vida, pero antes que amor fui guerra. Y en aquella guerra, la de los botones, nada me enardecía más que una canción de Víctor Jara. Bien A desalambrar, ese himno al sudor, bien Duerme, negrito, esa nana sin mecedora. En los setenta escuchar al chileno era lo más parecido a una conquista social y un adolescente de clase baja lo más parecido a un niño yuntero que no pasa hambre.

Con los años me he convertido en un hombre yuntero que ha perdido el apetito, en un hombre que echa de menos, no a Víctor Jara, sino a las mariposas en la cabeza, al revuelo que causan las ideas justas en quien observa la vida y no le gusta. Hoy los tertulianos han sustituido a los juglares en el terreno de la protesta y no es lo mismo. Me pregunto qué hace falta que suceda en esta hora cero de la devastación para que la de cantautor sea declarada actividad esencial.

 

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