Por JANA SUÁREZ / María es una mujer de 86 años con una vida a sus espaldas de trabajo y sacrificio. Nunca ha tenido un tocadiscos o un radio-cassette, nunca ha leído un libro ni le han escrito un poema. Nunca se casó, pero sí tuvo un novio que nunca volvió de la guerra. Su vida la dedicó al trabajo en el campo y a cuidar de los suyos, primero a sus padres, después a un hermano que enfermó muy joven y cuando desgraciadamente se quedó sin ocupación había algún sobrino al que criar o algún vecino al que darle unas vueltas a lo largo del día. Nunca tuvo unos zapatos de tacón ni unas medias de seda. Tampoco las ha necesitado, me cuenta ella. Vive donde nació, una pequeña casita que heredó de sus padres y poco a poco pagó a sus hermanos la parte correspondiente que a ellos les pertenecía. Le dieron una pensión mínima que alguien “le arregló” al morir su padre.
Una vecina, en una ocasión le regaló una barra de labios y cuando la usó por primera vez para ir guapa a visitar a un pariente, tenía un sabor como a rancio, pero el color, era muy bonito. Claro que hacía más de cinco años que se la había regalado.
María suele ir una vez al año a la peluquería a cortarse el pelo, porque le crece mucho y ella no se ve por detrás. No tiene mucha ropa, «con tener quita y pon, es suficiente para donde yo voy. El caso es ir limpia, pero tengo más, no se vaya a creer usted, tengo toda la de mi madre, que tenía el mismo cuerpo que yo».
María es feliz, tanto como para regalar sonrisas y ofrecer sus manos a quienes las necesitan. «Veo muy bien coser, lo que no he tenido nunca es una máquina de pedal, con eso cunde más la costura».
Varias veces me contó que nunca le habían escrito una carta de amor o un poema como ella había escuchado en las novelas de la radio.
De besos y abrazos, hablamos más bien poco, pero sé que un beso sí le dieron una vez y cogieron su mano de una manera especial. Sus pequeños ojos azules, se llenaron de lágrimas aquel día que me lo contó.
María es feliz, necesita muy poco para serlo. Le gusta el sol más que la lluvia, «pero el campo necesita tanto el agua que por mí es muy bien venida siempre».
Hoy, está especialmente feliz. Recibió la visita de un sobrino: Antonio, que vive en el pueblo de al lado y al que quiere tanto. Le trajo uvas y un pan serrano.
Yo también la vine a ver el día de hoy. Quería que escuchara un poema que alguien escribió para ella, como para otras tantas Marías. Vi cómo entornó esos ojos azules y dejó que sus lágrimas se deslizaran por las mejillas. A continuación, partió medio pan que metió en una bolsa diciéndome: «Esto es para usted, verá qué pan y qué uvas más ricas».
Gracias María, serán las mejores uvas y el mejor pan que coma en mi vida…