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¿Cree usted que hablar de evolución es sólo una conversación científica para especialistas? ¿Piensa que las consecuencias de escoger una u otra teoría acerca de la evolución no influyen en su vida cotidiana? Pues nada más lejos de la realidad. Lo que se acepta o no se acepta sobre el paradigma evolutivo, es determinante de la manera como abordamos la vida en el día a día.

Carter Phipps[1] define a los “evolucionarios” como una “persona que ha interiorizado la evolución, alguien cuyo conocimiento de la evolución no es solamente intelectual sino visceral. Los evolucionarios no sólo admiten el amplio proceso en el que nos hallamos inmersos, sino la urgente necesidad de que nuestra cultura evolucione, una empresa en la que cada uno de nosotros está llamado a desempeñar un papel muy importante.”

Según la Real Academia Española, un paradigma es una “teoría o conjunto de teorías cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento”, y en el caso de la evolución, su paradigma actual mayoritariamente aceptado ha ejercido (y sigue ejerciendo) una notable influencia en la vida de todos nosotros.

Para empezar, la evolución no es algo referido exclusivamente al campo de las especies animales y vegetales, sino que puede referirse a muchas realidades. El verbo evolucionar puede aplicarse a las personas, cuando modifican su actitud, su conducta o su propósito; o cuando se va pasando de un estado a otro (puede ser un estado material, vital, psicológico o mental) mediante un proceso de desarrollo o desenvolvimiento; o cuando una idea o teoría va transformándose a través de fases sucesivas.

Evoluciona la profundidad espiritual de una persona, o la gestión de sus emociones. Evoluciona el urbanismo de una ciudad, o la forma de relación entre el capital y el trabajo, o la creación artística. Evolucionan las especies, las oportunidades y las ideas.

Por tanto, cualquier consideración que se haga de la evolución, tiene una repercusión directa o indirecta en nuestro modo de vida.

Hay creencias que niegan la evolución de las especies, en favor de una situación fija, inmutable desde el origen, desde el mismo acto de la Creación. Esta percepción rígida, invariable, se expresa en un modo de vida muy conservador, clasista, donde las posiciones no pueden alterarse sin alterar un orden superior. Todo está predestinado, y sujeto a la voluntad divina. No es difícil imaginar cómo esta actitud frente al hecho evolutivo (negándolo) va influyendo y determinando los detalles del día a día de las personas que así lo asumen, incapaces de imaginar la sucesión de cambios, a no ser que produzcan desde instancias superiores.

El creacionismo, o negación de la evolución, y sus diferentes variaciones (“diseño inteligente”) conforman un tipo de paradigma que no es el aceptado mayoritariamente por la ciencia. Y sus influencias en la vida cotidiana ya se han sugerido en el párrafo anterior.

El paradigma científico acepta la evolución como un hecho, y descansa en la teoría de Darwin,  basada en tres pilares fundamentales: a) En el genoma de cada individuo se producen pequeñas mutaciones al azar, las cuales originan cambios individuales. b) Algunos de estos cambios son favorecidos por la selección natural, dando lugar a la supervivencia de los más aptos. c) La acumulación de pequeños cambios favorecidos por la selección natural, produce una evolución gradual de unas especies en otras.

La aceptación de la evolución según estas premisas tiene su correspondiente influencia en el día a día: sacralización de la competitividad frente a la cooperación, selección del más fuerte, carencia de finalidad en la vida, determinismo genético (frente al determinismo divino de los creacionistas), trivialización de cualquier atisbo de dimensión espiritual, y en general, de cualquier parte de la realidad que no sea explicada por los genes, y a nivel económico, la preponderancia del ciego e insensible “mercado” en nuestras vidas, por poner algunos ejemplos.

Sin embargo las costuras del paradigma científico están siendo sometidas a las tensiones de nuevos descubrimientos que no encajan con los postulados darwinistas: evidencias de una dimensión no material, influencias de la actividad psicológica y mental sobre el organismo físico, los nuevos descubrimientos en expresión genética.

Cada vez hay más publicaciones e intervenciones públicas de pensadores que plantean la necesidad de cambiar el paradigma evolutivo para dar cabida a una descripción más amplia de la vida en general y del ser humano en particular. Hay una insospechada revolución en marcha, que desafiaría la exclusividad del “hecho positivo” (sólo es válido lo que puede medirse) y la muy poderosa industria “positiva” (sólo es válido lo que puede venderse), que abriría las puertas a una concepción de la vida diferente y que obligaría a una revisión del método científico para estudiarla.

Uno de estos pensadores de vanguardia es el filósofo estadounidense Ken Wilder, que durante años ha ido buscando un sistema integral que englobe las diferentes visiones de la realidad, que le ha llevado a elaborar la teoría de los cuatro cuadrantes[2], en los cuales puede incluirse todo. La evolución se produce en cada uno de ellos, y representan cuatro perspectivas diferentes de una realidad. Si nos imaginamos un cuadrado dividido en otros cuatro cuadrados, la fila superior se refiere al aspecto individual, y la inferior al colectivo. Igualmente, la columna de la izquierda se refiere al interior y la derecha al exterior. Así, si nos referimos a una persona, el cuadrante superior izquierdo está en relación a todo su mundo interior (Yo, subjetivo), el cuadrante superior derecho a su realidad individual externa (Ello, objetivo), el cuadrante inferior izquierdo engloba todo lo que tiene ver en su relación con los demás (Nosotros, intersubjetivo) y el cuadrante inferior derecho es el sistema colectivo en que se desarrolla (Ellos, interobjetivo).

Cualquiera de nosotros tiene sentimientos, que sólo él puede percibir en su plenitud (subjetivo, cuadrante superior izquierdo). Estos sentimientos tienen su asiento material en el cerebro (objetivo, cuadrante superior derecho). Los mismos sentimientos generan un comportamiento que se desenvuelve en un entorno social (cuadrante inferior izquierdo), que objetivamente corresponde a un sistema concreto, por ejemplo, una sociedad democrática occidental (cuadrante inferior derecho).

Como puede adivinarse, estos cuatro cuadrantes se influyen unos a otros en un proceso dinámico. En el ejemplo de la persona, si esta disfruta de una intensa vida interior, con control de sus emociones, desarrollo de ideas y pensamientos (dimensión subjetiva), tendrá repercusión positiva en su salud, incluso en el propio desarrollo funcional de su cerebro (dimensión objetiva). Su relación con los demás (entorno social) será productiva y gratificante, e incluso por las decisiones que tome o por grado de compromiso, puede llegar a inducir cambios en el sistema en el que se encuentra su entorno social.

Ken Wilber reconoce que la realidad se rige por las leyes de la complejidad, que los humanos somos sistemas complejos, y su propuesta de los cuatro cuadrantes es un esquema en el que se representan las interacciones posibles de esta complejidad. Cada paso evolutivo que se produce en cualquier cuadrante, tiene su consecuencia en el resto.

Para concluir, el paradigma evolutivo actual no contiene satisfactoriamente los incesantes nuevos científicos y hay nuevos enfoques filosóficos (y el de Ken Wilber es uno de ellos) que proponen nuevos escenarios para explicar la evolución, en un auténtico trabajo de síntesis. Quien sabe, tal vez una comprensión más global de la evolución, se exprese en una realidad social mejor que la que vivimos, porque el azar y la selección natural no logran sostener una sociedad más humana y justa.

 

[1] Carter Phipps (2013) Evolucionarios. El potencial espiritual de la idea más importante de la ciencia. Editorial Kairós, Barcelona. 491 pp
[2] Esta teoría constituye la base del método AQAL (“All Quadrants, all levels”), que se utiliza en desarrollos de liderazgo, pedagogía, psicología.

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