Por Antonio de la Torre Olid /
Que un pueblo o una persona caiga dos veces en la misma piedra es un acto que se atribuye al animal humano, pero es un acto voluntario. Sin embargo, hay acontecimientos que se repiten y parecen fruto de un designio divino, del destino, de la materia o del mal de ojo, como si fueran un determinismo insoslayable.
Un buen ejemplo colectivo pareciera que lo ha sufrido la comarca de Linares, rica en sus extracciones mineras, que al tiempo se detuvieron. Que se reinventó con la fabricación de vehículos, industria que se vino abajo, causando un gran trauma y una crisis de ánimo. Que se reconvirtió de forma imaginativa con un Plan Linares Futuro, para dedicarse a la energía eólica o a las vagonetas, pero que se para en seco por la crisis de 2008. Y presenció a la vez que se echaba la llave a El Corte Inglés y que las cifras de sus desempleados, especialmente jóvenes, escalaban a las más altas de las de España. Es la metáfora del tren que echa a andar, pero es como si supiéramos por adelantado que a los pocos días volverá a pararse. Ojalá que las nuevas inversiones procedentes de China supongan un impulso que nunca se detenga.
Pues en el plano personal también es increíble que se hereden como incrustados en el ADN, que se reproduzcan o imiten prácticas que dejaron la peor huella. Es tremendo que Dominique Pélicot -acusado de sedar a su esposa para que durante años fuese abusada y grabada por él mismo o por decenas de hombres-, haya declarado que a los nueve años él también sufrió abusos y que a los catorce presenció una violación. Todo lo cual no le justifica ni le exime o atenúa un ápice su culpa por la barbarie cometida.
Volvemos a la historia colectiva e igualmente nos sorprende que las víctimas del Holocausto ahora someten a un pueblo con prácticas de lesa humanidad -provocando hambre o atacando un hospital lleno de civiles-; o que a pesar de tantos años de expiación en Alemania, renazcan allí partidos de ideología nazi.
Y volvemos a lo personal, y si tenemos cerca, en la más noble de las acepciones, a un maestro de escuela, de los que procuran estar al tanto de cómo siente y padece el adolescente que tiene en el pupitre y su historia personal, nos dirá que por el aprendizaje vicario se transmiten valores muy sanos; pero que también produce tantas paradojas que no paramos de presenciar, por las que un hijo reitera las andanzas que vio en su padre drogadicto, maltratador, ladrón o suicida.
Y es que, igual que cada vez tenemos mejores coches o más a nuestro alcance mecanismos para disponer de dinero o para no tener que ponernos en pie para levantar una persiana; pues en estos tiempos de evolución tecnológica, de conocimiento o de superación de antiguos prejuicios, para esas que con eufemismos y tecnicismos llamamos familias desestructuradas, igual que evoluciona la inteligencia artificial y la inteligencia emocional, bien podríamos tener detectores aplicados a la atención psicosocial, que nos redimieran de estos fracasos humanos.