Por RAMÓN GUIXÁ TOBAR / Así titulamos los cofrades de la Buena Muerte, con legítimo orgullo y delirio, al soberbio Cristo de Jacinto Higueras, imagen ante la que nos postramos todo el año en su capilla de la S.I. Catedral, para más tarde, el quinto sábado cuaresmal, tras el solemne viacrucis con su imagen por la ajedrezada solería de las naves catedralicias, izarlo a su paso procesional que precederemos por las calles de Jaén, la tarde del Miércoles Santo, al son de la corneta legionaria y el ritmo desbocado del corazón de los hermanos.
Apareció hace unos días en Facebook, red social muchas veces fuente de encuentros y revelaciones, pero en tantas otras ocasiones pozo de insidias y difamaciones, vómito de impotencias y mezquindades sin fin, un comentario firmado por algún ofuscado glosador que se unía a un reguero de críticas, desde mi opinión injustas hacia nuestra hermandad catedralicia y sus hermanos. El despistado comentarista se escandalizaba de que los anderos del Señor de la Buena Muerte osaran vocear bajo el paso el bello epíteto épico: ¡Viva el Señor de la Catedral!, gritada así la frase, en oración de verbo en tiempo subjuntivo que hace alusión a otro verbo callado, pues tal aserto sería como decir: deseo que esté siempre vivo y presente el Señor que está en nuestra Catedral. Exclamación hermosa, legítima y genuina. Nadie puede afear, como si se tratase de una apropiación intolerable, o una suerte de macarra chulería, el usar tan acertado y literario título. Porque hacerlo es un derecho absolutamente lícito, con el que expresan su devoción y amor hacia el cristo de sus desvelos, los anderos que son hermanos de la cofradía y están congregados en torno a la Buena Muerte de Cristo, representada en esta imagen sublime cuya talla, majestuosa y sobrecogedora, se ofrece al pueblo de Jaén en devota y magnificente ostensión por las calles de la ciudad. Es decir, con esta bella jaculatoria, que es oración simple, predicativa, activa, intransitiva enunciativa y afirmativa, el fiel y esforzado andero blanquinegro expresa su amor y devoción por el Cristo de sus entrañas, el Señor catedralicio cuyo divino peso soporta su hombro, y con esforzada y sudorosa penitencia proyecta su cruz al cielo para que todo Jaén pueda contemplar su redentora grandeza en tiempos de cobardías inauditas y de disimulos vergonzantes a la hora de manifestar públicamente la fe.
El uso de este precioso epíteto apreciativo nace casi treinta años, cuando el gran escritor y hermano de la Buena Muerte, Emilio Lara, usa por vez primera tal expresión en uno de sus primorosos artículos cuadragesimales. Desde entonces la bella alabanza cala hondo, comienza a repetirse en escritos y oratorias varias, y desde hace años, la hacen suya los hermanos blanquinegros, y la vocean con orgullo sus anderos la tarde noche del Miércoles Santo. Y lo gritan así, de manera vibrante, amorosa y apasionada, porque tan colosal y mayestático crucificado, es su verdadero y único Señor, y, reside en la Catedral de Jaén, sede canónica de la Hermandad desde su fundación en 1927, cuando allí la erigió al aprobar sus primeros estatutos, el dos de abril de dicho año, el obispo mártir jaenero Manuel Basulto Jiménez. Por tanto están legitimados para hacerlo, aunque no es la ley la que les hace expresar tan sucinta, devota y encendida apología, sino el sentimiento, el corazón y la gloria infinita de portar sobre sus hombros la cruz de la Redención, pilar del Universo, escala de Jacob, sendero de ángeles, límite entre el tiempo y la Eternidad, signo cósmico de reconciliación entre el cielo y la tierra, y entre todos los hombres. Árbol sagrado y liberador en el que está muerto, de muerte buena y fecunda, el Señor catedralicio. Por supuesto conocemos que el verdadero Señor está presente en la Eucaristía, a todas horas, en la capilla contigua. Claro que lo sabemos, pero a la imagen sagrada, bendecida, signo sacramental de la Iglesia, debemos tributar también el debido honor y veneración, porque en ella está impreso el emblema del mismo Dios que ahora se ha quedado entre nosotros hecho trigo limpio, resucitado y glorioso, pero que antes fue dolor crucificado, porque per crucem ad lucem; no olvidemos que para llegar a contemplar la luz de la vida nueva antes hay que sufrir una verdadera pasión; pasar por la enfermedad, el desamor, la decadencia, el dolor y la muerte. Y conocemos todo esto porque somos parte de una Hermandad Sacramental; por cierto, fue la primera cofradía jaenera de pasión de las actuales que ostentó tan hermoso título desde 1986 cuando se fusionó con la antiquísima y venerable Cofradía Sacramental del Sagrario, siendo párroco el recordado y docto canónigo Manuel Caballero Venzalá, y Hermano Mayor el inolvidable Manuel Cañones. En esto fue la adelantada, como en tantas otras cosas: formar un Cuerpo de Caballeros, cofrades de la hermandad, que siguiera portando sobre sus hombros las imágenes de su devoción —no olvidemos que tan solo nuestro Señor de la Buena Muerte, como el Cristo de las Misericordias y Nuestro Padre Jesús han sido las únicas imágenes de la pasión jaenera cuyos pasos procesionales jamás han llevado ruedas—. Pero también fue pionera en tener un acto oratorio cuaresmal, el Cruz de Guía, una Casa de Hermandad, un Grupo Joven… y tantos otros asuntos cofrades. Por eso el hermano blanquinegro siempre dirá con respeto, devoción y alegría inagotable: ¡Viva el Señor de la Catedral!, porque no miente al expresarlo, ni daña o desprecia a nadie al hacerlo, y mucho menos por esas calles jaeneras, donde conviene dar testimonio de fe en Cristo crucificado en épocas ambiguas, confusas y peliagudas como la actual para la fe católica.
En la misma página de críticas acerbas, leoninas, insidiosas, expresaba con evidente disgusto otro cándido comentarista que: hasta les han dado el uso del escudo catedralicio…¡Pues claro que sí! La relación que existe entre el Capítulo catedralicio y la Corporación cofrade es honda y fecunda desde los inicios. Una perfecta simbiosis. Dijo nuestro anterior obispo, don Amadeo Rodríguez Magro en el día final del reciente Triduo al Santo Rostro: sin la hermandad de la Buena Muerte no podría concebirse la Catedral… Como nosotros no existiríamos sin la presencia, aliento, orientación y apoyo del Excmo. Cabildo. Y esto no depende de la persona que ostente la presidencia del Capítulo, ni sostenga la vara dorada de Hermano Mayor, pues tal relación está por encima de ellas, más bien es sinergia entre instituciones, que se respetan, ayudan, y colaboran juntas hasta en el más nimio detalle, para el mayor esplendor de los cultos y actos catedralicios, la conservación y cuidado de sus dependencias, y la complacencia de sentirse hermanos, religiosos y laicos unidos en una fe compartida. Ellos como maestros espirituales y de fe, como celosos tutores. Nosotros fieles cumplidores de nuestra vocación de servicio a la Iglesia de Jaén y a su templo matriz.
Por eso la Hermandad propuso en su día, en su cabildo anual de cofrades, poder lucir en la capa el escudo del Capítulo catedralicio que ostenta la Maria lactans, la virgen Galattotrefoussa en evidente alusión a la Virgen de la Antigua, patrona de la Corporación. El Cabildo ha accedido a tal requerimiento. Por eso ha sido encargado al gran pintor local Francisco Huete, tan vinculado con la Hermandad —fue el autor de las soberbias pinturas que decoran las capillas del trono del crucificado—, el diseño de tal emblema, con la leyenda sedes canonica que confieso va a ser verdadera obra maestra que luciremos los hermanos con orgullo infinito, bordado tan entrañable símbolo en nuestra marfileña capa nazarena el próximo cinco de abril de 2023, Miércoles Santo, sintiéndonos dichosos de poder indicar a Jaén que nuestra sede es el grandioso templo principal de nuestra Diócesis. Pero con ello no queremos manifestar una mezquina concepción patrimonial de un bien espiritual como la catedral jaenera, que pertenece a todo el pueblo católico, sino tan solo la pasión infinita de saber que estamos radicados en tan capital seo, hecho poco común, pues existen muy contadas cofradías en toda Andalucía que tengan sede canónica en la catedral de sus diócesis respectivas. Orgullo y responsabilidad sentimos por tal gozosa adscripción, pero no vana soberbia como pretenden reprocharnos.
Dos escudos que incendiarán las entrañas cofrades en ese día mágico para nosotros. El de la Hermandad sobre el negro caperuz, y el del espacio sagrado que la acoge, que es nuestra casa, por la gracia de Dios, en la capa nazarena. Una catedral, que es como nuestro hogar, pues ¡son tantas las horas de nuestra vida que hemos pasado los hermanos blanquinegros en su seno al servicio de la Iglesia de Cristo y de nuestra pasión cofrade!, que ya nos parece parte de nosotros mismos. Aquí nació la Buena Muerte. Aquí ha crecido y se ha purificado. Aquí se han formado en la fe sus hermanos. Aquí se ha hecho grande la Hermandad, ejemplar, admirable, feraz, necesaria. Aquí será centenaria tan solo en cinco años, acontecimiento gozoso que celebraremos los hermanos con todo el esplendor que corresponde a cofradía tan significada en la ciudad por muchos aspectos durante la última centuria. Una hermandad seria, sobria, solemne y distinguida, a la que servimos con pasión, y humildad, pero con el orgullo infinito de ser parte de su nómina cofrade en cuerpo y alma. Y eso nos marca a todos con un sello de grandeza inalienable.
Una cofradía que, pese a los defectos humanos de sus hermanos, vive día a día con pasión y buen estilo, pese a que otro crítico nos flagelara sin piedad, en dicha feisbukiana gacetilla a la que me estoy refiriendo, al decir que entre nosotros el gobierno de la hermandad es como un cortijo, que se pasa de padres a hijos, porque siempre son los mismos… Craso error. Falaz acusación. Arbitraria condena. Los últimos seis hermanos mayores que han gobernado la Hermandad no tienen relaciones de parentesco alguna, y son bien distintos en ideas y comportamientos, manteniendo planteamientos diversos en muchos temas internos. Pero una vez elegido uno de ellos, los demás son una piña con él con voluntad única de acción para mantener estas señas de identidad tan peculiares que posee la Hermandad y que están por encima, de ideas personales, modas, caprichos y veleidades varias. El Hermano Mayor nombrado, se olvida de sí mismo y tiene como una de sus misiones fundamentales que ese patrimonio heredado, que ese sello inconfundible se mantenga incólume, pese a cambios estructurales muchas veces convenientes, pero que no olvidan la identidad irrenunciable a la que nos debemos, ni la nobleza cofrade de esta hermandad única y valiosa, que debe, de esta forma, estar siempre a la altura de su identidad cristiana, del cumplimiento de sus Reglas, y de la casa donde reside. Por eso la Hermandad, señora en tantas cosas, siempre guarda un lugar preferente para los hermanos que han sostenido la vara dorada, con aciertos y errores que eso es humano, pero siempre con amor infinito y deseo de custodiar intactas las claves que han hecho grande a la corporación cofrade de sus desvelos. Siempre resulta gratificante verlos juntos en cada acto cuaresmal o de otra época del año, pues allí los reúne la Junta de Gobierno en lugar preferente. Nos reúne, quiero decir, pues yo soy uno de ellos y lo digo con verdadera y lícita satisfacción. Y, por supuesto, se forma con ellos una ante presidencia de la Hermandad el Miércoles Santo que cada vez es más numerosa y compacta. Por todo lo cual se sienten valorados por cada nuevo equipo de gobierno, porque grande es la Institución, del tipo que sea, que guarda tal consideración para los que han regido sus destinos en cada época. Y esto aquí se cuida mucho, como tantos otros asuntos importantes o menudos.
También decía tal exegeta, creo que con cierta ligereza tratándose además de un hermano de nómina que además ha tenido grandes responsabilidades en nuestra Semana Santa, que el aire que se respira en la Hermandad es un aire viciado. Espero entonces que no haya enfermado tras su asistencia, al reciente XLII acto Cruz de Guía de la Hermandad —que pronunció con pasión cofrade y claro sentido religioso nuestro actual hermano mayor—, pues en su transcurso, tan tenaz y convencido hermano ecologista, repartió aplausos, abrazos y sonrisas enmascaradas por doquier, pareciendo gozar de perfecta capacidad respiratoria en atmósfera tan supuestamente contaminada. Lo deseo de corazón, porque lo tengo en buena estima, y es siempre bien recibido en esta su casa aunque dosifique con prudencia su presencia entre nosotros.
Pena me causan tales críticas entre hermanos de diferentes cofradías. De una y otra trinchera; porque de ambas vienen los disparos. Dolor al ver que situamos mudables asuntos mundanos por encima de los que siempre debían ocuparnos que no son otros que el servicio a la Iglesia de Cristo, y el mantenimiento de nuestra fe. Porque nuestro Señor catedralicio, el bendito Cristo de la Buena Muerte, es el mismo que se dejó besar por Amor, por un traidor que recibió treinta monedas por su felonía. Idéntico al que amarraron a la columna sobre el lithostrotos del pretorio para ser azotado crudelísimamente con el flagellum rematado en bolas plúmbeas, mientras con ojos, mansos y doloridos, perdonaba a sus agresores; una talla excepcional, joya escultórica de nuestra Semana Santa que conmueve el corazón de los jaeneros desde su salida de Cristo Rey. No son pues ídolos diversos de facciones rivales que hay que echar a pelear al gusto de algunos de cuantos se agrupan en torno a ellas. Es el mismo Dios hecho hombre que ha muerto para darnos vida, y las Angustias de María, mantienen la Esperanza que nunca abandonó su corazón de Madre. Se trata de la misma Platytera, madre de Cristo en cuyo seno inmaculado y glorioso floreció la Palabra, pues contuvo al Incontenible, y no Astartés fenicias, ni Heras griegas, ni Junos romanas, Isis egipcias o Tanit cartaginesas de ojos brillantes e hieráticos que conviene enfrentar hasta conseguir victorias parciales, en no sé qué tipos de guerras penosas, para mayor gloria de sus seguidores sedientos de victoria y ridículas supremacías urbanas.
Los problemas técnicos que surjan en la calle —que por cierto siempre perjudican a los mismos desde hace largos años—, deben ser solucionados por los equipos de gobierno de las hermandades respectivas y la agrupación que las engloba. Y nuestra detallada opinión al respecto tan solo ser reflejada en los cabildos de cofrades, que no en otros espacios más propios de reñideros de gallos de pelea.
Por lo demás, yo defiendo como hermano de mi Real Hermandad Sacramental y Cofradía de nazarenos blanquinegros el señorío que siempre ha tenido desde el mismo instante de su fundación. Ese señorío del que se mofan algunos, pues no saben en qué consiste. Y es que no se trata de un señorío mundano, de clase o posición social, sino de un señorío del espíritu que hace mella en ti desde el ingreso en la nómina cofrade. Una distinción acumulada por muchas causas que son timbre de gloria para nuestra Corporación. Sí, la primera de ella es estar radicados en esta grandiosa catedral, latido vivo, espiritual, de la ciudad, lo que nos carga de responsabilidad deseo de hacer bien las cosas, con mesura, convicción, elegancia y seriedad, a la altura del templo sagrado que nos acoge y nos insufla vida. Y es justo motivo de orgullo que nos marca de manera inefable en todas nuestras actuaciones. Señorío de dar culto a tan excelsas tallas procesionales, hacia ese crucificado catedralicio, Jesús de la Buena Muerte que sabemos es el Kyrios, el verdadero Señor. Y ese señorío de Cristo nos alienta, nos impregna gozosamente, dirige nuestra existencia, nos insufla aliento espiritual, corrige nuestras desviaciones, nos inspira a profundizar en estos sagrados misterios. Es un verdadero don divino el que nos reviste del señorío de Cristo en cada uno de nuestros actos cotidianos como hermandad. Es la parresía de la que habla el libro de los Hechos de los Apóstoles; esa especial disposición del ánimo, ese apoyo confiado en Dios, esa hambre y sed de justicia; ese, y no otro, es el auténtico señorío de los Hijos de Dios. Y una manera de hacer las cosas en esta Hermandad que siempre se ha distinguido, con los lógicos fallos humanos de sus miembros, por su rigor, grandeza solemnidad y distinción. Y eso no cambiará. Forma parte de su propia esencia cofrade. En la calle y en el templo. Por eso marca a sus hermanos.
Orgullosos de nuestra adscripción catedralicia. Jubilosos de formar parte de tan singular hermandad. Ansiosos de marchar cada Miércoles Santo, revestidos de blanquinegra y sagrada pasión, en acto de culto y fe para que el pueblo de Jaén pueda decir al vernos, como yo expresé ya hace muchos años en uno de mis escritos: Ahí viene la Buena Muerte, a su paso, con su estilo elegante y penitente, sereno serio y sentido…
Y, con el corazón rebosante de pasión y gloria, en una tarde que florece de lilas y rosas encendidas por los cielos junto a los picos calizos, al son de la marcha legionaria, saldremos de nuestra sede catedralicia, precediendo a nuestro grandioso Señor crucificado, que va sostenido por unos anderos, orgullosos de su sede, que tienen los hombros desgastados de amor, de sentimiento cofrade, de fe, de recuerdos imborrables, y se les sale el corazón del pecho cuando gritan con toda la fuerza apasionada que les rebosa desde las entraña como un mazo de rojos claveles que fueran plantados en el jardín de su calvario: ¡Viva el Cristo de la Buena Muerte! ¡Viva el Señor de la Catedral!
Y esa vibrante jaculatoria es oración sentida. Es fe, pasión y vida, cariño sin límites hacia una hermandad inigualable. A todos nos hace temblar y nos conmueve, porque es voz de fidelidad cofrade. Amor a la Cruz de Cristo y al grandioso templo que la acoge. Querencia fiel y sentida hacia una Hermandad única. Grito de eternidad.
Foto: El grandioso Señor de la Catedral. (Autor: ESTEBAN ESPINILLA).