Por PEDRO GALERA ANDREU / En 1927, la cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte mostraba en el preámbulo de un impreso sobre la Semana Santa de aquel año su preocupación e interés por el decoro, en un sentido de magnificencia, que todas las cofradías habían de poner en sus pasos procesionales para situar a la ”Semana Mayor” giennense, cuando menos, a la altura de las que entonces se consideraban a juicio de quien escribía, en primera fila nacional: Sevilla, Murcia y Málaga, por este orden.
Este es uno de los muchos documentos que ilustraron una Exposición hace varios años, sacado de los fondos bibliográficos y hemerográficos del Instituto de Estudios Giennenses, exponente de la inquietud por dignificar una festividad religiosa de larguísima tradición, pero a la vez desde una perspectiva de interés socio-cultural, y a la postre económico, que se percibe en el afán de parangonarse con las de aquellas ciudades que sonaban como referentes nacionales para el todavía incipiente flujo de visitantes, aunque ya acuñados bajo la etiqueta de turistas. Ese mismo año y de modo consecuente, la Cofradía de la Buena Muerte estrenaba la magnífica talla del Cristo homónimo, realizada por Jacinto Higueras Fuentes, que preside la capilla de su mismo nombre en la catedral. Además, al promover en esa misma fecha la creación de una nueva cofradía, la de la Virgen de las Angustias, incorporaba otra imagen de extraordinario valor, la que en su día hiciera el escultor granadino, José de Mora, a principios del siglo XVIII.
Qué duda cabe que la imaginería, toda ella de talla, que procesionan las cofradías constituyen el núcleo fundamental de toda la Semana, ya sea por el valor artístico y su antigüedad –por las calles de Jaén desfilan piezas que van desde el siglo XVI al XX, con nombres tan destacados como los de Cuéllar, Solís, Mora, Medina, Higueras, Abascal, Dubé etc…-, como por la viva expresión rememorativa de un misterio de Fe que conecta e interactúa con los fieles y emociona a todos los espectadores. La puesta en escena con la suntuosidad de tronos, canastillas, varales y cruces de plata; el oro de los bordados; las luminarias de la cera; la fragancia de las flores y del incienso; el sonido de tambores y trompetas y las melodías de las bandas de música; el ritual en sí de la salida y entrada de las imágenes junto al desfile penitencial, todo dispone a la catarsis colectiva y reafirma la enorme popularidad de la que ha gozado siempre la Semana Santa en la calle, pese a altibajos perfectamente comprensibles por determinadas circunstancias históricas.
Pero en realidad no alcanzaríamos a comprender todo este fantástico fenómeno religioso, que con tanta fuerza se exhibe hoy, si no conociéramos la otra cara oculta o medio oculta de los fines y actividades para los que nacieron las cofradías y a los que, salvando las diferencias históricas del tiempo, aún responden.1 Cofradía y Hermandad , como su nombre indica, alude a una idea de colectividad; de agrupación de individuos unidos ante los riesgos con que la historia y la naturaleza nos desafía. En el origen de las nuestras estuvo la amenaza constante de la guerra con el Reino nazarí de Granada, del cual Jaén era frontera candente, para ya más tarde volcarse en los aspectos asistenciales o de beneficencia junto a los estrictamente religiosos.2 Esta orientación caritativa, inherente a toda buena praxis cristiana, no podía ocultar que fueran las necesidades de los grupos sociales menos favorecidos, sencillamente, de los que se mantenían con su trabajo, las que impulsaran un asociacionismo de tipo laboral que desde la Edad Media estaba estructurado a través de los gremios, agrupaciones del artesanado en función del trabajo específico que desarrollaran. Dichos gremios estaban bajo la advocación de un santo y con tal vocación religiosa eran asiduos participantes en las grandes manifestaciones festivas de la Iglesia, como era sobre todo la procesión del Corpus Christi, y así se mantuvieron todavía bajo el Antiguo Régimen.
La Baja Edad Media, sobre todo a partir del siglo XV, conoció otro fenómeno de asociación de signo espiritualista, pero de neto interés reformista de la vida y práctica religiosa del cristiano, las Hermandades de laicos y de laicos y clérigos en torno a la imagen de un Cristo humanizado, cuya referencia principal estuvo en la obra de Tomás de Kempis La imitación de Cristo (Imitatio Christi), base de la denominada “Devotio Moderna”, que alimentó a los “Hermanos de la vida en común”, y que se propagó desde los Países Bajos a toda Europa. El libro de Kempis, popularísimo, es corriente encontrarlo en las sucintas bibliotecas de muchos humanistas, intelectuales o buenos profesionales, como por ejemplo Andrés de Vandelvira, cofrade, como es sabido de la Vera Cruz de Jaén. En la Imitatio Christi, la Pasión de Jesucristo iba a convertirse en el paradigma del “nuevo” cristiano y en su acentuada humanización no dudaría en recurrir a imágenes de fuerte plasticidad expresiva, que inútilmente se encontraría en los textos evangélicos, teniendo que recurrir en consecuencia a las fuentes apócrifas.
La vida de aquellas hermandades de la “vida en común” no fue larga; un acentuado misticismo y una práctica de acusada individualidad pronto las abocaron a desviaciones heteredoxas y a un alejamiento del espíritu eclesial tan fundamental para la Iglesia católica, pero la popularidad de la nueva iconografía pasionista iba a perdurar al igual que el impulso caritativo que la hermandad implicaba. Cuando estalló la gran tormenta que supuso el conflicto del desgajamiento del cristianismo protestante centroeuropeo, de la mano principalmente de Martin Lutero, y en el que se ha querido ver influencia de estos movimientos surgidos al amparo de la “devotio moderna”, hubo de contestarse desde la ortodoxia católica con acciones contundentes ante el rigor individualista con que se planteaba la reforma protestante. El auge de la cofradías penitenciales en el siglo XVI, y no solo en Jaén, no puede separase de este contexto histórico. Al estudiar la figura del arquitecto Andrés de Vandelvira,3 pude comprobar rasgos en el joven maestro que encajaban en el pensamiento y actitud de aquellos reformistas, admiradores sobre todo de Erasmo de Roterdam, que eran legión en España, con personalidades tan destacadas como los hermanos Valdés, Juan y Alfonso, Luis Vives, o el mismo obispo de Jaén, Gabriel Esteban Merino; sin embargo, de manera significativa, el Vandelvira maduro, ingresa en la cofradía de la Vera Cruz, durante su estancia en Jaén y a su muerte declara en su testamento poseer una túnica con las insignias de las “Cinco Llagas”, que corresponde a la cofradía homónima, no sabemos si era la de Jaén o pudiera ser la de Úbeda -la ciudad donde tenía casa y residió su mujer hasta su muerte-, que ostentaba el largo título de cofradía de “Las Angustias y Soledad de Nuestra Señora y las Cinco Llagas de Nuestro Redentor Jesús” y que no tenía carácter penitencial, al parecer, sino solo asistencial.4
Aunque de forma reiterada se dice en nuestra historiografía local que fue el Concilio de Trento el origen de las cofradías pasionales o penitenciales -en realidad fue más bien el detonante-, veinte años antes de su conclusión ya se había creado la primera que procesionaría en Semana Santa, la Vera Cruz (1541), aunque sus estatutos se aprobaran trece años después. Nació en el seno del convento de San Francisco, marcando la pauta para el resto de las cinco que surgirían con el siglo de originarse bajo el patrocinio de las Órdenes Regulares, mendicantes o no, pero indicativo siempre del arraigo entre las clases más populares. De hecho es muy significativo que sean labradores y artesanos la mayoría de los integrantes de dichas cofradías, en algunos casos, como en la citada de la Vera Cruz, con carácter exclusivo, prohibiéndose explícitamente el acceso a la aristocracia local, ya fueran nobles o ricos hacendados. La cofradía del Cristo de la Buena Muerte, creada en el siglo XVIII con fines en principio meramente asistenciales, estaba formada íntegramente por labradores, que además contribuían con pago en especie. También la cofradía de la Transfixión y Soledad de la Madre de Dios, estaba integrada mayoritariamente por labriegos y artesanos, aunque admitía una pequeña representación de la oligarquía local. En fin, no deja de ser asimismo significativa la leyenda del origen de la imagen de Nuestro Padre Jesús, el popular “Abuelo”, titular de la cofradía de su mismo título, que transcurre en una casería o cortijo en los alrededores de Jaén, tallada milagrosamente por el misterioso anciano de un tronco de árbol (curiosamente en el argot del mundo rural andaluz, y no precisamente de Jaén, se denominan “nazarenos” a los troncos gruesos) y la realidad de dicha imagen, costeada por la colecta de los labradores, vecinos de la Puerta de Granada.
En la hegemonía conventual respecto a las cofradías penitenciales no juega solamente el aspecto que la popularidad del clero Regular pueda ejercer acerca de esa amplia mayoría de población pechera, sino la mayor autonomía que estas cofradías podían detentar frente a un patronazgo del clero secular, caso de haberse acogido a los templos parroquiales o al templo catedralicio. De hecho, las tensiones y fricciones entre estas corporaciones y la Iglesia, digamos oficial, han sido una constante, sobre todo a partir de la conclusión del Concilio de Trento y su manifestación efectiva con los sínodos diocesanos que siguieron, donde se especificaron medidas de control por parte de los obispos sobre las actividades cofradieras. Tal vez algo de esto pese en el retraso que la decana giennense, la Vera Cruz, para aprobar sus Estatutos (1554), dando lugar a que se le adelantase la de las Angustias y las Cinco Llagas, fundada en 1551, en el convento de Santa Catalina de la orden de Santo Domingo. Pero tampoco conviene olvidar que las cofradías eran una fuente de recursos económicos merced a su capacidad de captar limosnas, lo que resultaría atractivo para los conventos y en consecuencia su interés por crear este tipo de agrupaciones.
Estas mismas razones de índole económica están también detrás de los frecuentes enfrentamientos, físicos incluso, dirimidos legalmente, entre las mismas cofradías en virtud de la prelación en salir a la calle en los desfiles procesionales, donde la antigüedad era motivo decisivo. Célebre fue el pleito entre Vera Cruz y Las Cinco Llagas, resuelto con la salida de la primera dos horas antes que la segunda y evitando encontrarse en el recorrido, pues las agresiones estaban a la orden del día, pero cuando años más tarde, a comienzos del siglo XVII se instituyó la cofradía de los Esclavos del Santísimo Sacramento, las dos anteriores se unieron para impedir que esta última les precediera a ambas, so pretexto de que los disciplinantes, agotados, no acudirían a las de ellas y sobre todo, como señaló Ortega Sagrista, porque les privaba de un buen caudal de limosnas. Era evidente que las cofradías penitenciales gozaron desde el principio de gran predicamento social, pues su acelerado crecimiento en la segunda mitad del siglo XVI, no es sino síntoma de un cierto prestigio y consideración social. En el citado pleito, entre otras disposiciones, se establecía la presencia del Corregidor, la máxima autoridad civil, en la procesión de la Vera Cruz, en tanto que su lugarteniente lo hacía en la rival; un justo equilibrio jerárquico, que denota la insoslayable representación del poder en estas manifestaciones religiosas. Desde este punto y hora es comprensible la apetencia generalizada por parte de todos los estamentos sociales a formar parte de dichas agrupaciones: la oligarquía local por tener a mano un efectivo medio de ejercer el control político sobre la población; para los no privilegiados, una posibilidad, prácticamente única de poder acceder a través de los cargos directivos de las cofradías un cierto “status” de reconocimiento e incluso de beneficio profesional, naturalmente sin hacer de esto regla general. Valga al respecto el contraste entre dos reconocidos artistas del Jaén de mediados del Quinientos, la humilde actitud del gran Vandelvira, simple cofrade, y la del en su día famoso platero de origen portugués, Gil Vicente, prioste de la cofradía de las Cinco Llagas, y protagonista del citado pleito.
Mas, sin duda, por encima de los beneficios sociales y de los nada despreciables de cohesión social que la asociación representaba para todo el estamento de los pecheros, no solo a través de las actividades y obligaciones que les imponían los estatutos, sino también de los aspectos lúdicos, entre los que destacaban las comidas de hermandad, estaban los beneficios asistenciales que estaban en la base de las agrupaciones gremiales: la asistencia en la enfermedad y sobre todo en la muerte. Se ha hablado incluso de “mutualismo”, en una traslación moderna de esa función asistencial, tan celosamente observada por las cofradías.5 Una atención caritativa, extensible a los necesitados fuera de la misma asociación, pero siempre que quedaran atendidos los propios. La asistencia sanitaria era limitada, tan solo la cofradía de la Vera Cruz, entre las penitenciales, contó con un hospital propio en la calle Recogidas, cuya portada de la iglesia (del siglo XVIII) es lo único que subsiste hoy en la trasera del edificio del Ayuntamiento; establecimiento, que por otra parte no se apartaba del tipo de pequeño edificio debido a una iniciativa particular, conocidos genéricamente como “hospitalicos”, con un número bastante limitado de camas. El mayor gasto lo acaparaba la muerte; ataúd, enterramiento, cera, acompañamiento y misas podía suponer un coste considerable, sobre todo si por epidemias u otras causas excepcionales en breve lapso de tiempo se acumulaban muchas defunciones. Algunas además, como la de las Cinco Llagas, se obligaba a enterrar a los pobres abandonados o ajenos a la cofradía de forma gratuita. No es de extrañar, como piensa Ortega Sagrista, que el tema de la muerte fuera la causa principal de la ruina de la mayor parte de las cofradías.
Aparte de las grandes protagonistas de la Semana Santa giennense, hoy ampliada hasta alcanzar el número de 23, están las que comúnmente se denominan de Gloria, con finalidad asistencial básicamente. Su número ha decrecido en cambio, hoy registra la Agrupación de Cofradías, creada en 1946, tan solo 12, pero fueron muy abundantes desde la Edad Media, como ya se apuntó, y existe constancia documental de algunas de ellas, como por ejemplo los estatutos de Cofradía de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, fundada en 1512, en una impresión de 1707. Esta temprana advocación al tan contravertido misterio de la Inmaculada por la que ya apostó el fundador de la Santa Capilla, sita en la iglesia de San Andrés, por el clérigo humanista giennense, Gutierre González Doncel, protonotario apostólico en Roma, es a su vez innovadora en el panorama local por cuanto perseguía fines de dotación para doncellas pobres y de educación para niños, inspiradas en modelos italianos.
Otra, de carácter distinto, pero también con neta influencia de Italia es la Archicofradía sacramental de la iglesia de San Ildefonso, que data de 1523, y cuyos estatutos en pergamino e iluminados, pudieron verse igualmente verse en la muestra citada al principio. Este tipo de cofradías sacramentales originadas en torno a la festividad del Corpus, aunque de raíces hispanas, tuvo su epicentro en la iglesia de la orden dominicana de Santa María Sopra Minerva y tenía como principal celebración una procesión dentro del templo el domingo siguiente a la festividad del Corpus. Sus fines asistenciales se circunscriben a la ayuda a los disminuidos para asistir a las funciones litúrgicas y la consabida asistencia funeraria para los cofrades.
Tampoco faltó en Jaén una cofradía de carácter étnico, la de los “Negros”, que bajo la advocación de Nuestra señora de los Reyes y san Benedicto de Palermo tenía su sede en la iglesia de San Idelfonso. Fue fundada por Juan Cobo, un esclavo liberto, en 1600, que acogió no solo a la etnia negra africana sino también a mulatos y en general a cuantos con diferentes mezclas pertenecían a ese grupo procedente del comercio de esclavos. La abundancia de éstos dio origen a la proliferación de este tipo de cofradías en Andalucía, de las que actualmente subsiste solo la de Sevilla, conocida popularmente como de los “Negritos”, pero en el siglo XVII hubo en la diócesis de Jaén dos más, en Baeza y Úbeda, fundadas aquellas por Cristóbal de Porras, quien acudiría a Jaén aprovechando la ausencia del prioste Cobo, que se fue a Granada, para restituir la cofradía abandonada. El regreso del primer fundador dio lugar a los consiguientes pleitos y enfrentamientos, que se resolvieron a favor de Porras. De todas formas y a pesar del favor dispensado por dos de los grandes prelados del siglo, Don Sancho Dávila y Don Baltasar Moscoso y Sandoval, su vida fue relativamente corta, desapareciendo como lo hicieron prácticamente todas, a excepción de la de Nuestro Padre Jesús, el “Abuelo”, ante el embate de la crisis económica tan acusada de la segunda mitad del Seiscientos.
Con el cambio de dinastía y la sensible recuperación económica del país, el siglo XVIII iba a ver un renacer de las antiguas y prestigiosas cofradías pasionistas, salvo la de las Cinco Llagas, y asistir de la creación de otras nuevas como las del Cristo de la Misericordia, El Cristo de la Buena Muerte y la del Cristo de la Expiración, todas de carácter asistencial, pero que con el paso del tiempo y tras sortear las turbulencias sociopolíticas del siglo XIX, incluida la guerra con los franceses, embocaban el pasado siglo y tras el periodo de la Restauración un firme resurgir. Es ese momento en el que iniciábamos este relato cuando la cofradía del Cristo de la Buena Muerte, transformándose en cofradía penitencial, camino que seguirían las otras dos surgidas en el Setecientos, apostaba por la elevación de la Semana de Pasión jaenera a la primera línea del ranking nacional. Luego vendría la Guerra Civil con toda su tragedia y el especial daño sufrido por la imaginería religiosa. Por reacción, acabada la contienda, el contexto social y político fue mucho más favorable para la recuperación de la vida cofrade. En Jaén, en 1946, se creaba la Agrupación de Cofradías que propiciará el clima para la refundación de antiguas cofradías y la creación de muchas nuevas penitenciales, sobre todo en estas dos últimas décadas en las que se ha encendido una auténtica pasión cofrade de la que da testimonio la riqueza y brillantez de los desfiles procesionales de la Semana Santa.
1 La bibliografía sobre Cofradías de Semana Santa en España es abundantísima, sobre todo en las tres últimas décadas. Sirva de referencia las Actas de los Congresos Nacionales de Cofradías de Semana Santa, desde el primero, celebrado en Zamora (1987) , destacando, por cuanto afecta a Andalucía el III, celebrado en Córdoba (1997), cuyas Actas fueron coordinadas por Juan ARANDA DONCEL. También de este mismo coordinador: Cofradías Penitenciales y Semana Santa. Actas del XII Congreso, Córdoba, 2012.
Sobre los aspectos más específicos de la labor asistencial de las cofradías, el clásico estudio general de RUMEU DE ARMAS, Antonio, Historia de la Previsión social en España, Madrid, 1944; La Iglesia española y las instituciones de caridad (CAMPOS FERNÁNDEZ, Fcº Javier coord.), 2006. Tb. Es ilustrativo, ARIAS DE SAAVEDRA, Inmaculada; LÓPEZ-GUADALUPE, Juan M., “Cofradía y ciudad en la España del siglo XVIII”, en Studia Historica, 19; 1988, pp.197-228.
2 Vid. GARRIDO AGUILERA, Juan Carlos, Religiosidad popular en Jaén durante los siglos XV y XVI: las cofradías, Jaén, Ayuntamiento, 1987. Idem., “Un aspecto de la religiosidad popular y asistencia social giennense en los siglos Xv y XVI”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses (B.I.E.G.), 127; 1986, pp.53-76. Para la historia de las cofradías penitenciales en Jaén: ORTEGA SAGRISTA, Rafael,
3 GALERA ANDREU, Pedro A., Andrés de Vandelvira, Madrid, Akal, 2000
4 LÓPEZ ROMÁN, Jesús, “Antigüedad y raíces medievales de la cofradía de Nuestro padre Jesús Nazareno de Úbeda”, B.I.E.G., 197; 2008, pp.119-161
5 CASTELLANOS GUERRERO, Jesús, “las cofradías de Semana Santa ante la salud, la enfermedad y la muerte”, Jábega, 49; 1985, pp.561-572.
Foto: Imagen del Cristo de la Buena Muerte, en el altar mayor de la Catedral de Jaén. (Hermandad de La Buena Muerte)