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Las declaraciones de ministros y altos cargos  de Economía de anteriores  gobiernos,  que comparecen  ante la comisión de investigación sobre la crisis financiera de 2008 y la segunda recesión de 2011, cuyas secuelas aún padecemos, deja una estela de enorme decepción al valorar los criterios y argumentos que han esgrimido para justificar las decisiones tomadas para encarar ambas situaciones económico-financieras.

Basta extraer algunas de las afirmaciones vertidas en las comparecencias  tales como “ NOS EQUIVOCAMOS TOTALMENTE”  o “ NO ME PARECÍA IR A LAS ELECCIONES CON LA PALABRA CRISIS”,  para comprobar que encierran, en mi opinión, una carga de irresponsabilidad absoluta que no tiene, ni siquiera, el  atenuante de  ampararse en el  desconocimiento  de la situación, supuesto que se reconoce  la misma y su gravedad,  ni de la falta de conocimientos  para valorar la  idoneidad de las medidas necesarias a implementar  en aquel  momento para encarar la situación crítica de nuestra economía y del galopante y progresivo deterioro de nuestro sistema financiero porque,  así mismo,  se reconoce “FALTA DE VALENTÍA PARA ATAJAR EL DÉFICIT  Y EXCESO DE  COMPLACENCIA PARA REGULAR LA GOBERNANZA DE LAS CAJAS”  y se admite, por tanto, que, en correcta  ortodoxia,  se deberían haber aplicado otras estrategias diferentes.

Cabe preguntarse, por  tanto, si buena parte de la profundidad de la  crisis no corresponde a la inhibición consciente, a tenor de esas manifestaciones  de los responsables económicos en  cada uno de los períodos analizados,  de la falta de idoneidad de los criterios  aplicados,  de  si éstos fueron dictados  para  evitar el enfrentamiento con los agentes sociales,  empresarios y sindicatos, o si, en definitiva, como se ha reconocido, todas las decisiones tomadas tenían como primer objetivo  evitar dañar la rentabilidad electoral de sus respectivos partidos.

A partir de las precedentes consideraciones  resulta inevitable  extender  la certeza  de que la gestión de gobierno en nuestro país  a lo largo de cada legislatura, con independencia de la formación que la asuma,  está más dirigida a  preservar el menoscabo de la imagen del partido y, por tanto, sus posibilidades electorales, que a proteger  y defender los intereses  generales del país, aunque  obligara  a  arbitrar las medidas, por muy impopulares  que fueran , que cada coyuntura y situación requiera.   Ese delictivo  manejo de los tiempos y de las conveniencias   de las decisiones que  se  implementan  supone, en mi criterio, una total subversión de sus funciones  y responsabilidades  y una burla  para los ciudadanos  que esperan, al menos, de sus gobernantes, un rigor absoluto en el tratamiento de los asuntos  más trascendentales. 

Inmersos en esta dinámica disparatada de la gestión de gobierno al priorizar las posibilidades electorales de los partidos gobernantes  antes que los intereses generales, no podemos olvidar,  para mayor abundamiento, las arbitrariedades de las que hacen gala muchos otros políticos de las diferentes administraciones  al  tomar  decisiones conscientes (?)  de inversiones sin sentido, proyectos descabellados y decisiones incoherentes,  que  han supuesto el despilfarro de desmesuradas sumas, que podrían hoy equilibrar buena parte del déficit del Estado,  sin más objetivo que  mantener la hegemonía electoral  sin ponderar  ni la idoneidad ni la prioridad de las mismas.

 

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