Por PEDRO MOLINA ALCÁNTARA / Dentro de unos días, será catorce de febrero, San Valentín, el día asignado socialmente como “Fiesta del Amor”, aunque se suele decir también que con más interés comercial que sentimental. Éste va a ser mi primer artículo de 2025 y no quiero andarme por las ramas: voy a utilizar San Valentín para reivindicar con fuerza el Amor, así escrito, con mayúscula. Voy a dar la batalla dialéctica, únicamente pertrechado con la palabra como arma; en pro del amor sólido -que para mí es el auténtico-, contra el amor líquido que ya vaticinó hace unas décadas el sociólogo Zygmunt Baumann y que hoy se abre paso en las relaciones sentimentales de nuestros días inexorablemente, a pasos agigantados, sin que nada ni nadie lo frene.
Si voy a reivindicar el Amor, como he dicho, creo que lo más honesto que puedo hacer es comenzar definiendo el amor. Tan fácil y tan difícil al mismo tiempo, tan fácil como coger un diccionario, buscar una definición y copiarla… Sin embargo, eso simplificaría en exceso la riqueza de matices que el amor contiene. En fin, me la voy a jugar arrojando una definición que escuché hace unos días del filósofo Slavoj Zizek que, como todas, resultará incompleta, pero me ha gustado mucho. Según Zizek, “El amor implica confianza absoluta: al amar al otro, le doy el poder de destruirme, esperando que no usará ese poder”. La conclusión que extraigo de esta definición es que, sensu contrario, también ama a la otra persona quien recibe ese poder tan fuerte con el que podría destruirla y elige no hacerlo, incluso en momentos de enfado, discusión o crisis.
Una vez sentadas las bases de lo que entiendo que es el amor, aunque sean unas bases rudimentarias, quiero desarrollarlas recurriendo a una teoría que me ha parecido muy interesante y de la que he tenido conocimiento investigando un poco para este artículo: se trata de la teoría triangular del amor, propuesta en 1986 por el psicólogo Robert Sternberg. Según dicha teoría, el amor descansa sobre tres pilares fundamentales:
1. En primer lugar, la intimidad, que sería la parte emocional de la relación. Se nutre de sentimientos de afecto, confianza y comprensión mutua. La cercanía que se genera propicia la comunicación abierta y el apoyo emocional, los cuales robustecen, solidifican el amor.
2. En segundo lugar, la pasión, que sería la parte física. Atracción y deseo juegan aquí un papel primordial, y aportan intensidad y emoción. Destaca mucho al comienzo de la relación y mantenerla a lo largo del tiempo requiere de esfuerzo y dedicación.
3. Y en tercer y último lugar, el compromiso para dotar a la relación de continuidad, estabilidad y seguridad; superando los retos que surjan durante el transcurso de la misma.
Según Sternberg, el amor es pleno o consumado según su terminología si reúne de forma equilibrada estos tres ingredientes. Lograr una relación sana y satisfactoria requiere de un trabajo arduo y sostenido en el tiempo por ambas partes.
Ahora bien, llegados a este punto, alguien podría decir: ¿realmente merece la pena tener una relación de ese calibre, que exija semejante nivel de lucha, de constancia, de diálogo y cesiones mutuas para llegar a acuerdos, de creatividad para evaluar, cambiar y mejorar lo que haga falta a fin de que la relación crezca y progrese?
Mi respuesta es que sí. Que cada cual construya su vida en libertad, siempre que se ejerza dicha libertad con responsabilidad, responsabilidad afectiva en lo tocante al terreno sentimental, que es el que ocupa este artículo. Y digo sí porque considero que lo que se puede llegar a experimentar en una relación plena es tan maravilloso que compensa sobradamente las partes menos agradables. El Amor, y vuelvo a escribirlo con mayúscula, da sentido a nuestras vidas porque es lo más complejo, bello y bueno de lo que es capaz el ser humano. Serán muchas más, pero yo aprecio cuatro experiencias básicas en una relación amorosa y, aunque yo no pueda compararme con la sabiduría de Baumann, Zizek o Sternberg, esta clasificación de experiencias es de mi cosecha propia:
1. En primer lugar, tenemos las experiencias corporales: los besos, los abrazos, las caricias, el contacto con la piel y la desnudez ajena, hacer el amor… Son maravillosas porque suponen el mayor grado de conexión, de vinculación, de intimidad entre dos seres humanos. Por ello y, siendo un ferviente defensor de la libertad sexoafectiva, faltaría más, he llegado a la conclusión de que su máxima belleza se despliega cuando se llevan a cabo con la persona amada y en un contexto bonito, que contribuya a enriquecer la experiencia.
2. En segundo, la experiencia sentimental: para mí, es el amor puro porque es la parte abstracta del mismo y, al no poder percibirla por los sentidos -aunque pueda producir efectos en el organismo- es más difícil y, por ende, más meritorio sentirla. Hablo del cariño, del respeto, de la empatía… Es el origen y el final de la relación, la parte imprescindible de la misma, sin cuya existencia, técnicamente es muy difícil que la relación perviva. Cuando el cuerpo envejezca, se arrugue, falle, los achaques y las enfermedades aparezcan, los sentimientos suplirán total o parcialmente la parte física de la relación.
3. La tercera experiencia es la que yo llamo convivencial: construir un hogar, vivir juntos día a día, generar complicidades, reírse de las mismas cosas, tener chistes y chascarrillos propios que quizá terceras personas no comprendan, viajar y vivir mil aventuras juntos, asumir el reto de que la rutina y la costumbre no estropeen la magia, conocer las manías y los defectos del otro y aceptarlos, procurarse cuidados y protección mutua, envejecer juntos… Conversando hace unos días precisamente sobre este tema, me dijeron unas palabras preciosas sobre la convivencia que me permito hacer mías: “La convivencia es un viaje fascinante, una danza de adaptaciones, de acuerdos, de momentos especiales y también de pequeñas imperfecciones que nos hacen crecer”.
4. Y la cuarta y última experiencia es la de la paternidad o maternidad: dar vida como materialización del amor existente entre dos personas, crear a un ser humano que antes no existía o hacer un gran acto de amor adoptando a una personita que ha tenido mala suerte en su todavía corta vida es trascender la propia existencia. Cuidarlo, quererlo, verlo crecer y descubrir el mundo que le rodea, educarlo en conocimientos, transmitirle valores, formar entre todos un gran equipo… No creo en la magia ni en los milagros, pero la paternidad y la maternidad me hacen dudar, francamente.
En fin, dicho todo esto, me duele terminar diciendo que veo cómo en este mundo tan ultraindividualista, hiperconsumista y tecnocapitalista, el Amor que yo defiendo está en crisis, cada vez más reemplazado por sucedáneos de mercado, narcisismo, egolatría, banalidad, relaciones efímeras y superficiales, culto exacerbado a la imagen, gamificación del sexo, esto es, la asimilación de que es una suerte de juego o videojuego competitivo en el que hay que batir récords… Quienes no entendemos el mundo del Amor y de los afectos así sentimos cierta orfandad sentimental. Sin embargo, no es el momento de lamentarse pues, como dije al principio, es hora de plantar cara y dar la batalla con todo el ímpetu del mundo.