El “Bien Común” es un concepto tan antiguo como el propio origen de la sociedad. Básicamente describe el conjunto de bienes y objetivos que benefician a la mayoría o totalidad de integrantes de una sociedad y su consecución es uno de los ejes sobre los que pivota el desarrollo de las sociedades humanas, auténtico logro evolutivo desde los iniciales grupos familiares. Según los antropólogos, esta estrategia única en la historia evolutiva del planeta, unir conscientemente esfuerzos en un entorno colectivo para conseguir objetivos comunes que mejoran nuestra calidad de vida y nuestra proyección de futuro, se ha basado en otros rasgos de nuestra evolución, como la adquisición y desarrollo de un comportamiento altruista o la capacidad de ponerse en el lugar del otro, para definir la propia estrategia social de cada cual.
Lo contrario de una sociedad basada en el bien común es una sociedad basada en el bien particular, ya sea de un grupo pequeño de la sociedad, que a través de variadas formas de dominio vive a expensas del resto, o de la mayor parte de la sociedad mediante un individualismo desmedido. En cualquier caso la prevalencia del bien particular sobre el bien común en la sociedad, genera un caldo de cultivo para la injusticia social.
Este concepto de bien común no es contemporáneo, al contrario, ha sido desarrollado por algunos de los primeros filósofos de oriente y occidente. La tradición socrática, desde el propio Sócrates hasta Platón y Aristóteles, plantea el bien común como el objetivo del buen gobernante. El primero hizo de su vida una apología del bien común, incluso en el momento de su propia muerte, cuando siendo injustamente condenado declina la posibilidad del exilio que le ofrecen algunos de sus amigos, porque se siente sujeto al deber de cumplir con las leyes de su amada Atenas. Sócrates promueve la búsqueda del Bien, como destino final del ser humano y fuente de la verdadera felicidad o “eudaimonia”, y ese Bien no es posible si no tiene resonancias sociales.
Posteriormente Platón, desarrolla en varios escritos (“República”, “Leyes”, “VII Carta”) una propuesta de estado que debe garantizar el bien para todos sus ciudadanos, proporcionando lo necesario para que cada cual pueda prosperar y desarrollar las “virtudes” (lo mejor de uno mismo). Y Aristóteles (“Política”) se refiere al ser humano como un “animal social” siendo el Estado la consecuencia de su propia naturaleza, con el objetivo para todos de vivir de la mejor manera posible.
Antes aún, en China, Confucio dedica su vida a promover una forma de organización sociopolítica rompedora frente a los señores feudales de su tiempo: el estado Li u orden social racionalizado, basado en el desarrollo del humanismo y en una sólida ética individual y política, en la que el gobernante filósofo, el hombre Ju, debe buscar el bien común (“Analectas”).
Los principales filósofos estoicos, con enseñanzas plenamente válidas para el ser humano actual, basan su ideal de la felicidad en la vida según la propia naturaleza humana: el desarrollo de la virtud conforme a la razón y en función del bien común.
Son sólo algunos ejemplos del interés que ha despertado el asunto desde el inicio de la filosofía, que ha continuado hasta nuestros días.
Si el bien común es un logro evolutivo, si su búsqueda ha inspirado a multitud de pensadores, ¿por qué es una asignatura pendiente en nuestros días?
En las primeras semanas del confinamiento, la impresión que produjeron en la sociedad los colectivos que estaban en primera línea frente al coronavirus, con su coraje y entrega, dio lugar a la aparición de numerosos mensajes en redes sociales e intervenciones en medios de comunicación, que cristalizaban una esperanza colectiva: después de esta pandemia el mundo será mejor.
Y es verdad que aparecieron muchas improntas positivas entre nosotros. La anomalía, la incertidumbre, el temor, encendió el programa de sentirse un ser social, unido a los demás, y desempolvó muchas actitudes proclives al bien común. Nada que no fuese propio del ser humano, como diría Marco Aurelio, porque somos seres sociales por propia evolución. Por días y semanas nos hicimos eco de la frase del gran Alejandro “de la conducta de cada uno depende el futuro de todos”.
Sin embargo, conforme parece que vamos dejando atrás el famoso pico de la curva, reconocemos la vuelta de comportamientos irresponsables de gente que no piensa en los demás, decisiones negligentes y planes de acción que reflejan no haber aprendido nada. Y los memes y frases alentadoras del principio mutan a frustración indignada y desaliento, que culminan en un estéril y simplón frentismo ideológico.
¿Por qué cuesta tanto trabajo desarrollar este logro evolutivo? No debería sorprendernos, porque también la salud de nuestro organismo es el mejor estado natural del mismo, y sin embargo hay que promoverla constantemente.
No ayuda la fuerte presencia de los intereses particulares de lobbies y del fuerte individualismo, pero no son el único factor, tal vez no siquiera el más importante, aunque sean el objeto de los frentismos políticos de uno u otro signo.
Christian Felber afirma en el prólogo de su “Economía del Bien Común” que históricamente la economía perdió su alma al desprenderse de la filosofía moral, y que para conseguir que se reviertan los intereses particulares a los intereses comunes, es imprescindible devolverle el alma a la economía.
José Antonio Marina y Javier Rambaud (“Biografía de la Humanidad”) consideran que el grado de pobreza extrema, miedo, ignorancia, dogmatismo y odio al otro condicionan el progreso ético de las sociedades. Y estos cinco factores tienen una raíz esencialmente moral.
Hay una permanente referencia a lo moral en las reflexiones sobre el desarrollo de la sociedad y la posibilidad de dirigirla a otra versión en la que no se repitan errores del pasado, basada en la idea del bien común, no va a ser posible sin el desarrollo de valores morales por parte de todos. Esta condición es inexcusable según la mayor parte de los pensadores. La consolidación del bien común no depende sólo de decisiones y programas políticos, sino también de la actitud general regida por valores morales.
Los valores morales no son exclusivos de un sistema de creencias o ideología determinada, sino que constituyen la culminación de determinados conocimientos adquiridos por el ser humano. Aristóteles distinguía entre virtudes intelectuales, aprendidas desde la enseñanza, y virtudes morales, adquiridas con la práctica. Las primeras son útiles por sí mismas; por ejemplo el estudio de la historia es útil en sí mismo si quiero evaluar el momento actual, el estudio de la geografía y costumbres de un lugar es útil en sí mismo si quiero planificar un viaje. Sin embargo, las segundas requieren, además de su conocimiento la puesta en práctica; por ejemplo, uno puede llegar a conocer el concepto del altruismo y admitirlo como válido, pero si no llega a ponerlo en práctica, es completamente inútil. Lo mismo ocurre con la honradez, la generosidad, la lealtad, la responsabilidad, el compromiso, la compasión, etc. Son valores morales, no porque provengan de un código ético determinado, sino porque son valiosos y surgen con la práctica.
Volviendo a la sentencia de Alejandro Magno, si vamos orientando la conducta con valores morales el futuro de todos se irá acercando al escenario al que tienden dichos valores. Si por ejemplo, el valor moral es la generosidad, el futuro se acercará a un espacio social solidario; si se trata de la responsabilidad, el escenario será el de una sociedad fuerte y responsable; si hablamos de la honestidad como valor moral, nos acercaremos a una sociedad más ética y menos corrupta. A mayor número de valores morales consolidados, la sociedad se vuelve más robusta y capaz de proporcionar a sus ciudadanos los recursos necesarios para desarrollar lo mejor de uno mismo, el bien común.
Los sociólogos saben que para que una sociedad se decante hacia un determinado cambio, es necesaria una masa crítica que propicie ese giro, un número mínimo de personas que lo catalicen. En otras palabras, la consolidación de estos valores morales en suficiente número de personas, inicia cambios en las costumbres dando lugar a un nuevo estilo de vida. Y aquí radica el germen de una sociedad mejor.