¿Recordáis el “mito de la caverna” de Platón? Describía cómo en el interior de una gruta había un grupo de seres humanos encadenados al suelo, y que no conocían otra realidad que las sombras proyectadas en las paredes, de los objetos que los “amos de la caverna” pasaban frente a una linterna. Esa idea, la de tomar por real lo que sólo es una sombra, es el terrible tributo que se paga cuando en su momento abrimos de par en par las puertas de nuestro tiempo a lo “on-line”.
No voy a demonizar la realidad virtual de internet, es evidente que es útil en innumerables campos de la vida cotidiana, tanto, que nos resulta difícil de imaginar una vida occidental sin estar conectados a la red. Estas mismas palabras las estás leyendo on-line.
Pero como sentenciara la máxima estóica, “Nada en exceso”, lo positivo se torna nocivo cuando sobrepasa los límites tolerables. ¿Qué límites puede tener nuestra atención on-line? Cuando hago en la red lo que podría haber hecho de forma directa. Por ejemplo, si relleno on-line un formulario de un ministerio, me he ahorrado un trámite físico, al que hubiese tenido que dedicar un tiempo; pero si sustituyo la conversación directa con una persona por un entrecruzamiento de mensajes cargados de palabras partidas y “emoticonos”, he arruinado una posibilidad de comunicación real.
La clave no es la red, la clave es el tiempo. El bien más preciado de nuestra existencia es el tiempo, porque siempre y para todos, será insuficiente. Llenar todo lo posible nuestro tiempo de vivencias plenas de sensaciones, sentimientos, pensamientos; tocar el tiempo de los demás al compartir nuestras experiencias en momentos reales, eso proporciona una plenitud que no se alcanza on-line.
La existencia on-line vuelve plana lo que debería ser una vivencia en todas las dimensiones. Es como meter la cabeza en un cubo, y expresarse con otras personas que también llevan la cabeza en un cubo. ¡Qué ridiculez de comunicación!
De todos es conocido (porque a todos nos está pasando) que cada vez dedicamos más tiempo a estar on-line, en redes sociales, grupos, chat, etc. Y nosotros mismos, sin necesidad de demasiadas explicaciones de especialistas, comprobamos cómo se reduce nuestra vida social, se reduce el contacto físico con otras personas, se reducen y simplifican los temas de conversación, se produce el incómodo silencio de no saber qué decir delante de un amigo, mientras suenan los mensajes que entran al móvil. Comprobamos cómo se reduce nuestra capacidad de concentración, porque ese mensaje que entra tengo que verlo “ya”. Comprobamos cómo se empobrece nuestra capacidad de expresar sentimientos, experiencias, sensaciones, a fuerza de reducir nuestro vocabulario, que es sustituido por caritas redondas de las que sale un corazoncito rojo por la boca. ¿De verdad pretendo expresar mi afecto como hijo, mi afecto como padre, mi afecto como amigo, mi afecto como amante, con la misma carita?
Propongo que vayamos recuperando momentos “off-line”, nuestra vida fuera de la red, reduciendo, evidentemente nuestra presencia prescindible de la misma.
¿No te gustaría recuperar los momentos off-line de lectura, que te arrebató “whatsapp”? ¿No te gustaría recuperar las risas sonoras y gesticulantes contando cualquier tontería con los amigos, y dejar de sustituirlas por muñequito del que salen dos lágrimas de los ojos? ¿No preferirías ir de verdad a los sitios en lugar de ver vídeos y “post”? ¿No añoras poder dialogar en presencia de la gente, aclarar al instante cualquier malentendido en una conversación en tiempo real, cara a cara?
Te propongo una pequeña revolución, un acto de rebeldía mucho más relevante de lo que podamos sospechar. Recupera los momentos de tu vida real que nos arrebató la “no-vida on-line”. Al final, cada minuto cuenta.