Se ha marchado Rafael Valera. Casi sin hacer un ruido. Diría que se ha ido con una toná y martinete, aunque dada su socarronería lo más razonable es que lo haya hecho con una seguiriya o por bulerías. Y eso sí, con su inseparable puro entre los dientes.
Sabía como tantos otros que en los últimos tiempos andaba tocado en su salud, pero creía también como la mayoría que era algo pasajero, nada que no curase un vino del ‘Gorrión’ y un cantecito.
No puedo decir que frecuentara su compañía, pero sí que le conozco (perdón, que le conocía) desde hace muchos años. Obviamente, a través de mi padre, cuando la Peña Flamenca no era lo que es ahora, y asociado siempre a Leo, al que la enfermedad visitó temprano y para quedarse.
Eran aquellos tiempos en los que el local de la calle Maestra, desangelado y con una pequeña barra al fondo a la izquierda, bullía en la noche del Jueves Santo. Cuando era lugar de reencuentro con aquellos jaeneros que vivían fuera y no faltaban a la cita con “El Abuelo”.
Yo iba con mi padre, con Carmelo y con algún ‘santo bebedor” más. Y si la memoria no me falla eran habituales el hermano de Carmelo, Rafa, que venía de Sevilla a sacar el paso, Luis Gallego, que venía de Madrid, o el “Tito Adri”, que creo era el encargado de la barra de la Peña en aquella época. También era habitual ver por allí a Rosario López, antes de acudir al cantón de Jesús a cantarle en la madrugá una saeta al Señor, y al hermano de Juanito Valderrama.
Años después, cuando regresé como periodista, volví a toparme con Rafa Valera. Y a conocerle a través de Fernando Arévalo y de Pedrito Garrancho, que me contaba aquellos días de Radio Cadena Española; incluida la compra de discos en Galerías Preciados con el entrañable Teo, al que aprendí a recurrir hasta su jubilación cuando era yo el que quería adquirir un disco. Primero en Galerías y en su última etapa, en El Corte Inglés de Navas de Tolosa.
Tengo (tenía, en realidad siempre lo tendré) a Rafa Valera como un hombre cabal. Igual que había y hay flamencos cabales. No solo por su comportamiento en la Peña Flamenca, facilitando a cualquier periodista su trabajo e ilustrándolo sobre los artistas que se iban a subir esa noche a las tablas. Lo evoco con su pachorra, el puro y esa citada socarronería en una noche en que el artista era ni más ni menos que Antonio Núñez “El Chocolate” y la encargada de entrevistar al cantaor para Diario JAÉN aquella noche era mi santa. Como era una enciclopedia viva y andante del flamenco (basta con leer sus piezas en la revista “Candil” o las posteriores en Diario “Ideal”) le recetó la biografía completa del artista y antes de presentárselo le dijo: y ahora cuando lo veas sabrás porqué le llaman “El Chocolate”. Solo había que mirarle a la cara.
Lo tengo por un hombre cabal sobre todo por una anécdota que protagonizamos ambos y que refleja cómo era Rafa.
Hubo un tiempo en que al anochecer yo bajaba la avenida de Granada hasta las instalaciones de RTVE a ver y a hablar con Fernando Arévalo, el director de la casa. Me decía, niño, baja sobre las nueve que a esa hora estoy ya solo y así no nos molesta nadie. La cosa es que una de esas noches o yo bajé antes de hora o Rafa salió más tarde de la suya. O ambas. El caso es que Fernando le dijo, muy serio: Rafa, él no está aquí y no ha estado aquí. Creía Fernando, sin que yo nunca haya sabido el porqué, que aquellas visitas podían perjudicarme. Y a partir de ese momento, en alguna otra noche en que coincidimos en la emisora, Rafa me miraba, se señalaba con el dedo de una mano y con la otra hacía el gesto de cerrar su boca.
De aquellos encuentros solo quedo yo como testigo. Y que yo sepa, hasta hoy solo sabían de ellos dos personas a las que yo se lo dije en su día. Para mí fue una etapa de aprendizaje y confidencias. Tenía la cuita Fernando de que mi padre no había querido concederle una entrevista para la desaparecida revista “Al Sur”. Yo sabía porqué no se la había concedido y sin entrar en muchos detalles le explicaba a Fernando que mi padre decía algo que para un periodista es terrible y es “que el que pregunta se arriesga a que le manden a tomar viento (dicho con finura) o a que le mientan”. Lo cierto es que mi padre era más pudoroso de lo que muchos puedan pensar y creía que nadie iba a creer aquellas correrías en Madrid con Rita Hayworth, con Ava Gardner, con Dominguín, con Paco Camino, con el “Tío Micky” y con tantos otros. O aquellos encuentros con Hemingway en la barra de Chicote (decía mi padre que nunca había visto beber whisky a nadie como al escritor estadounidense. Y eso viniendo de mi padre no dudo de que era un elogio). Y mucho menos creerían el episodio vivido en Londres con el gran Xavier Cugat y su santa de entonces, Abbe Lane, que algún día revelaré.
Para completar mi instrucción sobre mi progenitor, Fernando Arévalo me puso al día de sus andanzas conjuntas en las noches jaeneras, en tabernas, en algún night club y en garitos escasamente recomendables, muchos de ellos ya desaparecidos. A la par aprendí bastante sobre los personajes que en esa época dominaban la vida política, empresarial y social jiennense, con el correspondiente mote con el que Fernando bautizaba al personaje en cuestión.
En aquellas noches tuve ocasión de ser testigo privilegiado y único de numerosas conversaciones telefónicas con muchos de aquellos ‘mandarines’. Fernando no necesitaba salir de su despacho para estar informado de casi todo lo que ocurría en Jaén y provincia e incluso en algunos despachos de Sevilla o Madrid. Se arrugaba ante el cara a cara, pero desde el teléfono era el amo.
No lo había contado nunca. Hasta ahora. Igual que Rafa Valera, que guardó tan bien el secreto que se lo ha llevado hasta la tumba. Un tipo cabal; de esos que cuando se va te das cuenta que de alguna forma se te ha quedado dentro.
Foto: Rafael Valera Espinosa. (Recogida de IDEAL).