La prospectiva es la ciencia que se dedica al estudio de las causas técnicas, científicas, económicas y sociales que aceleran la evolución del mundo, y a la previsión de las situaciones que podrían derivarse de sus influencias conjugadas.
En la edición de este año de Diana Esade, cuya actividad se centra en comprobar el acierto de las previsiones que cada año son elaboradas por organismos económicos que componen el panel de la Fundación de las Cajas de Ahorros (FUNCAS), se incluye un informe que ha analizado 25 previsiones publicadas en 2020, que anticipaban los datos estimados de cierre de la economía española en ese ejercicio. Los resultados no pueden ser más clarificadores ya que, a pesar de que los vaticinios estaban referidos a un corto plazo, de las 25 previsiones enunciadas sobre la evolución del PIB, solo uno apostó por una contracción muy aproximada al dato real que finalmente publicó el INE.
Es verdad que cualquier pronóstico, aunque pueda estar basado en comportamientos y tendencias plausibles, está supeditado a la inconstancia de la dinámica local y global que, a su vez, en un buen número de posibilidades, no responde a normas ni secuencias previsibles, como ha demostrado el aciago periodo actual, y, de otro lado, no olvidemos que la parte más importante de una reconstrucción, como la que se requiere en estos momentos, debe empezar por consolidar los cimientos actuales y, en este caso, todavía está por ver en qué estado quedarán los soportes cuando, finalmente, podamos dar por superada esta crisis.
Este es el caso de la Agenda 2050, ya que si bien, puede pretender trazar una ruta que sirva de guía para encauzar adecuadamente los esfuerzos futuros que el Estado debe desarrollar en todos los ámbitos de la dinámica socio-económica, la veleidad de los hechos reales imprevisibles le arrebatan toda la credibilidad, convirtiéndole en una ensoñación sin apenas fundamento. Y, por otro lado, en una coyuntura tan tremendamente trascendental como la actual, parece algo elemental que en un ejercicio de prospectiva, tan decisivo como se pretende, no debería excluirse al Parlamento para el diseño de este plan ni tampoco, previamente, para confeccionar el programa español de los fondos europeos, lo que pone de manifiesto las disfunciones de la interlocución entre el Gobierno y el resto de los actores políticos del país, seguramente porque, en el fondo, la intención del Gobierno, es que el documento responda a una visión muy próxima a su ideario, cuando en buena lógica, tratándose de una propuesta a tan largo plazo, debiera estar consensuada por la anuencia del Parlamento, para que efectivamente pudiera contar con el compromiso de ser seguida en el futuro por otros gobiernos de diferente color.
Así asuntos tan trascendentes como el estado final de la actividad económica, la tasa de paro, la situación y regulación del mercado laboral, la reforma ineludible del sistema de pensiones, las necesidades reales de la sanidad pública, la necesaria concepción de la eficiencia en la gestión pública, el asunto catalán….Entre otras, pueden dar al traste en tan extenso ciclo con una prospectiva tan sumamente sometida a inflexiones imprevistas.
Foto: Pedro Sánchez, en la presentación del Programa 2050.