Fue en Padua, ciudad italiana donde estuve de Erasmus, la única vez en mi vida que me he montado en un tranvía. La necesidad nos llevó a ello, pues hasta entonces el tranvía paduano no dejaba de ser el gran peligro que había que evitar al deambular por las calles. Más de una vez casi nos llevó por delante.
Por aquel entonces bromeábamos –ilusos nosotros- que estábamos entrenando para ir haciendo el cuerpo de cara al flamante tranvía que tendríamos en Jaén de manos de la alcaldesa Carmen Peñalver.
Del tranvía de Jaén mucho se ha escrito. La hemeroteca está llena. Y se seguirá escribiendo, porque sigue generando comentarios, críticas, controversias y disgustos.
En el tiempo en que nuestro tranvía se dejó ver (o más bien lo dejaron ver) yo ni me monté. Es más, tan sólo llegué a verlo una vez en acción. Andaba yo en la puerta de las Hermanitas de los Pobres en pleno Paseo de la Estación, hablando tranquilamente con un conocido, cuando repentinamente, como si de un misil se tratase, un ruido tremendo se cargó de cuajo nuestra conversación. El tranvía se hizo presente ante mis ojos y para la posteridad ha quedado ese recuerdo fugaz de ver en pleno centro de Jaén al celebérrimo tranvía.
Siempre fui receloso de ese proyecto. Nunca pensé que Jaén precisara de algo así y en lo que a mí respecta, poco uso le hubiera dado pues exceptuando el Hospital Princesa –en caso de necesidad- el tranvía no me llevaría a ninguno de los lugares donde mi vida diaria se desarrolla.
Pero lo que son las cosas…a estas alturas he acabado siendo uno más de esos muchos jiennenses que aprovechan parte del trazado para lo que ahora llaman running y siempre fue correr.
Por analogía he acabado asumiendo que en Jaén nuestro particular circuito urbano específico para correr lo constituyen las vías del tranvía. Si en Valencia disponen del cauce del Turía, si en Gijón habilitaron un espacio al que llaman “Kilometrín” cerca del estadio del Molinón, en Jaén hemos hecho lo propio subiendo y bajando por el césped artificial del tranvía que un día tuvimos y ya no hemos vuelto a tener.
Correr por ahí me ha llevado a conocer ampliamente cómo funcionaría el sistema tranviario de Jaén. Pero también me ha evidenciado el tremendo desastre que ha originado su castigo a cocheras hasta nuevo aviso.
Ese pseudo circuito de running que han acabado siendo las vías del tranvía es también un estercolero comunitario. Plagado de mugre, restos de piezas de vehículos, cristales de botellas y no pocos excrementos caninos…y no tan caninos, porque el otro día sorprendentemente me encontré las boñigas de un caballo. Como si hubiera quien aprovechase también aquello de corredero para hacer acoso y derribo…
Y en no pocos tramos, faltan trozos de césped artificial que a buen seguro estarán en la casa de más de uno que en lugar de ir a Leroy Merlin le ha metido la tijera al césped tranviario, y en su casa presumirá de lo barato que le ha salido embellecer el jardín, la terraza o su pasillo.
¡Y no pasa nada! ¿Qué va a pasar? Si mientras el tranvía siga enchiquerado en Vaciacostales, sin perspectivas de funcionar, aunque el paso del tiempo haga mella en el abandono de toda su instalación, y la mentalidad de quienes ven en lo ajeno un sírvase usted mismo, la obra faraónica jamás conocida en Jaén nos seguirá sacando los colores cuando veamos a foráneos que nos preguntan cómo es posible que en esta ciudad los jiennenses aparquen sus coches en plena vía tranviaria, ya sea para recoger a los niños del colegio, para comprar patatas en Casa Paco o tomarse plácidamente un helado de tres bolas en las heladerías que hay en el Paseo de la Estación.