El obituario es un gol a puerta vacía, farfolla literaria, periodismo de salón. A mí los obituarios que mejor se me dan son los que no escribo. El de Paco Robles, por ejemplo, que se recupera a lo grande de ese hachazo invisible y homicida que, en palabras de Miguel Hernández, se llevó como del rayo a su amigo Ramón Sijé. Morir como del rayo es poético, no digo que no, pero hay más lirismo en un parte médico esperanzador que en una bandera a media asta.
Robles se ha enfrentado a la muerte con el arma predilecta de la muerte, el factor sorpresa, que es como enfrentarse a Pedro Sánchez con el embuste, su mejor arma. Frente a la muerte súbita, la vida súbita. Si el ictus, ese asalariado del ataúd, le llegó de improviso, de improviso le llegó al ictus la recuperación del periodista, ese asalariado del cielo, quien, cuando ya estaban preparados los pésames, forzó la sustitución del epitafio por el milagro.
Enfrentarse a la muerte en su terreno no es fácil porque para ver la luz al final del túnel hay que atravesar el túnel y no todos saben orientarse en la oscuridad. Hay que tener vista aguzada, instinto de supervivencia y fe para salir de allí como lo ha hecho Paco, que ha retornado a su escritura de Siglo de Oro, afilada e irónica. Y triunfante. Sé que no es bético, así que no creo que le moleste la comparación: la muerte, ante Paco, es Cardeñosa ante Brasil.
Foto: El periodista sevillano Paco Robles.