Para ningunear a Dios, Sánchez prescinde en su felicitación pascual de la palabra Navidad, al modo que el ingeniero hidráulico de izquierdas prescinde de la palabra pantano para ningunear a Franco. Al equiparar el trato al Omnipotente con el trato al invicto el presidente pretende ganar la batalla del Ebro sin pegar un tiro y la del mar Rojo sin rezar un Credo. Para la primera victoria le basta con exhumar a Franco, pero ¿cómo exhumar al Resucitado?
Como los progresistas, sepulcros blanqueados, no captan el misterio de la tumba vacía arguyen que la fosa está por estrenar. O asocian a su morador al fascismo para que el ganado lanar que en España oficia de votante crea que la Navidad es facha y que Dios es de derechas. Que Dios no es de derechas lo demuestra Jesús al aludir a la dificultad del joven rico para llegar al reino. Y que Dios no es de izquierdas lo demuestra Jesús al amar al potentado Zaqueo.
El método de la progresía para desacralizar la Navidad es similar al del pivote que acaba de una tarascada con el desborde de Messi. La violencia es una forma de impotencia que la progresía ejerce contra el catolicismo porque es incapaz de frenarlo por las buenas. En su descargo hay que decir que resulta lógico que la Casa del Pueblo envidie a la Catedral de Burgos: frente a la magnificencia gregoriana del Feliz Navidad su Felices Fiestas suena a verbena de pueblo.