Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / ¨Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen¨. Esta frase, que pronunció Jesús, en el tormento de su cruz, contiene las palabras más hermosas de la historia.
Al declinar la tarde y después de acudir con la diligencia debida de un buen padre de familia al camarín de los cantones, donde he rezado a Jesús; he vuelto sobre mis pasos a la Plaza de Santa María. La Catedral, con su belleza de lienzo antiguo, nunca deja de sorprenderme. Sus balcones cuelgan ágiles como las nubes en un día de azul cielo. La piedra lleva cobijando durante siglos, todas las promesas del pueblo de Jaén.
Pasear por las naves de la seo, es un ejercicio de salud mental, que alivia las cargas de nuestros corazones. Alzar la vista y contemplar la templanza de sus bóvedas, es hallar el camino en el que buscamos la íntima conexión con el Creador.
Si, a todo lo anterior, lo acompañamos con la más acertada de las artes, la música; la paz es la flor que nos llevamos al descanso de la noche.
El genio austriaco de Haydn, a pesar de la dificultad del encargo de un cura erudito de Cádiz, supo plasmar musicalmente el sufrimiento del hijo de Dios, en el Gólgota.
Esta noche, al tiempo que el ocaso merodeaba por los montes de la Sierra, los violines han sucumbido a la belleza de las partituras creadas por el maestro y padre de la sinfonía.
El coro de nuestro templo mayor ha acogido la interpretación de Las Siete últimas palabras de Cristo en la Cruz, en la versión para cuarteto y soprano del maestro y recientemente fallecido José Peris. El concierto, igual que el lugar en el que se ha celebrado, ha sido brillante. La armonía creada entre el virtuosismo de los violinistas y el buen hacer de la soprano, ha adornado las alturas catedralicias.
La voz de Marta Illescas de la Torre, a pesar de la dificultad que conllevaba la obra, ha recorrido majestuosamente los pasillos de la catedral y sus notas han sido como rosas que aliviaban el sufrimiento de nuestro Señor. La paz serena de su canto ha calmado el espíritu de los allí presentes.
El aplauso final, mientras pisaban el suelo de los canónigos, ha sido totalmente merecido.
El dilema surgió después de ver tal espectáculo. Era necesario hacer algo. Y con la celeridad, que obligan estas situaciones, me he dirigido a la Capilla del Cristo de la Buena Muerte, y con la humildad del que está aprendiendo a escribir, le he recitado este poema:
Asomas ágil, cruz de amor y vida.
Señor, tus manos brillan, luz divina.
Ligero el viento, su fulgor domina.
La tarde cae sola, pronto olvida.
Abajo sombra y tierra, el Hijo, llora.
La pena grita, mala viene su hora.
Detrás sin tregua, la Madre suspira.
Jaén entera su belleza vela.
Campanas sueña, siempre lo recuerda.
Abril de luz, la rosa al alba vuela.
La Buena Muerte eterna vida acuerda.
Martirio Santo, ¡qué nunca duela!
La plaza duerme, suena dulce la cuerda.
Foto: Una imagen del Concierto de Cuaresma celebrado en la Catedral. (Fundación Caja Rural).