(A propósito del Reglamento UE 2025/89, sobre harina obtenida de larvas del gusano Tenebrio molitor)
Por José Ángel Marín /
Creo que he mutado en carcamal. Y no me lo explico. No acierto a determinar cuándo tuvo lugar el tránsito. Lo cierto es que encuentro cierto paralelismo entre mi metamorfosis en carca y la novela de Kafka (1915). Me veo en el trance de Gregorio Samsa mudado en insecto monstruoso de innumerables patas pilosas, con el abdomen abombado y en lugar de espalda un caparazón de quitina como exoesqueleto, chasqueando unas mandíbulas arponadas tan fuertes como extrañas. Y, claro, mutaciones así desatan un drama no solo personal. La cosa tiene su miga mitológica pues, como en el libro, me identifico en ese combate alegórico entre el hombre y un mundo nuevo -muy moderno, modernísimo-, que lo avasalla y lo borra, que lo cancela –como se diría hoy-.
Algo no encaja, y pende sobre mí la sospecha del converso, del que deviene en retrógrado ultramontano. Reniego de tal deriva y empiezo a buscar causas de semejante mutación. Por ahora, he encontrado una: Resulta que por mucho que impongan la moda, no veo la gracia a comer carne de impresora, ni entro al trapo del pescado sintético, incluso soy reacio a sustituir la leche por zumos de corcho o por esas ‘bebidas de ceregumil’ que tanto recomiendan, cuyo sabor irresistible y textura cautivadora ponen la mosca detrás de la oreja.
Quizá estas rigideces mías se deban al envejecimiento que todo lo acartona. Y, por eso, me ha dado por cavilar sobre este mundo sin personas que programan las altas esferas. Ya sé que apacentar ovejas es más cómodo que pastorear gatos, y que el gobernante siempre prefiere borregos. Sí, me consta que vivimos tiempos procelosos, que atravesamos una de esas épocas raras en las que lo inaudito adquiere carta de naturaleza, y si no entras por el aro, se te cancela y punto.
No obstante, y al hilo de la comida, reparo hoy en un rumor que lleva meses recorriendo las redes sociales y algunos medios digitales: la Unión Europea (UE) estaría planeando obligarnos a consumir harina de gusanos y fécula de gorgojos varios. Y ello conecta con lo de antes, con que nos la cuelen en la manduca (por cierto, no se pierdan la película Soylent Green (1973), traducida como Cuando el destino nos alcance). Lo digo por eso de incorporar “novedades” a la dieta mediterránea. Menos mal que National Geographic ha publicado que este alarmante rumor es una trola, falso de toda falsedad, como así se ha apresurado a ratificar la Comisión Europea, que insiste en que se trata de un bulo creado para generar rechazo y desconfianza hacia la evolución de nuestra alimentación.
Sin embargo, como milito en la cofradía de los escépticos, lo que me pregunto es qué habrá de verdad en todo este tamareo.
Lo cierto es que la UE ha autorizado la comercialización de productos derivados de insectos siempre bajo estrictas regulaciones –dicen-, y con un criterio básico que llaman transparencia, y sin que intervenga ningún lobby, por supuesto. Entonces me he quedado mucho más tranquilo. Y más aún cuando la UE proclama que no forzarán a ningún currito a masticar bichos, y que estos se consumirán voluntariamente. Y ya la tranquilidad me inundó el cráneo al ver que la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), asegura que cualquier producto que contenga néctar de piojos, orugas y sus derivados, deberá indicarlo en su etiquetado; etiquetado que –añado- nadie lee, y no porque haya mayoría de analfabetos (que ese es otro tema, al confundir analfabetos con ignorantes), digo, que quizá nadie lee la puñetera etiqueta porque alguien se encarga de que la letrilla que lo indica sea microscópica, más diminuta incluso que los ácaros de marras que nos venden. En fin, que los gusarapos aparecerán –dicen- entre sus ingredientes con nombres, apellidos y foto de carnet. Menos mal, uf, me quedo mucho más tranquilo. Ni punto de comparación.
No obstante, eso de que la UE de validez a la comercialización de mejunjes derivados de larvas, me da todavía qué pensar por mucho que se afanen en relatos de que eso será bajo estrictas regulaciones y con cristalina transparencia. No digo yo que sea sencillo, o improvisado, el trámite para que un nuevo alimento llegue a nuestras mesas. Claro, antes de que cualquier producto a base de gusanos pueda ser explotado en la UE, debe superar un riguroso proceso de evaluación científica liderado por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Este organismo recién llegado del Olimpo, celoso como es de lo suyo, analiza y vela por el consumo humano y, lógicamente, marca las condiciones de etiquetado y venta del potingue. De perlas, sin duda.
Bien, pues en este contexto, se ha aprobado el Reglamento UE 2025/89, que pone en el centro de atención a la harina obtenida de larvas del llamado gusano de la harina (Tenebrio molitor). Se trata de una molienda tratada con radiación ultravioleta y –seguramente- con agua de rosas recién traída del país de Jauja para garantizar su esterilización. El Reglamento que cito, como es tan sesudo, despeja cualquier duda sobre la lista de entomólogo que deberá aparecer claramente entre los ingredientes, con todos sus perendengues y su denominación técnica, además de advertencias sobre remotas reacciones alérgicas (aviso a sensibleros). Recordemos –y nunca se olvide- que la UE comercializa insectos por nuestro bien y con fines alimentarios desde 2015, pero como el ciudadano medio no traga del todo con esta moda culinaria, hemos tenido la enorme fortuna de que algunas mentes preclaras, hayan incluido el tema entre la normativa comunitaria para darle mayor verosimilitud.
No digo que sea una excentricidad (aunque tiene pinta). Lo que me pregunto es qué aporta el asunto insectívoro a la dieta mediterránea que conocemos, tan salutífera ella y que tantas satisfacciones da a propios y extraños. Me cuestiono sobre si está en nuestra cultura semejante esnobismo.
Es probable que echen mano del socorrido ‘omega-3’, de los ventajosos aminoácidos y todo ese apostolado barato, incluso puede que unten a algún gurú gastronómico para que cante las bondades del tema entomófago. Loas y bendiciones que se verán amplificadas exponencialmente cuando desde el escenario eurovisivo, recurran al nulo impacto ambiental de la nueva dieta insectívora y, desde luego, a su mayor eficiencia nutricional. Será entonces cuando se sumen a la ola no solo los catacaldos habituales, sino que quedarán reclutados y fidelizados los ecologistas más beligerantes, puros y sin tacha. Poco después se unirá a la moda la población lironda; y una vez convencidos el grueso de consumidores, solo habrá que mantener a punta de gas esa llama encendida sobre lo benéfica y ecológica que es la dieta de larvas; tanto que genera hasta un 80% menos de emisiones de gases de efecto invernadero (nada que ver en la comparativa con los flatulentos pedorros vacunos de la ganadería tradicional). Entonaremos entonces, y todos a coro: bienvenidas sean las nuevas costumbres alimenticias, pues además de sostenibles son inclusivas. Nadie se resistirá ya a que los insectos conquisten los paladares europeos. Aunque, debo indicar que es posible que alguna voz discrepante se oiga procedente de los sectores animalistas más puritanos, esos que consideren que los de seis o más patas (perdón, piernas) también son criaturas con derechos subjetivos y que, desde luego, no merecen el maltrato de un sofrito con ajos.
Así las cosas, el futuro gastronómico quizá no sea del todo apetecible. Ignoro si, con el tiempo, nos chuparemos los dedos ante un plato de coleópteros en su salsa. Hasta es probable que el asunto sea solución para ir acabando con las plagas de cucarachas, las que, sabiendo que les espera la sartén, se pensarán dos veces si les conviene pisar nuestra despensa.
En fin, ya empiezo a sentir nostalgia de las ganaderías que serán sustituidas por granjas de rollizos ácaros y por laboratorios se carne sintética. La reconversión del sector agropecuario está a la vuelta de la esquina. Y poca broma con eso de confiar nuestra dieta a negociantes de dudosa raíz, cuyos procesos productivos son un enigma guardado bajo siete llaves. Es curioso que sepamos poco de la industria de alimentos sintéticos y, también poco, de los criaderos de larvas, casi nada de dónde están esos laboratorios de artificios, mientras que de ganaderos y agricultores sabemos hasta qué pie calzan.
Acabo con un aforismo: Los experimentos, con gaseosa. Y –cabría añadir- si van a ensayar que lo hagan con su cuñado. Convencido estoy de que no es de recibo poner pegas al futuro, salvo que venga disfrazado. Por el momento prefiero mantel ante un huevo de cortijo y no del cartucho de una impresora.
José Ángel Marín
21 marzo 2025
Foto: Gusano de la harina para el consumo humano. (Profesional AGRO).