Por PEDRO MOLINA ALCÁNTARA / Hace pocos días fue 23 de febrero, por lo que se cumplieron cuarenta y tres años del intento de golpe de Estado perpetrado contra la democracia española. Como cada año, me interesé por este triste episodio de nuestra Historia reciente y engullí algunas lecturas, entrevistas, reportajes y documentales al respecto. Todo ello me hizo reflexionar en profundidad y me reafirmé, por enésima ocasión, en tres relevantes conclusiones:
En primer lugar, me alegro mucho de que semejante barbaridad fracasase. Pero mucho, mucho. La democracia no está exenta de numerosas imperfecciones y es muy saludable señalar las injusticias, movilizarse y proponer soluciones. Ahora bien, me tranquiliza vivir en un país en el que ni yo ni mis seres queridos ni nadie va a tener problemas con la ley por sus ideas, siempre que se expresen pacíficamente, ni por su forma de vida, siempre que sea respetuosa con las demás personas.
En segundo lugar, me siento orgulloso de mis convicciones socialdemócratas y de la forma en la que defiendo esas convicciones. Me jacto de no considerarme en posesión de la verdad absoluta, de respetar a quien no piensa como yo y de incluso darle la oportunidad de persuadirme. Defiendo mis ideas con firmeza e incluso con vehemencia pero procuro no esgrimirlas como muro contra nadie ni como arma arrojadiza. No siempre lo consigo porque no soy perfecto, pero procuro mejorar como ser humano, crecer, evolucionar. Además, me reconozco el derecho de cambiar de opinión, faltaría más.
Y en tercer y último lugar, me reafirmo en la necesidad de abrazar la moderación, huyendo así de los extremismos políticos. Tengo la impresión de que palabras como diálogo o consenso suenan muy bien de cara a la galería pero, en la práctica, la polarización gana terreno. Me inquieta una sociedad en la que cavar trincheras resulte más sexy que tender puentes: las simpatías por algún lugar del espectro ideológico y por alguna formación política son muy respetables -yo acabo de reconocer que me declaro socialdemócrata-; no obstante, frente al relato maniqueo de que “los míos” son siempre virtuosos y “los otros” son lo peor, una pandilla de chorizos y vagos; yo me posiciono en una zona más templada ¡Vaya, me han sonado bien esas últimas palabras, puede que mi próximo artículo se denomine así!