Por IGNACIO VILLAR MOLINA / La labor de intermediación de los bancos en la actividad económica resulta imprescindible hasta el punto de que forma parte de todas las decisiones económicas importantes, e incluso en muchos casos trascendentales, de nuestras vidas, convirtiéndose, por otro lado, en el sistema circulatorio financiero de cualquier país. Pero, a pesar de que la sociedad les haya reconocido ese grado de contundente proporcionalidad en el ámbito económico, el sector no ha conseguido, a lo largo de su dilatada existencia, transmitir los efectos benéficos para la ciudadanía y su rol como dinamizadores de la actividad a través de la concesión de crédito en la economía real, ni ponderar suficientemente el valor de sus clientes que no sea la rentabilidad que aportan. Todo parece indicar que el objetivo de la actividad de intermediación del sector bancario guarda una profunda relación con los principios tradicionales que establecían que la gestión de la empresa debe estar primordialmente alineada con la obtención del máximo beneficio para el accionista (shareholders), obviando el concepto stakeholders, que exige como parte esencial del núcleo empresarial la importancia e implicación de los accionistas, trabajadores, clientes y proveedores, sin olvidar a la sociedad en general.
La reciente publicación de los resultados de los bancos más importantes de nuestro país abundan claramente en esta dirección, ya que según los datos conocidos en 2023 alcanzaron más de 26.000 millones de euros, suma que representa un 26% más que en 2022, año en el que también contabilizaron unos holgados dígitos hasta 20.849 millones, un 28% más que en 2021. El buen tono que reflejan estos datos se extiende a las previsiones de beneficios para el actual ejercicio si nos atenemos a las manifestaciones de los diferentes ejecutivos en el momento de presentar estas cuentas, ya que han expresado su absoluta confianza con respecto a la continuación de una etapa de holgada comodidad para sus intereses, lo que, en definitiva, parece indicar que este período pueda convertirse en uno de los mejores de su historia. Aunque en este aspecto muchos analistas estiman que el repliegue del Euribor, en consonancia con un cambio de sesgo bajista de los tipos de interés, se frenó en el último trimestre del pasado año al agregar sólo el 0,058% cuando desde que tocó suelo ese indicador en 2021 ha crecido hasta conseguir una media del 3.2% en 2023.
Con independencia de la euforia que muestra el sector, las valoraciones en torno a sus estados financieros deben ser evaluadas también por cada uno de los públicos interesados (stakesholders), ya que en definitiva son parte fundamental de su negocio sobre los que se asienta su gestión y los resultados de la misma. Así tenemos que coincidir que los accionistas, como primeros beneficiados de los rendimientos de su empresa, celebren estos buenos resultados porque no sólo les va a reportar una mayor percepción del dividendo, sino que, por otro lado, los programas de recompras de acciones propias que están siguiendo los bancos, en este año han dedicado a este cometido 3.935 millones de euros, propician un beneficio añadido porque al disminuir el número de acciones en circulación aumenta la participación del accionista en la empresa y, además, estimulan la cotización de sus acciones ampliando su capacidad de subida en bolsa. Por otro lado, la aceptación y apreciación que los mercados financieros hacen no sólo abarcan sus resultados y el nivel de eficiencia, (a menores unidades de costo, mayores de beneficios), de los mismos, sino que también incluyen la calidad de sus activos en los que la robustez de sus balances y la menor tasa de fallidos ocupan una lugar preeminente. Igualmente el análisis se extiende en torno a sus estrategias comerciales y sus tarifas crediticias, sus procesos de digitalización, aspectos, entre otros tan determinantes como estos, que forman parte de la fortaleza y solvencia que transmiten para tranquilidad de sus clientes e inversores.
Sin embargo no parece que la opinión de la sociedad, y más concretamente de sus clientes, guarden sintonía con la euforia que expresan sus accionistas. La transformación que ha sufrido el sector desde 2008, cuando existían 45.000 oficinas abiertas hasta las 17.735 de ahora, que ha resumido su capacidad instalada y, consecuentemente, el número de empleados, ha sido un factor determinante en su proyección a la sociedad, cuya máxima expresión ha determinado que 4.618 pueblos, el 57% de los clasificados en la España rural, no tengan acceso directo a la operativa presencial. Por otro lado el mismo proceso de digitalización que están siguiendo ha venido a poner de relieve las dificultades que origina para parte de su clientela, especialmente a los mayores. Todo ello sin olvidar otros nefastos episodios recientes como las participaciones preferentes, los bonos convertibles, las cláusulas suelo, las hipotecas multidivisas, o los gastos hipotecarios, que han contribuido a exacerbar la percepción crítica de los clientes y, en definitiva de la sociedad. Y, como colofón, el tratamiento que están recibiendo sus clientes depositantes de sus ahorros al negárseles una retribución para sus capitales cuando los tipos de interés han escalado de forma tan abrupta y han propiciado la rutilante elevación de sus beneficios.
Sin embargo recordemos que su actividad debe adaptarse al estricto marco regulatorio que exige el Mecanismo Único de Supervisión Bancaria, que obligan a determinados requisitos prudenciales para garantizar la solvencia de las entidades, preservar la estabilidad financiera, fomentar la confianza y proteger a los clientes consumidores de los servicios bancarios. No olvidemos, por otra parte, los episodios que han supuesto la desaparición de algunos bancos españoles de renombrada fama y, la más reciente crisis, que ha afectado a algunos bancos americanos, y que han tenido una continuación en Europa al coincidir con la estrepitosa caída de Credit Suiisse, finalmente rescatado por su eterno rival el Banco Suizo UBS.
En este contexto, y dada la complejidad que encierra la actividad bancaria, parece lógico que las valoraciones que permiten hacer esos holgados estados financieros de las entidades españolas, tanto a accionistas como a clientes y a la sociedad en general, sean un tanto opuestas, si bien debemos ponderar, como ya resalté en otra ocasión, que el sistema financiero español está considerado como uno de los más saneados del globo, de hecho mantenemos un banco dentro del ranking de los 29 bancos más importantes del mundo, y, por otra parte, que su solidez y solvencia proyecta en los mercados financieros un alto grado de confianza para atraer la inversión foránea.
Sin embargo deberá seguir haciendo todos los esfuerzos necesarios para superar esa asignatura pendiente de su reputación especialmente antes sus clientes, y este reto parece que no está a su alcance al menos en el corto plazo. En definitiva su actividad debe ir más allá del mero hecho de conseguir los mejores resultados en su labor de intermediación, promoviendo acciones proactivas de responsabilidad social, sin ánimo de lucro, y dirigidas a las necesidades concretas de sus clientes y de la sociedad.