Por ANTONIO DE LA TORRE OLID / En lo que atañe a los asuntos de provincia, relacionados con las cosas de comer, vitales y de futuro, se aprecian en general buenos oficios de columnismo en cuantos lo ejercen en el ámbito jiennense, donde pese a las lógicas diferencias de opinión, se viene a escribir desde la honestidad y ciertos consensos, haciendo patria chica.
El apunte tiene que ver con que lo mismo, se echa de menos en muchos de los grandes medios nacionales, capitalinos o en digitales. No nos referimos a entradas en redes sociales que emiten particulares o incluso identidades anónimas, por más visualizaciones que multipliquen. Hablamos de periodistas de cierta trayectoria, que no sólo están reproduciendo un periodismo de opinión de banderías, sarcasmos, ironías y ridiculizaciones propias de panfletos, libelos o dardos en forma de crónicas parlamentarias de periódicos de finales del siglo XIX y todo el siglo XX; sino que a día de hoy, se arrodilla la deducción personal para reproducir un argumentario recibido, se fabrican situaciones con trazas de verosimilitud para que se tengan que desmontar a posteriori con más dificultades o incluso se llega a desear un mal.
Recuperemos el aliento, después de la zozobra que nos produce lo recién explicado. ¿Qué ocurriría si los remansos de admiración que producen los conocimientos que nos devuelve Irene Vallejo, las experiencias sensoriales de Manuel Vicent, las columnas valientes, versadas y a veces impopulares de Muñoz Molina o la sublime versión de la Felicidad narrada en este mismo blog por Ramón Guixá fueran un fraude a sus vivencias, a su convicción o a su bagaje intelectual?. No lo son. Pese a ser un ejercicio de opinión, el columnismo es un género periodístico que requiere verdad, profundización y trazas literarias, en un esfuerzo para ofrecer al lector un punto de vista solvente y a la vez sosegado, para un momento de asueto, en el que apetece deleitarse con una forma original de narrar la vida misma o conocer la razón de la postura del diferente, más allá de la mera información.
Vargas Llosa y García Márquez, de nuevo frente a frente, como Quevedo y Góngora. Para el caso que nos ocupa no es así y en momentos de crisis, siempre hay que recurrir a los referentes. Los autores de Cartas a un joven novelista y de Noticia de un secuestro, nos han legado la esperanza en un columnismo posible y gozoso, por la forma de contar sus vivencias y puntos de vista desde su honesta verdad.
Treinta y nueve años después de arrancar, finalizaban hace unos días las publicaciones de las Piedra de Toque de Mario Vargas Llosa en la edición del domingo del diario El País. Tanto en esa columna, como en una entrevista que le hacían en esa misma edición, sigue enviando recomendaciones a los nuevos articulistas, cuando sugiere que, pese a que la tipografía y la ubicación de lo que se escriba sea en apartados de opinión, quien escribe tiene obligación de decir verdad. Vargas alude a otro pensador conservador como él, Jean-François Revel (“El conocimiento inútil”), que reivindica que hay que mantenerse en la diferencia que nace de la convicción, incluso a pesar de la línea que mantenga tu editor.
En septiembre de 1995, los alumnos del máster de la Escuela de Periodismo de El País escuchan boquiabiertos y de boca de García Márquez desde qué pilares concibe Noticia de un secuestro, su realismo mágico, la crónica y la entrevista. El creador un año antes de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y autor de la conferencia El mejor oficio del mundo (1996), defiende que el periodista debe saber en su conciencia que lo que escribe es verdad y alertaba hace más de veinticinco años de que “nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio”, por las “manipulaciones malignas”, “los equívocos deliberados”, “los agravios impunes” y las “tergiversaciones venenosas”.
En la muerte de Gabo, el 21 de abril de 2014 en El País, evoca Juan Luis Cebrián otro riesgo que se reproduce hoy día sobremanera. Describe la admiración de García Márquez por el poder y su afinidad a Fidel Castro o sus encuentros con Suárez, aunque sólo por la fascinación literaria que le producían esos personajes. Pero justo es en esa frontera donde vemos a muchos reputados periodistas españoles de nuestros días, a los que vemos sobrepasar la legítima vocación por escribir para influir, a querer ejercer ese cuarto poder como si se tratara del primero, casi obligando a que se haga lo que ellos dicen, a riesgo de consecuencias calumniosas.
Y el mismo Cebrián escribe sobre El oficio de periodista (El País, 17 de junio de 2022), coincidiendo con los treinta años del aniversario del Watergate, que los periodistas “no deben manipular los datos a su conveniencia”, “no administrar la verdad que conocen según la conveniencia o presiones del poder”, movidos por la “obsesión por encumbrar presidente a su antojo”, “la invasión indiscriminada y abusiva de la vida privada” y la “vanidad del triunfo y la pretenciosidad”.
Entre conservadores o progresistas, Juan Manuel de Prada describe bien la tendencia maniquea al encasillamiento. En una entrevista radiofónica, expone que a quienes le atribuyen un aparente conservadurismo, les sorprenda por tanto que le llamen para trasladar sus opiniones desde la COPE a la SER. Y se defiende: “ El hecho de estar siempre fuera de sitio también es muy sano. Dirigirte a personas que piensan distinto a ti”, “yo llevo muchos años dirigiéndome a personas en programas cuya audiencia, en teoría, son personas que están apartadas de mi pensamiento. Pero el hecho de poder hacerte inteligible, comprensible, y luego incluso amable a personas que no son como tú creo que es lo más hermoso de la vida”. Y advierte: “uno de los graves errores de nuestra época, desde luego de las redes sociales y de todo lo que está generando nuestra época, es que está creando gente absorta en su burbuja que al final solo termina relacionándose con los que piensan como ella y escuchando siempre las cosas que quiere escuchar”.
En la sociedad española actual asistimos a la paradoja por la cual, en lugar de que lo haga el gobernante, es el ciudadano de a pie el que, un minuto antes de desconectar del interés por la res pública, le está pidiendo al político que ceje en dedicar su jornada laboral al insulto y se ponga a trabajar por el bien común. Escribe un compañero de quinta y de profesión, Xurso Torres, en “Un mundo de mentira. El estado de la verdad en tiempos de la revolución tecnológica”, que fruto de varios experimentos con la Universidad Complutense que recoge en su trabajo, deduce que nunca antes hemos estado más conectados y a la vez tan solos, que la confusión que acompaña a la revolución tecnológica, la globalización y las redes sociales, la fatiga fruto del estrés de una sociedad cada vez más desequilibrada o la falta de esperanza en el futuro, nos conducen a la necesidad de creer en algo, aunque no siempre sea cierto.
Menudo peaje. Que no nos obliguen al abrir un periódico a leer solo lo que nos gusta o lo que sabemos que nos vamos a encontrar. Antes de desconectar, volvamos a regocijarnos con los referentes. Con el comienzo del año no está mal que el columnista reitere su poética, que se reconcilie con sus buenos oficios. Y si no tenemos mejor idea, no dejemos de regalar en reyes un buen libro de recopilación de los mejores artículos del columnista que más nos guste, para leerlo en nuestro escritorio, junto al calor que produce la lupa del cristal de nuestra ventana favorita.
Foto: Los escritores Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez.