Recientemente la Fundación de Estudios Financieros, en colaboración con Fedelity, han publicado un estudio que aborda el impacto de la longevidad sobre los patrones de consumo, ahorro e inversión, en varios países, incluido España.
Un interesante artículo de Jorge Yzaguirre, Presidente de la Fundación citada, aborda la influencia, más que evidente, de este factor que afecta progresivamente de forma determinante a una serie de variables económicas. Según los últimos cálculos realizados por la Organización Mundial de la Salud, para 2050 habrá en el mundo 2.000 millones de personas mayores de 60 años, lo que supone triplicar dicha cifra con respecto al año 2000. A este fenómeno evolutivo no escapa nuestro país ya que la población que sobrepasa los 65 años se ha duplicado.
Las consecuencias de esta situación son de muy diversa índole, pues no sólo se incrementa la población mayor, sino que disminuye la población más joven, sobre todo teniendo en cuenta los bajos índices de natalidad que venimos registrando desde 1980. Así, en primer término, resulta fácil admitir que, además del consumo, el ahorro, la inversión y otros trascendentales aspectos, como el empleo, el sistema de pensiones, el gasto sanitario, el saneamiento financiero de las familias, la renta disponible, se están viendo directa y profundamente afectados por esta evolución demográfica.
No parece extraño que, por tanto, las estrategias tanto públicas como privadas en cualquier ámbito de la vida deban someterse a una honda revisión para adecuarlas a las capacidades, posibilidades y mentalidades que el impacto de la longevidad y la perspectiva evolutiva proyectada está teniendo en el bienestar general, por lo que los efectos que ahora estamos observando pueden verse impulsados por la fuerza de los hechos en el futuro.
Uno de los sectores más sensible a los efectos de este fenómeno es el ámbito económico financiero de las familias. Los resultados de los estudios llevados a cabo nos advierten de la influencia decisiva que tiene la longevidad en el saneamiento dela posición financiera de las familias, sobre todo a partir del entorno de los 50 años, con vistas a disponer de más recursos en la vejez. Esta posición afecta abiertamente al consumo, ya que una mejor disposición de ahorro resta recursos para destinar a la compra de otros bienes, e igualmente puede retraer decisiones de inversión a largo plazo. Así mismo ya se pueden obtener las primeras conclusiones en relación con la propensión de los más longevos a realizar sus inversiones financieras.
Si hasta ahora, alentados por las rentabilidades de los depósitos, los cauces más utilizados eran las cuentas a plazo, la prolongada persistencia de los tipos de interés a los niveles actuales, está exigiendo un cambio de criterio que debe admitir la asunción de cierto grado de riesgo para situar sus excedentes en otros activos como los fondos de inversión que, en cualquier caso, según las estadísticas, confirma la aversión de las familias por la inversión directa en bolsa, donde sólo invierten el 26,3 del volumen total del mercado español.
En definitiva, teniendo en cuenta que el proceso de longevidad todavía se encuentra en un “estadio temprano”, como advierte Yzaguirre, es el momento más adecuado para que todos los agentes implicados revisen sus estrategias al objeto de revertir esta situación, aspecto que para los más longevos debería pasar por una mayor previsión de largo plazo, que implica un incremento del ahorro y una mejor gestión de su riqueza.