Por Antonio de la Torre Olid /
No era propio de ti Papa Francisco, que en una reunión privada (ni pública) con obispos italianos, afirmaras que no hay que dejar entrar en los seminarios a los homosexuales, porque ya hay en ellos demasiada “prociaggine” (traducido del italiano como mariconada). Lo que sí es característico de ti es que pidieras perdón y lo estábamos atisbando, pero vaya, es que te has adelantado a cualquier de estos artículos que te lo iba a poner en entredicho.
Ibas a dar mucho caldo de cultivo para las conversaciones de tanta romería como tenemos o para las conversaciones en los veladores en La Capilla. De todas formas, bien fuera por los más sorprendidos progresistas o por los abundantes ultras que entonaran un ole ahí el tío, te va a seguir lloviendo durante unos días. Podría decirse que se te escapó, que vaya pecadillo, que quizás no fueras consciente de lo ofensiva que resulta esa palabra, pero poca broma. Vas a tener que reiterar las disculpas y matizar durante algún tiempo.
Y es que el asunto no es menor, como nos demostró hace pocos días Rosa María Calaf en el programa En Primicia, cuando recuperaron uno de sus reportajes sobre las primeras celebraciones del Día del Orgullo Gay, que tenemos en puertas; y puso en perspectiva que hasta muy poco antes de promulgarse la Constitución, anteayer, la homosexualidad estaba penada y perseguida y aún después se seguía tratando como una enfermedad. Y así continúa ocurriendo en muchos países y el pórtico de las elecciones europeas está dejando asomar la patita a muchas posiciones discriminatorias que reclaman una vuelta atrás. La experiencia más cercana y reciente está demostrando que hay derechos conquistados y mentalidades que se creen superadas, si bien se descubre que no funcionan como si de un río se tratase -cuando en una tormenta baja inundando y ramblando con todo y echando escrituras a un lado y otro de su ribera, diciendo que eso es suyo desde siempre-. Hay derechos que no son irreversibles.
Has pedido disculpas Francisco, pero no te has desdicho de tu refrendo en 2016 con lo expresado en el documento de Benedicto XVI de 2005, reiterando que no se puede admitir homosexuales en los seminarios. Sorpresivo pues entre los que hacen el casting o deben hacer un discernimiento de idoneidad también hay más de un gay. ¿Y tiene algo de malo que los haya? Cuestión distinta es si el celibato, del que se debate su posible reforma, ha propiciado prácticas como los abusos en la Iglesia. Pero esto ya es mezclar muchas conversaciones. Aunque no estaría de más que, al igual que en el reconocimiento de la culpa, la petición de perdón y la reparación por esos abusos en la Iglesia que tú mismo has dinamizado, se uniera una labor de reconocimiento y apertura en relación a la homosexualidad como un hecho natural que está entre nosotros.
Entonces no exclamaríamos como ahora ¿pero en qué quedamos?, y sí daríamos sentido a tu última declaración al hilo de esta polémica que dice: “en la Iglesia hay sitio para todos, ¡para todos! Nadie es inútil, nadie es superfluo, hay sitio para todos. Como somos, todos”. Y eso es coherente con tu afirmación hace algún tiempo en una charla con periodistas en la que, en relación a la homosexualidad, manifestabas que quién es uno para enjuiciar a nadie. Y el pasado septiembre, aunque insististe en el carácter religioso del matrimonio entre hombre y mujer, te mostraste a favor de bendecir las uniones civiles entre homosexuales: «las personas homosexuales tienen derecho a estar en la familia. Son hijos de Dios, tienen derecho a tener una familia”.
Por tu propio nombre Francisco y tu ejecutoria, has querido que sea impropio de ti ser un Papa Médici o un Papa Borgia, un Papa que contemporizara con el nazismo, o un Papa excluyente y ortodoxo que por mor de tus antecesores, fueron excluyentes con Hans Küng, con Castillo o con los teólogos de la Liberación. Ojo que lo de las monjas de Belorado y los iluminados que quieren regresar al preconcilio Vaticano II o la tertulia de sacerdotes en una emisora toledana que piden rezos por la pronta muerte del Papa es algo más que un síntoma de este tiempo de reversión.
Tú sin embargo trabajas por la escucha, por el ecumenismo, por la acogida de los inmigrantes, has escrito por el cuidado del medio ambiente, has dicho las verdades del barquero en relación a las periferias y a las masacres como las de Ucrania, Oriente Medio o El Sahel. Y a pesar de tus luchas años atrás en Argentina, ¡cómo no ibas a recibir las fáciles andanadas de un tipo como Milei!.
Descansa Francisco, vas a seguir necesitando energías. Para relajarte, qué mejor que estas dos dedicatorias, ambas publicadas en Religión Digital, del también valiente Pedro Miguel Lamet, sj.. La primera, en forma de soneto, en tu úndécimo año de Pontificado, en este mes de marzo; y la segunda, más ruda, del mes de enero.
AL PAPA FRANCISCO
Como una estrella de una luz lejana
que ilumina el desierto, de repente
viniste a Roma sencillo y sorprendente
a abrirnos de par en par una ventana;
rompiste el protocolo y la mundana
vanidad de una Iglesia indiferente
para sentarte sin más entre la gente
como un pastor que ríe en la mañana.
Amigo de los pobres y pequeños,
voz de los sin voz, alzas tu cayado
contra un mundo de odio e injusticia;
como Jesús, no temas a los dueños
del mundo del poder y la malicia,
pues en tu cruz ya has resucitado.
Quince razones para quererte, Francisco
Ahora, que, no se sabe cómo, tus enemigos hipócritas y fariseos del momento, parecen brotar de entre las piedras; y, algunos, desde tu Iglesia, quieren mancillar tu pontificado desde sus trincheras ultracatólicas.
Ahora que unos cuantos ponen la letra por encima del espíritu y, sin mirar la viga en el ojo propio, pretenden aniquilar a los frágiles, distintos o pecadores, en vez de mirarlos con misericordia.
Ahora que algunos que se llaman cristianos rechazan al Jesús que comía con publicanos y prostitutas y solo piensan en juzgar y destruir. Ahora que, para proteger a los poderosos, el imperio del mercado y la sociedad del bienestar, rechazan a los que, más allá de las ideologías y partidos, luchan por solidaridad y la justicia.
Ahora que abundan los que consienten e incluso alaban la situación de un mundo partido en dos, entre los que pueden comer o nadar en la abundancia y los que pasan hambre, los que venden armas y los que son aniquilados, los ricos y los pobres, los creyentes e increyentes o ateos, déjame decirte, papa Francisco por qué te queremos.
Te queremos, porque..
1. Eres un ser humano. Parece obvio, pero no lo es tanto. Has dejado lejos el papa intocable. No ya el de la tiara, la silla gestatoria y el “nos”, benditamente rechazado por tus predecesores. Sino el enclaustrado en el terzo piano, a veces inaccesible, que hablaba sin escuchar, caminaba sin pisar la calle, predicaba con tal seguridad que parecía hacerlo casi siempre ex catedra y se parecía más al pontífice que al padre.
2. Predicas para la gente. Has cambiado el lenguaje de tus cartas y sermones con terminología asequible para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, de modo que “se te entiende demasiado”. “Es argentino -dicen-, habla y habla”. ¿No nos quejábamos del papa esfinge, intelectual, que no se le comprendía? Gracias, porque a ti no solo se te entiende todo, sino que incluso creas lenguaje, neologismos, un género literario propio para hacer despertar a la gente del sueño digital.
3. Tus mejores amigos son los pobres. A ellos has dedicados tus párrafos y acciones más osados, más cariñosos, más valientes, a riesgo de ser calificado de “marxista”, “populista”, “peronista” y otras sandeces más. Por jugártela por los explotados, los inmigrantes, los marginados, los vagabundos, los últimos de esta sociedad injusta, teniendo como tu código de comportamiento, el mejor y más arriesgado de todos, las bienaventuranzas de Jesús. Y también por las mujeres, dando algunos pasos para hacerlas subir algunos puestos en la Iglesia.
4. Por cuidar del planeta, a través de tus encíclicas y documentos pastorales, cuando la evidencia del cambio climático es ya más que evidente y los trust y oligopolios del mundo actual siguen apostando por el exclusivo beneficio material, la acumulación de los “graneros” de unos pocos, mientras se deteriora el planeta. Porque nuestro mundo también es un sacramento.
5. Por enseñarnos a reír y sonreír, mostrándonos un camino de eutrapelia, de alegría de vivir; porque desde la fe sabemos que esta vida tiene sentido frente a todos los miedos y angustias de los frecuentes profetas de calamidades.
6. Por condenar la violencia y las guerras, sin argucias geopolíticas o diplomáticas, fustigando toda forma injusta de utilización y gasto de armas, vengan de donde vengan y aunque por esta denuncia, algunos arremetan contra ti.
7. Por esforzarte en limpiar de lacras tu Iglesia, sean provenientes de la economía o la moral sexual, como has puesto de manifiesto en la forma drástica sin rodeos para erradicar la pederastia o los escándalos de las finanzas vaticanas.
8. Por enfrentarte a la Curia Vaticana y al poder clerical, y luchar para extirpar su corrupción, denunciándola en público, sin miedo a sus lobbies de poder e influencias, sin excluir el orgulloso despotismo clerical, siendo estas medidas las que posiblemente han levantado las mayores rebeldías cardenalicias y críticas internas.
9. Por la sinodalidad y descentralización de la Iglesia, la mejor manera de afrontar el centralismo y hacer participar a la periferia, un empinado y difícil camino emprendido, en el que aún hay mucho que andar, puesto que sin un primer paso no se hace viaje.
10. Por la tolerancia con la investigación teológica, la pluralidad de pensamiento, cátedra, prensa y expresión en la Iglesia, después de unos largos años de “mordaza” e involución. Incluso cuando las críticas van contra ti mismo.
11. Por la apertura a los otros, los miembros de otras religiones, judíos, islámicos, hermanos separados, agnósticos y ateos, sin complejos de superioridad, consciente de que nadie tiene una verdad absoluta y de todos podemos aprender. Especialmente por tu cercanía a los jóvenes, aceptándolos como son, ofreciéndoles, nunca imponiéndoles. La caridad por encima de la ortodoxia.
12. Por tu bendición a los gais, porque, sin dirimir teológicamente sobre la sacramentalidad de sus uniones, les dices que Dios los quiere, que tú los quieres, que no los juzgas (“y no seréis juzgados), y que nadie tiene derecho a anularlos en vida por ser como son o se sienten. Porque la misión de la Iglesia es la del Buen Pastor y el Buen Samaritano, no la de apalear o excluir ovejas a cayado limpio. Algo parecido hay que decir sobre la comunión de los divorciados.
13. Por no identificarte con la infalibilidad. Ya que, sin negar esa prerrogativa papal, no la has ejercido, que yo sepa, hasta ahora, explícitamente, y, sobre todo, no la practicas diariamente con la ambigüedad de considerar que todo lo que dices es infalible. Es más, has aceptado en varias declaraciones algo insólito en un papa, que a veces te equivocas.
14. Por ser jesuita, no jesuítico. Por no renunciar al carisma de Ignacio, los Ejercicios Espirituales y la gran herencia de la Compañía, que demuestras a través de tu excelente formación, espiritualidad y práctica del discernimiento. Pero sin el “jesuitismo” excluyente, ni sibilino, ni aristócrata de la leyenda, siendo Papa de todos, abierto a todos los carismas, con predilección por la sencillez y el amor a las criaturas del santo de tu nombre, el de Asís. Con una sola “intransigencia”, contra el sectarismo y el inmovilismo en la Iglesia.
15. Pero sobre todo por tu sabor a Evangelio. A la pregunta de si eres un papa progresista o conservador, siempre opto por una respuesta: Ni lo uno, ni lo otro. Eres un papa evangélico. ¿Es esto progreso o no? Cada cual responda. ¿Está cambiando a la Iglesia con grandes reformas? Intenta, como puede y le dejan, acercarla más a Jesús. Eso es lo más arriesgado que se puede hacer, tanto como para provocar al mismo tiempo iras y amor o seguimiento, tanto como ser…