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Por PEDRO MOLINA ALCÁNTARA / En el último artículo que escribí para este blog, hace ya la friolera de seis meses, hablé de un concepto que quería desarrollar, un espacio abierto ideológico, intelectual y moral de donde parten mis valores y mis principios éticos, cívicos, políticos… La zona templada. 

La zona templada es aquel lugar simbólico de la mente que habito o aspiro a habitar, en el que reconozco que no siempre se puede tener la razón, en el que una persona procura documentarse sobre aquello que le interesa con devoción y dialoga con firmeza pero con humildad. Y es que, como bien me esforcé en aprender, existen tres posturas que podemos adoptar en nuestra forma de interactuar con las demás personas: la primera es la inhibición, esto es, la asunción sin ejercer una defensa razonable de los posicionamientos, derechos e intereses ajenos en detrimento de los propios. La segunda es la agresividad, que como podemos intuir, consiste en abusar de nuestro legítimo derecho a defender nuestros propios posicionamientos, derechos e intereses intentando imponerlos mediante la falta de respeto a nuestros interlocutores. Y la tercera es la asertividad, para mí una muy bella palabra. Una persona se comporta asertivamente cuando defiende sus puntos de vista, sus derechos y sus intereses con rigor pero desde el respeto a los demás, sin intentos de imponer o influir negativamente en los sentimientos o en las emociones ajenas.

Por tanto, como es lógico, en La zona templada se abrazan posiciones moderadas tanto en las formas como en el fondo. Nadie es mejor ni peor, no hay odios enconados ni se fomenta el miedo. Hay consensos y disensos, convergencias y divergencias, debates apasionados y acalorados pero no golpes bajos ni armas arrojadizas. Ni se avasalla ni se amedrenta. Ahora bien, debemos tener en cuenta que no faltamos al respeto cuando rechazamos de plano posicionamientos abiertamente y notoriamente crueles, ignorantes, falaces o falsos; contrarios al conocimiento técnico-científico o a la más elemental noción de dignidad humana. Como reza el dicho: todas las personas son respetables pero no todas las ideas lo son. Y yo me atrevo a añadir que, hasta para repudiar lo que merece ser repudiado hay que intentar ser elegante.

Según mi forma templada de pensar, el empresario no es, per sé, un explotador; como tampoco el trabajador es una pieza fácilmente prescindible y sustituible dentro de un engranaje; ni el parado, un vago; o el político, automáticamente un corrupto. Y ello es así porque en esta zona se defiende lo público y se respeta lo privado: necesitamos Estado y necesitamos mercado. Quien me conoce o me ha leído alguna vez lo sabe porque lo he dicho, lo he escrito y lo he repetido hasta la saciedad: soy socialdemócrata y republicano; no obstante, respeto la Constitución vigente en todos sus preceptos, aunque haya algunos que no comparta. 

En próximos artículos desgranaré nuevas crónicas templadas desde la asertividad y el orgullo de no estar en posesión de ninguna verdad absoluta ni superioridad moral, intelectual ni cultural. 

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