Según los datos estimados por WorldAtlas, 4.000 millones de personas son asiduas al mundo del balompié, casi la mitad de la población mundial. Este deporte ha progresado en España hasta una excelencia tan portentosa que su Primera División está incluida en el top mundial de las mejores ligas del mundo, lo que le ha valido ser distinguida como la mejor de varias temporadas, clasificación que otorga la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol, basada en dos parámetros: el promedio de puntos de los cinco líderes de cada liga y la actuación de los clubes en los torneos internacionales. Por otro lado el fútbol en nuestro país aporta el 1.37% del PIB, es decir, su actividad genera casi 16.000 millones de euros por todos conceptos directos. Para conseguir esta culminación, especialmente Barcelona, Real Madrid y Atlético de Madrid, han debido hacer enormes desembolsos para reforzar sus plantillas, incorporando algunos de los mejores jugadores del mundo, lo que les ha permitido conseguir repetidamente el campeonato nacional y/u otros títulos de índole europea o mundial.
Pero no es todo fútbol lo que se cuece en el meollo de este deporte. Con sus peculiaridades propias, como cualquier otra sociedad mercantil, los clubes más importantes del mundo están obligados a conseguir beneficios que les permitan seguir ostentando la primacía local e internacional que han obtenido a lo largo de su historia, lo que implica estar inmersos al más alto nivel, no sólo en las competiciones deportivas, sino en una lucha constante por incrementar sus ingresos para poder mantener su status, ingresos que les son proporcionados de diversas fuentes de recursos: taquillas, derechos televisivos, publicidad, marketing, ventas de productos, patrocinios…y las cuantías de todos estos capítulos guardará una relación muy directa con la atracción que generen a nivel local y mundial.
En los últimos tiempos hemos asistido a una burbuja disparatada en la compra-venta de jugadores, uno de los capítulos, junto a la factura salarial, que absorben buena parte de los dispendios que los clubes han asumido con la pretensión de mantener o conseguir, según el caso, la primacía mundial. Las cantidades pagadas por algunos fichajes excedían no sólo del valor intrínseco del rendimiento esperado de un jugador, sino que han constituido un verdadero fiasco. A esa burbuja ha contribuido de forma significativa la intromisión de puros inversionistas, sobre todo de países árabes y de China, que han visto cómo este deporte ha generado, hasta ahora, grandes beneficios mientras han prevalecido las estructuras y los ingresos derivados, especialmente en los clubes más conocidos. Como ejemplo valga decir que los ingresos por todos conceptos en la temporada 2018/2019 del Barcelona fueron de 840,8 millones, los del Real Madrid, 757,3 y los del Atlético de Madrid, 367.6. Esta carrera por fortalecer su pegada, debilitando al mismo tiempo la de otros rivales, en muchos casos, ha llevado a algunos clubes a acumular deudas tan importantes que han puesto en riesgo la supervivencia y calidad de la plantilla de algún club, obligando a las Federaciones, como es el caso de la española, a fijar topes salariales totales que, para esta temporada y para hacernos una idea, oscilan desde los 468,50 millones de euros del Real Madrid, o los 382,7 del Barcelona, a los 34.6 del Elche, el más modesto, como ejemplo que puede alumbrar las tremendos desembolsos que los clubes más poderosos deben realizar para mantenerse en el selecto grupo de los mejores y las diferencias abismales de los presupuestos de los equipos de la élite respecto al resto.
Sin embargo la pandemia ha cambiado el paso, provocando una disminución de ingresos verdaderamente significativa, especialmente vía taquillas, merchandising, match day y otros, lo que ha originado que la mayor fuente de ingresos provenga de los derechos televisivos, Telefónica ha pagado 3.421 millones de euros por los mismos hasta la temporada 2021-2022. Así, ante estas evidencias, la realidad indica que los clubes más poderosos que, en definitiva, son los que constituyen el principal núcleo de atracción de los aficionados y los que impulsan con más fuerza los altos presupuestos que pagan las televisiones, ha provocado que en sus plantillas, e incluso en el conjunto de los equipos del campeonato local, participen menos estrellas que hace tres años, que sus equipos estén perdiendo competitividad y que sus presupuestos para reforzarse son cada vez más escasos.
Ante este escenario no resultaba nada descabellado pensar que los clubes más poderosos de Europa, movieran ficha y plantearan alguna alternativa para tratar de revertir la situación aunque ello supusiera una escisión con respecto de los organismos oficiales actuales, que afecta, obviamente, a La Liga, la UEFA y la FIFA, cuyo objetivo más que puramente futbolístico se centraba en recuperar directamente el mando y el control de los tremendos ingresos que, en este caso, están recibiendo estos organismos. La UEFA en 2019 se embolsó 2.800 millones de euros por derechos televisivos y otros 3.000 de publicidad, de los cuales los clubes solo perciben una parte fija y otra por clasificación, pero que no satisfacen ni mucho menos las apetencias y necesidades que ahora tienen los clubes.