Por JOSÉ CALABRÚS LARA / Cuando el 1 de Julio de 1993 se aprobó la ley andaluza 5/1993 (BOE de 25 de Agosto), por la que se creaba la Universidad de Jaén, se abrieron grandes expectativas en esta provincia. Esa fecha, además, era el punto de llegada de muchos años en que los jiennenses y, en particular, la Diputación y el Instituto de Estudios Giennenses, reclamaban la implantación en Jaén de estudios universitarios. En los años 50, una conferencia del entonces rector granadino Antonio Gallego Morell en la docta institución jiennense constituyó un jarro de agua para aquellas aspiraciones. Describo la realidad tal cual es comprendiendo, hasta cierto punto, la visión del catedrático granadino, que profesaba la idea tradicional de Universidad que años después entraría en crisis.
No se arredraron los jiennenses y, desde sus escuelas de Magisterio y de Peritos e, incluso, con participación de la antigua organización sindical, se impartían en Jaén docencias que, después, alcanzarían la condición de Grado Universitario. Maestros, peritos e, incluso, graduados sociales pudieron cursar sus estudios en el Santo Reino.
Años después, y de nuevo a instancias de la Diputación, encontrando mejor acogida en los rectores granadinos, se crearía el Colegio Universitario, dotado de infraestructuras adecuadas y que, desde el principio, fue un completo éxito, llegando a impartir docencia de los primeros cursos de Ciencias y Letras e, incluso, Derecho. Los Colegios Universitarios eran lo más que podía dar de sí la concepción tradicional de la Universidad y el marco normativo que la regía, pero para las aspiraciones de las provincias periféricas de los antiguos distritos universitarios eran insuficientes.
La vieja Ley de Ordenación de la Universidad española de Ibáñez Marín de 1943, vigente con parches hasta la Ley de Reforma Universitaria del ministro Maravall de 1983, no daba para más.
La LRU en su artículo 5º atribuía la creación de universidades a las Comunidades Autónomas a través de la Asamblea Legislativa respectiva. De este modo, se abrieron las expectativas de creación de universidades, aunque muchas veces, en aquellos años, era más aparente que real puesto que la fuerza de las universidades tradicionales era notoria por su propia trayectoria histórica y sus estructuras perfectamente consolidadas.
Las aspiraciones universitarias de Jaén se canalizaron desde el fortalecimiento del Colegio Universitario y la aspiración de crear facultades universitarias desplazadas del ‘alma mater’ granadina y, de este modo, en Jaén iba creciendo la implantación de los estudios universitarios, lo que también se vio favorecido con el reconocimiento de las antiguas normales y periciales como escuelas universitarias.
La existencia de facultades en capitales de provincia distintas de las cabezas de los distritos universitarios andaluces propició y permitió la creación de universidades propias antes de la Transición. Málaga por su Facultad de Económicas y Córdoba por su tradicional Facultad de Veterinaria pudieron alcanzar el rango de Universidades y crear otras facultades en 1972. Otro tanto ocurriría en Cádiz, que ya tenía una antigua Facultad de Medicina, en 1979.
En el resto de la Andalucía no universitaria, Almería, Jaén y Huelva, existía un evidente agravio comparativo al que el nuevo poder autónomo andaluz no podría ser insensible, de modo que la creación de estos centros de enseñanza superior eran frutos a punto de madurar con trayectorias similares y el 1 de Julio por Ley 3/93 se creó la Universidad de Almería; por Ley 4/1993 nació la Universidad de Huelva, y la última, siquiera sea en el orden numérico, 5/93, una vez más, nació la Universidad de Jaén.
Desde aquel ya lejano curso 1993-1994, la Universidad de Jaén ha crecido institucionalmente y se ha fortalecido, aprovechando muy bien el tiempo, y los resultados son satisfactorios. Como todo lo que atañe a esta provincia, sus logros le han costado, inexplicablemente, un mayor esfuerzo y desde los equipos económicos de la Universidad y sus sucesivos gerentes han debido emplearse a fondo para conseguir los recursos con que hacer frente a su financiación.
Todas las universidades andaluzas arrastran un problema financiero fruto, a mi juicio, de la imprevisión financiera a la hora de diseñar la nueva red universitaria, que no tuvo su correlativo sistema de financiación pública adecuado a la nueva realidad y se han mantenido los “privilegios” de las clásicas. Este estado de cosas se viene demandando un acuerdo de todas con la Junta de Andalucía para mejorarlo.
Por estos motivos el problema eclosionó en Jaén el pasado año, en que el Consejero del ramo presentó un nuevo sistema de financiación que era más de lo mismo, absolutamente discriminatorio para la UJA que llevó a su rector, Juan Gómez, a adoptar una actitud contundente de protesta que sirvió, al menos de una parte, para concienciar a la sociedad jiennense de la gravedad del problema y, de otra, para que las autoridades de la Junta tomaran conciencia de que Jaén no iba a permitir ser, una vez más, postergada. Surgió un movimiento social, la Plataforma Ciudadana en Defensa de la Universidad de Jaén, secundando la actividad del rector, que anunció y puso en práctica movilizaciones con lo que se logró, al menos, dejar en suspenso el desdichado proyecto y “partir de cero” en la redacción del futuro, lo que tampoco llegó a ser una realidad, aunque el paréntesis electoral abrió un periodo de reflexión cumplido con creces.
Desde entonces aquí han corrido ríos de tinta, y lo que está fuera de dudas es que la Universidad de Jaén se encuentra en una grave encrucijada. El pasado mes de Noviembre, el consejero Villamandos, antiguo rector de la universidad cordobesa, tras hablar muy elogiosamente de la UJA “una Universidad que, a pesar de su juventud, ha hecho muy bien sus tareas, que ha progresado muy bien y está muy considerada dentro del sistema universitario español”, volvió a invocar la necesidad del diálogo con un objetivo tan chato y limitado como el de “garantizar la suficiencia financiera para que las universidades puedan pagar sus nóminas”. Lo que había detrás, el nuevo plan, se encerraba en un cuadro según el cual la Universidad de Jaén era la que menos crecía porcentualmente en su financiación (2’387 %), creando serias desigualdades con Córdoba y Granada que recibían más de tres veces más.
¿Para esto el diálogo? Con independencia de la variabilidad del presupuesto de cada una de las universidades según sus magnitudes, el incremento porcentual interanual de sus aportaciones de financiación pública debe ser similar, ligeramente matizado de una parte, por sus mayores o menores necesidades y, de otra, por sus resultados.
No basta con las invocaciones al diálogo ni basta con hablar bien y elogiar a la UJA, “pobrecita”. Hay que respetarla como a la que más porque, evocando a Villamandos, en 30 años ha hecho bien sus deberes y en el ranking de Shangai ocupa un buen lugar, por detrás de Granada y Sevilla pero por delante de Málaga, Córdoba, Cádiz y de sus hermanas Almería y Huelva, esta última no entra entre las mil primeras del mundo. Al menos en Shangai la valoran más que en Sevilla y -valga o no valga el criterio- al mismo se aferran las pocas universidades españolas agraciadas. Posiblemente los políticos argumentarán que este dato no es fiable o que no responde a las exigencias del que lo considera, pero no tenemos otro y, por tanto, tendrá, al menos, un valor indiciario para sacarnos del sempiterno furgón de cola, aunque en Jaén ni siquiera podemos usar con propiedad esa metáfora.
Continuará.
Foto: Una vista del Campus de Las Lagunillas, de la Universidad de Jaén.