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En el olivar de Jaén se puede avecinar la tormenta perfecta. Una tormenta a la que desde hace unos meses antecede una calma que a muchos les ha dormido la visión de futuro. Llevamos casi dos años de precio bastante razonable. De cosechas medianamente buenas. En esta campaña, además, el déficit de producción de otros países como Italia, Grecia o Túnez hace que las bodegas internacionales deban de abastecerse de nuestro aceite de oliva de forma casi exclusiva. Nuestro oro líquido se está vendiendo muy bien. A buen ritmo y a buen precio.

Lo que está pasando en estos últimos meses es, sin embargo, muy posible que sea algo meramente coyuntural. No hay que olvidarlo y ni siquiera permitirnos un bostezo.

España es la mayor productora de aceite del mundo. Produce el 44% del aceite del mundo (más en cosechas como la actual) y el 62% de la europea. A su vez, Andalucía aglutina el 85% del aceite español y el 32% del aceite mundial. Jaén supone el 40% del total español, cifra que justifica el tan repetido título de cuna del olivar a nuestra provincia.

Tenemos una tierra que produce mucho y muy bien, pero cuyo olivar no es competitivo. Según el último informe del CES (Consejo Económico y Social de la Provincia), más del 95% de las explotaciones de Jaén no serían rentables sin la subvención que reciben de Europa cada año si volvemos a los niveles de precios de las campañas no tan lejanas como las de 2013 y 2014.

Mientras en Jaén se sigue manteniendo el estatus de la mayor productora del mundo, en el resto del planeta, poco a poco, crece este cultivo. Se calcula que cada segundo se plantan diez olivos nuevos en algún lugar de la Tierra y que la media de crecimiento anual del olivar es de 150.000 hectáreas anuales. Hectáreas que, en un amplio porcentaje, ya utilizan métodos de plantación y sistemas de recolección capaces de reducir más de  la mitad los costes estándares de producción/recolección de un olivar tradicional.

El mercado del aceite es un mercado global. Hay olivares en China, Australia, Letonia o Finlandia, por citar algunos de los ejemplos más extravagantes. Durante todo ya se está produciendo aceite de oliva  y se estima que el año en que se den las circunstancias de que todos los países productores tengan buena cosecha y la producción se eleve hasta los 5,4 millones de toneladas, algo que podría pasar en un futuro no muy lejano.

¿Cómo dormirnos ante esta situación? ¿Cómo dejar que nuestro aceite, que es cantidad y calidad, no deje el dinero que los olivareros se merecen? En un contexto global, en un olivar mundializado, sólo sobrevivirán los que logren producir barato. Calidad y cantidad, pero de forma rentable, competitiva. Olivares mecanizados, modernizados, intensivos y superintensivos. Es la única receta. Aquellos que no puedan hacerlo, por su especial orografía, deberán buscar la diferenciación como máxima. Ayudarse de subvenciones específicas. Iniciativas que los mantengan y que logren suplir los altos costes de producción.

El resto, la gran mayoría de nuestra provincia, debe anticiparse a la tormenta perfecta. La subvención PAC, que se mantendrá tal y como está actualmente únicamente hasta 2019, no debe de ser la clave. A partir del 1 de enero de 2020 está previsto un nuevo sistema de ayudas que aún desconocemos. Pelear por unos euros más o menos en el contexto de Europa (algo por lo que lucharemos con uñas y dientes, quede claro) no es la solución. El olivar jienense debe apostar por la rentabilidad. Desde esta casa, que cuenta con la mayor representación empresarial del sector del olivar de España y, por tanto, del mundo, lo llevamos advirtiendo desde hace más de una década. Hay que adaptar nuestro olivar. Usar las mejores tecnologías y los últimos modelos de plantaciones para mirar de cara al futuro. Y, para ello, para reconvertir, hay ayudas dentro de la Ley del Olivar. Partidas lo suficientemente atractivas para que al olivarero tradicional no le de ningún miedo encaminarse hacia el futuro.

No en vano, hay que tener en cuenta la alta edad media de la población que regenta actualmente el olivar. Más de la mitad es mayor de 65 años. Con un pie en el campo y otro mirando a los merecidos viajes a Benidorm.  Es la nueva generación, esa que ya ha comprendido que trabajar la tierra antes despreciada es capaz de ofrecer una vida de mayor calidad y cantidad que buena parte de los trabajos con los que ni siquiera se aspira al mileurismo, será la que deba tomar las riendas. Y los que los antecedemos deberemos dejarle el camino preparado. Drones, tractores robotizados, plantaciones intensivas, variedades resistentes a enfermedades como la verticilosis… serán cada vez más familiares en el argot agrario. Todos aquellos que se adelanten lo estarán haciendo. Sólo así lograremos un buen paraguas que nos resguarde de la tormenta perfecta.

*Luis Carlos Valero es gerente y portavoz de ASAJA-Jaén

 

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