Por JULIO PULIDO MOULET / El pasado 23 de julio siete millones de españoles se decantaron por el PSOE en las elecciones generales celebradas ese día. En esa cantidad estaban incluidos los convencidos, los colocados, los que ocupan cargos y han profesionalizado su dedicación, los agradecidos, los que quieren colocarse, los que con toda legitimidad y recuerdos del pasado violento tienen alguna herida que no termina de cicatrizar y unos miles que, programa en mano, unas veces son votantes de izquierda y otras de centro o derecha moderada. Estos últimos y supongo que algunos del resto el 24 de julio empezarían a notar que lo manifestado en el programa votado acerca de la amnistía a los independentistas catalanes mutó por arte de magia desde un no rotundo a un sí por conveniencia. La culpa, siete votos que Sánchez precisaba para seguir en la Moncloa y acrecentar esa vitola de infalibilidad papal que obnubila a sus fieles hasta el punto de que, contra la propia historia del partido que siempre tuvo corrientes críticas, nadie osa decirle un para ya o piensa si lo que dices o haces a la larga nos puede llevar al fracaso. Nadie levanta la mirada, ninguno discute una sola decisión que primero se toma y luego se consulta. Así, poco a poco, el engolado presidente va acercando su quehacer a una suerte de pequeño dictador al que no importa decidir que perdonar delitos y deudas al erario público es positivo para catalanes y resto de españoles. De igual modo, imbuido de su corona de monarca absoluto levanta muros de división, dicta a la fiscalía resoluciones contra los malos de la derecha, azuza a sus acólitos a perseguir a diario a la deslenguada presidenta de la Comunidad de Madrid (una maleducada mal aconsejada que lo llamó h. de p. en las mismísimas Cortes) que no sé por qué razón goza del favor de una gran mayoría de madrileños y que también tiene en su debe asuntos turbios acerca de su hermano y en período más reciente de quien con ella comparte cama y amor. Ambos, como tantos, beneficiados de la pandemia por el negocio de las mascarillas que andando el tiempo nos ha traído al ya entronizado Koldo, al ex ministro Ábalos, al tal Víctor Aldama y a partir de ahí a la vuelta del caso Delcy y sus maletas, a los privilegios concedidos a Air Europa y un tal Barrabés que desembocan en la señora Begoña Gómez a la sazón segunda dama de España y esposa del presidente que avispada ella lo mismo escribe cartas de recomendación para que se otorguen beneficios a las empresas citadas que dirige cátedras sin ser catedrática y que se levanta cada año unos miles de euros a la sombra de quien con ella comparte techo y lecho. Y todo este revolutum de país bananero tiene su triste epílogo en crear dos comisiones de investigación que servirán para investigar poco y para insultarse mucho los buenos contra los malos. (Aviso: que cada lector decida quiénes son unos y otros). El amanuense en este caso cree firmemente que ninguno es bueno del todo. Unos por sus impresentables desaciertos y otros por su sambenito colgado a la espalda del temor «a la razón moral» que unida a su pasividad y conformismo son para muchos unos poco eficaces gestores. El deslenguado Losantos los llama maricomplejines.
Y llegados a este punto y para terminar de poner combustión al animado patio de vecindad, un juez aprecia indicios de posible tráfico de influencias y corrupción a raíz de una denuncia de un sindicato o similar autollamado Manos Límpias, que en su día destapó el caso Urdangarín o los turbios manejos de Bárcenas o Rato.
Y en ese punto el presidente enamorado escribe a los españoles…qué suerte la nuestra…y nos dice que va a pensar durante el finde si se abre o si sigue porque se pregunta si merece la pena. Media España busca afanosamente una margarita para ir quitando hoja a hoja y llegar a ese final incierto…se irá o no se irá que nos tiene a todos menos a él en un sinvivir.
Su carta da para un análisis punto por punto y su lectura sugiere consideraciones varias.
Acusa a los medios de comunicacion no afines de una campaña en su contra pero obviamente no dice nada de los que le son más favorables y que han salido en su defensa. Para él existe una constelación de cabeceras ultraconservadoras. Y acusa a Feijoo y Abascal de conseguir judicializar el tema de su mujer. Recuerda su labor de regeneración de la vida política y uno se queda a cuadros a menos que regenerar sea sinónimo de mentir, hacer y decir lo contrario de lo que antes hizo y dijo y que regenerar no sea lo que el bueno de Joaquín Costa predicaba en sus libros y en su quehacer político. Recuerda sus victorias electorales pero no dice que sus resultados al frente del PSOE han sido los peores de cualquier candidato socialista. Y la noche del 23 de julio perdió ante el PP pero tiró de calculadora y se fue de compras a Waterloo y adquirió siete boletos para la rifa del sillón de la Moncloa que obtuvo junto a la gente de paz de los herederos de ETA y la suma de independentistas catalanes, beatos del PNV y guiños de la que nos trajo Pablo Iglesias de su Galicia en la que no la vota nadie por ser «conocidas» sus aficiones a clavarla por la espalda a quienes primero la encumbran y que ha dejado en un solo escaño su presencia en el parlamento vasco. Y claro, el presidente se pregunta a sí mismo si vale la pena todo este maremágnum a un señor que dice no tener «apego al sillón» cuando las evidencias demuestran que más que apego lo que le gusta es estar pegado de por vida a esa silla gestatoria desde la que imparte urbi et orbe toda su magnánima y generosas sabiduría en pro de la ciudadanía para rematar desde su escaño que cree en la justicia sobre todo en la que puedan impartir los Conde Pumpido, la señora Delgado y su Fiscal General, el filtrador de noticias a la galaxia de medios afines.
La carta al decir de muchos no deja de ser una pataleta y una excusa para abrir el segundo capítulo electoral y ayudar a Illa Illa Illa, Juanito maravilla, a triunfar en Cataluña y no tener que depender mucho de los que dicen que el final será el referéndum de independencia porque de inmediato vienen las elecciones europeas y ahí, exactamente ahí, puede estar el principio del fin de su carrera política porque ese día votarán sus siete millones menos los desencantados del 23 J y los otros muchos millones de ciudadanos que estamos hasta allí donde las cerezas se aparean de estos políticos de medio pelo, ávaros de poder, que son poco más que oficinas de colocación para los suyos y una casta que asalta el poder para beneficio propio. Porque frente a tanto triunfalismo seguimos teniendo el paro más alto de Europa y el juvenil disparado a límites de angustia. Así que, señor Sánchez, usted no se irá pero o le da la vuelta a esta situación o este país se muere por la pendiente del fango en el que usted y buena parte del resto nos han metido.
Foto: Pedro Sánchez, y su mujer, Begoña Gómez.