Por IGNACIO VILLAR MOLINA / La progresiva escalada de los niveles inflacionarios y su amenazante persistencia temporal están exigiendo a los bancos centrales acelerar sus calendarios de incremento de los tipos de interés dentro del marco de sus competencias de política monetaria. En los últimos meses hemos comprobado cómo la Reserva Federal de EEUU ha dado muestra de su especial inquietud, generada por este escenario inflacionista, activando la palanca de subida de sus tipos en 50 puntos básicos (0.50%), una agresividad pertinente que se verá acompañada de otras correcciones alcistas en el futuro más próximo en respuesta al grado de distorsión que ese fenómeno puede dañar a su economía.
De igual manera el Banco Central Europeo, más limitado por otras circunstancias específicas de diversa índole, añadidas a la escalada inflacionista, ha asegurado, por medio de su presidenta Christine Lagarde, “que los riesgos para la eurozona se han incrementado significativamente, lo que se traduce en un efecto negativo más amplio sobre las expectativas económicas”, por lo que, en consecuencia, ha anunciado que moverá ficha en julio próximo, si bien deberá acompasar otras subidas a la evolución de las economías de la zona euro y, más concretamente, a la de la inflación y el fin de la guerra, teniendo especial cuidado de no interferir la recuperación de la actividad.
En cualquier caso, ha bastado que el decorado del escenario económico en Europa esté identificado con próximas subidas de tipos para que el Euribor haya iniciado una andadura alcista que se ha concretado en 70 puntos básicos cosechada en las últimas semanas, rally que amenaza con consolidarse paulatinamente. En este contexto de incremento de los tipos de interés los bancos comerciales se benefician directamente por la repercusión que esta coyuntura alcista supone para sus beneficios. Así, concretamente para los bancos españoles, (entre el 75% y el 80% de sus préstamos hipotecarios, con un riesgo vivo actual que alcanza 515.847 millones de euros, están referenciados a interés variable) ya está teniendo reflejo en sus cuentas de resultados, como corroboran los últimos datos publicados por los cinco bancos más importantes de nuestro país, que muestran una ganancia neta de 4.432 millones de euros, un 22.46% más que en 2021.
Es verdad que los últimos ejercicios no han sido fáciles para el negocio bancario. Así la finalización de la digestión del atracón inmobiliario (2008-2016), como he resaltado en comentarios anteriores, coincidió con la reducción de los tipos de interés que, precisamente en 2016, quedaron establecidos en el cero por ciento, e incluso negativos en algunos casos concretos como el Euribor, lo que contribuyó a estrechar el margen por intereses (diferencia entre el coste de los recursos ajenos abonados a clientes y la rentabilidad de los créditos y préstamos, principalmente). La persistencia de este deterioro de la rentabilidad cobró mayor relevancia como consecuencia de la pandemia y el temor a que sus consecuencias generaran una oleada de impagos de los créditos y préstamos de clientes, lo que les obligó a dotar provisiones extraordinarias, sólo los bancos cotizados realizaron dotaciones por 40.385 millones de euros, que provocaron pérdidas finales casi generalizadas y suspensión del dividendo para sus accionistas en el ejercicio de 2020.
Sin embargo la moderación de los efectos de la crisis pandémica y el control de los efectos estimados sobre la morosidad del activo, la apelación inflexible al cobro de comisiones, las exigencias a sus clientes de suscribir algún producto adicional, y el mejor comportamiento de la actividad económica, determinaron que el ejercicio 2021 fuera sorprendentemente más favorables de lo esperado, al terminar con un beneficio global de 20.100 millones de euros.
Este buen resultado cosechado en 2021 ha tenido su continuidad, como hemos señalado, en los datos del primer trimestre de este año. La reacción alcista del Euribor, cada 0.25% que acumule el Euribor representa 1.583 millones de euros de beneficio adicional para los bancos, promete un ejercicio pleno de favorables previsiones para el resto del ejercicio, con especial y positivo reflejo en otros diversos elementos del panel de su actividad, ya que se verá respaldado por la favorable evolución de las comisiones netas, el estimado descenso de las provisiones, y la confirmación de la reducción del ratio de eficiencia como mejor aliado del control de los costes.
Sin embargo, es necesario contar con la subsistencia de los riesgos latentes inherentes a su actividad que pueden suponer una amenaza para torcer sus buenas expectativas, ya que la economía española podría no crecer al ritmo esperado, lo que puede determinar que sectores más expuestos no puedan hacer frente a sus compromisos de pago. En este grupo militan, especialmente, los riesgos concedidos a los beneficiarios de los préstamos con el aval del Instituto de Crédito Oficial (ICO) debido esencialmente a las carencias de pago del principal de crédito, cuya finalización, en su mayor parte, se concentra entre abril y junio de este año. Por otro lado, la continuidad del conflicto bélico y la escalada inflacionaria actual y sus efectos sobre el consumo y el empleo son elementos que requieren de una vigilancia estrecha por las tremendas consecuencias que pueden generar.
En definitiva, a pesar de las positivas perspectivas dibujadas en estas consideraciones, la banca española tiene que seguir optimizando sus procesos de gestión del riesgo, tratando de racionalizar sus estrategias comerciales y cuidando de que la transformación digital, fundamental para su supervivencia en el sector, se adecue a los cambios de perfil de sus clientes, especialmente la atención personalizada al segmento de más edad.
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