La evolución continua que han sufrido las empresas ha sido paralela a la que han tenido los negocios a lo largo de la historia. La revolución industrial provocó la maximización de la producción y el abaratamiento de costes y la orientación absoluta de la gestión empresarial hacia la obtención del máximo beneficio ante un mercado cada vez más demandante.
Esta tendencia fue corroborada por Milton Friedman, uno de los fundadores de la Escuela de Economía de Chicago y laureado con el Premio Nobel de Economía de 1976, cuando formuló, hace 50 años, The Social Responsability of Business is Increase its Profits. “La idea que transmitía, como comenta Antón Costas, era simple y poderosa: la única responsabilidad social de las empresas es maximizar sus beneficios. Este dictado se convirtió en el mantra de que el único criterio para juzgar la buena gestión empresarial era maximizar el valor para los accionistas».
Sin embargo, sigue comentando Costas, en Agosto de 2019, en un manifiesto firmado por 181 grandes corporaciones, agrupados en la asociación Business Rountable, reconocen que, hasta ahora, han estado gestionando sus empresas erróneamente al orientarse primordialmente al interés de los accionistas (shareholders), comprometiéndose, a partir de ahora, a equilibrar los intereses de todos los implicados (stakeholders) en la buena marcha de la empresa: trabajadores, proveedores, clientes, comunidades y, naturalmente, accionistas.
La globalización de la economía a finales del milenio pasado y la irrupción de las tecnologías, en los años 90, marcó una nueva era en la que asistimos a la práctica reconversión de los procesos internos para pasar de la actividad económica al mundo digital, pero esto solo es el principio de las posibilidades que la tecnología ofrece a las empresas, porque el siguiente reto que ofrece la tecnificación es que los negocios transiten desde la digitalización para convertirse plenamente en empresas inteligentes, donde los “stakeholders” integren, junto al beneficio, el objetivo final de la empresa.
A tal efecto, SAP, la multinacional alemana dedicada al diseño de productos informáticos de gestión empresarial, entiende que una “empresa inteligente” comprende el objetivo de estar orientada a maximizar el beneficio, e, igualmente, a recopilar no solo datos operacionales de la compañía, sino también a facilitarle información de sus clientes, empleados, proveedores, marketing, productos y marcas en cada punto de contacto para crear experiencias perfectas y, al mismo tiempo, aquellas que utilicen potentes tecnologías para detectar oportunidades, riesgos y tendencias.
Como escribe Alberto Iglesias en su artículo dominical, “la pandemia COVID-19, ha obligado a las empresas a constatar la necesidad de dotarse de estas capacidades tecnológicas para optimizar el beneficio y hacer frente a sucesos imprevistos y cambios exponenciales en la demanda y en las cadenas de suministro….”, y, por otro lado, coadyuvar a facilitar el funcionamiento diario de una organización que requiere ser ágil, flexible, abierta y colaborativa en su máxima expresión. Esta batalla, originada por esta pandemia, la ganarán los países con mejores centros de conocimientos, y será pagada por los demás.
Imagen: Observatorio de Recursos Humanos.