La encuesta sobre la evolución del crédito en el conjunto de las entidades financieras españolas, publicada recientemente por el Banco de España, pone de manifiesto un descenso muy notable de la demanda de financiación tanto de familias como de empresas, a pesar de los continuos estímulos monetarios del BCE y del insólito nivel de los tipos de interés, resaltando que las nuevas peticiones se han reducido en el acumulado del año por primera vez desde 2012 en todos los segmentos, provocando que el acumulado total hasta septiembre haya disminuido ya que el raudal de nuevas concesiones resulta insuficiente para compensar las amortizaciones pactadas de los préstamos y créditos en vigor.
Diferentes causas inciden en la atonía de las solicitudes de nuevos respaldos financieros, bien para el consumo o para otros proyectos a largo plazo. Entre otras, la menor confianza de los consumidores, que prefieren demorar sus planes y optan por el ahorro en lugar del gasto, la aversión al riesgo que puede estar generada por la incertidumbre política y/o económica, el endurecimiento de los criterios de concesión por parte de las entidades financieras, especialmente en lo que respecta a los créditos al consumo, donde se aprecia un mayor nivel de impagos, y el temor al alza de la morosidad que conlleva realizar provisiones adicionales que merman sus ya esquilmadas cuentas de resultados.
En este contexto los bancos se ven forzados por la necesidad de incrementar sus carteras crediticias, para detener el deterioro de sus ratios de rentabilidad, ya que el entorno de intereses negativos, propiciado por el BCE para reactivar la actividad económica, está dañando todos los indicadores que confluyen en el beneficio final. Así el retorno sobre el capital propio (ROE) ha caído un promedio del 2% en los cuatro bancos más importantes de nuestro país. De otro lado, su rentabilidad se ha situado en el 7.76%, cifra que resulta insuficiente para cubrir el coste de capital cifrado entre el 8 y el 10%, e, igualmente, el ratio de eficiencia (que mide el tanto por ciento de gasto necesario para obtener 100 unidades de beneficio) se ha elevado un 1.87%, lo que supone un mayor coste de explotación. Estos deslizamientos negativos concretos de algunos de sus ratios de beneficio más importantes, suponen que el resultado final se vea claramente afectado, provocando una reducción interanual del 10.38%.
Por otra parte, este escenario no solo exige a los bancos colocar sus excedentes de liquidez mediante la concesión de nuevos créditos y préstamos, para evitar situarlos en el BCE en cuyo caso deberían soportar una penalización del 0.60%, sino a abaratar las condiciones de sus concesiones, especialmente en los relativos a los préstamos hipotecarios, donde, en estos momentos, se está librando una batalla por conseguir a este tipo de clientes ya que, aparte de suscribir la financiación hipotecaria, segmento donde la concurrencia de la garantía real que supone la vivienda atenúa el riesgo de la operación, pueden vincularlo por un largo período con la posibilidad de colocarle varios productos y obtener una rentabilidad adicional.
Todo parece indicar que, ante el deterioro de la rentabilidad del negocio bancario en los últimos años, las entidades deberán seguir manteniendo el recurso a la profusión de cierres de oficinas, reducción de plantillas y fusiones para tratar de compensar el estrechamiento de sus márgenes, al menos mientras persista el escenario de los tipos de interés negativos.