Por IGNACIO VILLAR MOLINA / No resulta fácil enunciar con total y exacta precisión una definición de clase media, porque es uno de los conceptos más complejos y difusos ya que según lo sometamos a medidas concretas los resultados nos pueden ofrecer respuestas diferentes. Así si la contraemos a la vertiente económica estaría fundamentada, predominantemente, en el nivel de renta familiar, mientras que si la acompañamos de otras variables, como estabilidad laboral, nivel de estudios, o al estatuto o el prestigio de cada persona, o, incluso a la autopercepción individual, obtendríamos, en muchos casos, importantes y diferentes calificaciones.
La figura conceptual, fraguada en los años 60/70, en principio correspondía a una familia en la cual el componente más destacado era el padre como responsable de obtener los ingresos estables y suficientes para mantener por sí solo a su familia, poseía un piso bien equipado, de 2/3 dormitorios, un coche utilitario y, en algunos casos, era dueño de un apartamento en la sierra o en la playa.
Es verdad que la evolución de las clases sociales en nuestro país ha sufrido unas alteraciones importantes, más pronunciadas desde el comienzo de su transformación en los años sesenta, pero más estabilizada en los últimos 20 años, aunque a lo largo de este período, según la OCDE, se aprecia una baja considerable de más de diez puntos en el epicentro de las clases medias, un repunte más destacado en la clases medias-altas y altas, y, como he señalado, un retroceso cada vez más pronunciado de las clases medias y medias-bajas .
Diversas causas, entre otras, han propiciado estas alteraciones en las que se incluyen las siguientes realidades: incorporación de la mujer al trabajo, independencia económica de las mujeres, bajos índices de natalidad, transformación del modelo de familia, composición de la unidad familiar y tipos de familia, o entendimiento de los roles, no como una asignación sino como un reparto de los mismos.
En cualquier caso, a pesar de las dificultades que entraña establecer una secuencia idónea para enmarcar las clases sociales, los datos relativos a la declaración del IRPF del año 2020 proporcionan una clasificación que podemos tomar como referencia. Así entre los que declararon ingresos inferiores a 12.000 euros se encuadraron el 41% de las declaraciones, que podríamos identificar con la clase pobre o media-baja, mientras que las comprendidas entre 12.000 euros y 60.000 alcanzaron el 55%, que corresponderían a la clase media-media y media-alta, y el 4.1 a la clase alta por ingresos superiores a 60.000 euros. Esta calificación se corresponde con la publicada por la OCDE que agrupa el 43% en las clases pobre y media-baja, 55% en la media y media-alta, y el 12% en la clase alta.
Sin embargo si nos atenemos a los resultado de una encuesta del CIS de octubre de 2022, atendiendo a la autopercepción de los encuestados, la mitad de los mismos, el 55.4%, se encuadraban en la clase media y media-alta, mientras que el 7.4% lo hacía en la alta, y más de un 31% se englobaban en la clase baja.
La alta autopercepción de los españoles de pertenecer a la clase media, puede identificarse con la sensación de incluirse en la sociedad de consumo, es decir, grandes masas de población pueden acceder a aquello a lo que antes solo se lo permitirían los más acomodados. Por otra parte, estas capas sociales suelen asociarse con el sosiego, no obstante esta imagen de tranquilidad puede tener una cara oculta determinada por la escasa holgura de los ingresos totales que provocan una ansiedad continua: el miedo a la falta de estabilidad en el trabajo, los efectos de circunstancias incontroladas, (pandemias, conflictos bélicos, encarecimiento abrupto de los bienes de consumo, etc), o, lo que es más recurrente: el miedo a que todas estas, u otras causas, atenten y reduzcan su capacidad de hacer frente a sus deudas, lo que significaría un elemento absolutamente distorsionador del sosiego conseguido.
Es por esto por lo que el futuro de las clases medias está comprometido, según matiza Daniel Gascón, que citando a Enmanuel Rodríguez, enumera varias razones para señalar esa inquietud. Así expone que el trabajo se ha desvalorizado, en parte por la automatización de la producción, la generalización de las máquinas, y la inteligencia artificial. Igualmente contribuye la disminución del papel del Estado, gran valedor de la clase media, como proveedor de bienestar, y por último, le afecta la creciente financiarización que va impregnando nuestra vida cotidiana. Muchos aspectos fundamentales en el normal desarrollo de nuestra existencia se han convertido en activos financieros: las pensiones, la vivienda, los ahorros, los préstamos al estudio, etc., lo que hace esa existencia mucho más precaria y expuesta a los vaivenes de la especulación de terceros. Así mismo, concluye que la crisis de la clase media se retroalimenta con otras de índole económica, institucional, la disminución de la confianza y con otras circunstancias aleatorias que no podemos controlar.
En este contexto no podemos olvidar otras diversas circunstancias que están minando el numeroso elenco que compone la clase media. Las diferentes coyunturas económicas que sufrimos, a pesar de que sean superadas tras un periodo más o menos dilatado, generan unos efectos perniciosos que perjudican y perduran más en las clases más débiles. Así la crisis financiera, entre 2008 y 2014, provocó un deslizamiento muy significativo de la clase media hacia un escalón inferior y, aunque la actividad económica se recuperó, el ascensor social de este segmento no ha recobrado la fuerza suficiente para asentarse en su anterior posición. De otro lado, a todo esto debemos añadir que la última crisis pandémica que hemos sufrido sembró un panorama laboral de ERES y ERTES con el resultado del incremento mayúsculo de la inestabilidad laboral, y que estos negativos efectos se han visto reforzados por una abrupta escalada de la inflación. Estos precedentes aspectos reinciden en las valoraciones que la Unión Europea ha realizado en la que sitúa a nuestro país en el que más ha aumentado la desigualdad en los últimos años.
Por último, es necesario añadir otros factores que inciden en la regresión de la evolución y evaluación que están experimentando las clases sociales en España. En este caso me refiero a aspectos como el sistema educativo, cada vez más segregado, especialmente en las primeras etapas, por el origen social de los educandos. Por otra parte, según datos de Eurostat, la media de edad de emancipación se fija en los 29.8 años, tres años más tarde que la media europea, debido al alto índice de desempleo juvenil. Así mismo, este informe también incluye que el porcentaje de españoles propietarios de una vivienda ha pasado del 79.8% al 75.1%, cuatro puntos menos en los últimos 10 años, igualmente influido por la dificultad que tienen los más jóvenes para acceder a la vivienda propia.