Desear la felicidad con motivo de un evento, unas fiestas, una fecha señalada como el inicio de este Año Nuevo, es una de las fórmulas sociales más frecuentes, sentida y de corazón en unas ocasiones y superficial e inconsistente en demasiadas veces. Pero ¿dónde buscar la felicidad? Es la gran cuestión de los grandes pensadores de todos los tiempos.
Sócrates, y posteriormente Platón y Aristóteles y tantos otros filósofos, afirman que la felicidad es el gran bien del ser humano, detrás del cual vamos todos. Salvo anomalías, no hay nadie que no busque la felicidad, de mil y una maneras, bajo multitud de nombres. Pero todos ponemos en la consecución de la felicidad nuestro principal objetivo en la vida; muchas veces la dicha es ver felices a nuestros seres queridos, pero no deja de ser una búsqueda activa que realizamos.
No tengo intención de desarrollar el tema desde el punto de vista filosófico, trayendo las diferentes perspectivas y nombres distintos con los que se han señalado caminos parecidos. Mi objetivo con estas palabras es compartir alguna reflexión.
La filosofía socrática habla de tres tipos de bienes que inciden en la adquisición de la felicidad: los que son constitutivos del ser humano, los bienes materiales y los bienes instrumentales.
Los bienes constitutivos se refieren al conjunto de valores y capacidades que forman parte de nuestra identidad. Se encuentran en nuestro mundo interior; son las virtudes en el sentido clásico, las cualidades que permiten que el alma se exprese. Hablamos de la capacidad reflexiva, la sensibilidad ante la belleza, la imaginación creadora, el altruismo, la compasión, el sentido de la justicia y de la libertad, por poner algunos ejemplos del conjunto variado de logros evolutivos que constituyen nuestra identidad humana.
Los bienes materiales son los elementos tangibles que necesitamos para vivir. La vivienda, comida, vestido, salud, etc. Sin ellos la existencia se vería comprometida, o sería precaria.
Y por último, los bienes instrumentales son los aparatos, las máquinas, los mecanismos, que no son imprescindibles para nuestra vida, pero que nos la facilitan mucho (al menos, aparentemente).
Nuestro modelo de vida occidental ha ido primando la adquisición de los bienes materiales e instrumentales a través de una potente sociedad de consumo, que ha desembocado en un consumismo desmedido. Hasta el punto que la búsqueda de la felicidad se basa en la adquisición creciente de bienes de consumo materiales, sin tener en cuenta, en igual medida, el desarrollo de los valores y habilidades interiores, el potencial humano, que son los bienes constitutivos.
Esto produce un desequilibrio en nuestra vida personal, en la sociedad y en el medio ambiente. Si sólo vamos detrás de la adquisición de bienes materiales, nuestra satisfacción es tan efímera como los propios bienes, y sacrificamos algo muy valioso y escaso, como es nuestro tiempo, para ganar la mayor cantidad de dinero que permita comprarlos. Si la felicidad la buscamos exclusivamente en la posesión de bienes materiales, entramos en un ciclo de insatisfacción permanente, porque siempre se quiere más, en un frenético e insaciable consumismo, y siempre estará presente el temor a la pérdida de lo conseguido, que malogra la dicha alcanzada con cada adquisición.
A nivel social, se incrementan y consolidan las desigualdades, que traen injusticia e inestabilidad. Se ponen de manifiesto las desigualdades. La comparación es inevitable, y la cohesión social se resiente ante la envidia, la frustración, el rencor.
Y desde el punto de vista ambiental, el modelo consumista de búsqueda de la felicidad produce un impacto insostenible, porque hacen falta más recursos y se generan más desechos.
¿Dónde buscar la felicidad? Evidentemente no se trata de renunciar a los bienes materiales e instrumentales. Pero necesitamos una mayor presencia de los bienes constitutivos, los bienes esenciales del ser humano, para introducir equilibrio. Desarrollando nuestro potencial interior, dependemos menos del exterior, y posiblemente nuestro grado de satisfacción personal sea mayor. Preguntad a un niño si prefiere jugar con un juguete caro o con sus amigos; a un adolescente, si prefiere un móvil de última generación o la posibilidad de que sus reflexiones sean tenidas en cuenta; a cualquier persona, si prefiere tener la oportunidad de plasmar sus sueños o la de ganar mucho dinero sacrificándolos. La respuesta a estas preguntas indica la importancia que tienen nuestros bienes constitutivos para alcanzar una felicidad más satisfactoria y duradera.
Todos los seres humanos, por el mero hecho de serlo, tenemos el mismo potencial, la misma capacidad de poder desarrollar estos bienes constitutivos, cada cual con su singularidad. Todos nos igualamos por arriba, cuando desarrollamos lo mejor de nosotros mismos. En esto radica la idea de fraternidad, a la que tanto aprecio tengo.