Por JAVIER LÓPEZ / Juan Rubio no me conocía de nada cuando a instancia de un sacerdote trinitario le pedí ayuda. Me presenté ante él con el borrador de un poemario como pretexto y una desesperación muda en los ojos como argumento: hay miradas que matan y hay miradas que mueren. La mía era de las segundas. El joven cura atisbó el drama y me invitó a su vivienda de Mogón.
Durante los días que estuve en su casa capté su amor por Dios y me impresionó la serenidad de su charla. ¿De dónde le venía la calma?: creo que como buen católico sabía que por donde estamos de paso es por la muerte, no por la vida. Además, tenía sobre un atril una preciosa Biblia en la que, según me dijo, encontraba cuando lo necesitaba las fuentes tranquilas.
Juan cortocircuitó mi angustia hace tres décadas y quisiera pagarle el favor ahora que califican de impresentable su actitud durante una misa, por la que ha pedido perdón y ha presentado su renuncia como párroco. En un reportaje de Antena 3 le han llamado poco menos que borracho y me he preguntado qué sabe de misericordia un laicismo experto en resacas.