Resulta, en nuestros días, un lugar común el preguntarse, ¿por qué se están abandonando los estudios clásicos y en particular el fomento de la filosofía como materia de base en la formación de la ciudadanía? Es de suponer, que las razones que se arguyen son lo suficientemente variadas como para terminar enredándonos en una dialéctica estéril. No obstante, como universitario siento la necesidad de argumentar sobre los valores de la filosofía y sobre la necesidad de aprender a filosofar, en particular por la deriva insensata que está tomando la política en nuestro país.
En sus Diálogos, Platón, por boca de Sócrates, nos induce de una manera sistemática a plantearnos la necesidad de recuperar el arte de la filosofía. Como nos recuerda en el párrafo final del Gorgias, sobre la bondad de la vida filosófica y la figura del filósofo, que acrecienta el valor de la bondad y la justicia, “de tantas opiniones como hemos discutido, todas las demás han sido combatidas, y la única que subsiste inquebrantable es esta: que se debe sufrir una injusticia que hacerla; y que en todo caso es preciso procurar, no parecer hombre de bien, sin serlo en realidad, tanto en público como en privado”; es decir, aprender a mejorar nuestras actitudes vitales.
En momentos como los actuales, donde la sinrazón y la desvergüenza política se ensañan con la ciudadanía, estas palabras del filósofo griego deberían hacernos reflexionar, para que, de la mano del noble ejercicio de filosofar, podamos ir cambiando las tornas, con el fin de que la clase política, sin distinción de banderías, aprenda a comportarse “tanto en público como en privado” con la dignidad que se les reclama como servidores públicos.
Muchos de nuestros políticos deberían frecuentar más a menudo la lectura de los clásicos, pues, de este modo, aprenderían a utilizar la razón sobre las pasiones y a defender los intereses colectivos sobre sus intereses personales. Sin embargo, por las hemerotecas de los periódicos y los blogs de Internet, vemos proliferar la procaz insistencia al enfrentamiento y la descalificación “del otro”, olvidando, como diría Emmanuel Levinas que “yo no soy el otro, pero no puedo ser sin el otro”.
Por todo ello, desde la plataforma de este Blog reclamo la necesidad de aprender a filosofar y a buscar el equilibrio en la dialéctica y la retórica, pues siendo, éstas, artes de la palabra deberían compendiar belleza e inspiración en un juego de argumentaciones que sirvan para profundizar en el conocimiento y no en la ignorancia. Teniendo en cuenta que el diálogo filosófico puede servir de acicate para buscar la grandeza del consenso; no vaya a ser, como nos recuerda Cicerón que “lo vergonzoso no es la falta de conocimiento, sino la obstinación estúpida y pertinaz en la ignorancia”. Esperemos que nuestros políticos aprendan la lección y busquen el camino de la sensatez y del consenso.