José Ángel Marín
Dentro y fuera de la sociedad jienense existe conciencia de quién fue Cesáreo. No obstante, si hiciéramos una breve reseña biográfica suya ahora que va concluyendo el año del centenario de su nacimiento, podríamos decir que Cesáreo Rodríguez-Aguilera Conde (Quesada, 18 mayo 1916 – Barcelona, 11 noviembre 2006), fue testigo excepcional del devenir cultural del siglo XX, pero también le toco vivir la España más gris tejida tras el levantamiento de 1936.
Fue la suya una vida intensa como jurista, escritor, poeta, político y crítico de arte. Cesáreo se licenció en Derecho en 1940 y se doctoró en 1948 en la Universidad de Madrid. En sus inicios ejerció de juez de Primera Instancia en Villacarrillo y en los territorios españoles del Norte de África, donde se convirtió en un experto en derecho islámico. Posteriormente fue destinado como juez en Barcelona. En 1953 ascendió a magistrado y fue enviado a Palma de Mallorca. En 1954 Cesáreo pidió la excedencia y estuvo ejerciendo de abogado cerca de siete años. En 1961 reingresó en la carrera judicial. En los últimos años de la dictadura franquista militó activamente en la clandestina Justicia Democrática, y ello pudo costarle caro dado que aquel compromiso lo relegaba de reconocimientos profesionales en el ámbito institucional. La llegada de la democracia a España repararía aquella injusta situación profesional de Rodríguez-Aguilera, que de algún modo se vio restablecida con sus sucesivos nombramientos de Presidente de la Audiencia Territorial de Palma (1978) y Barcelona (1983), vocal del Consejo General del Poder Judicial (1985) y magistrado del Tribunal Supremo.
Durante años constaté como en mi maestro Cesáreo se fundían distintas facetas, y todas ellas guiadas por un único afán e idéntica pasión. Facetas a las que se ha referido José Corredor-Matheos al glosar su trayectoria: la de un hombre extraordinariamente inquieto, afable, buen ciudadano, abierto a todo y a todos, alguien entrañable, gran amigo de sus muchos amigos. En Barcelona, donde fue destinado como juez en los años 40, entroncó con un intenso foco de crítica e intelectualidad en los sectores de la cultura y el arte. Su lazo más estrecho lo encontró en la mano de la poetisa Mercedes de Prat, con quien contrajo matrimonio y conformó su propia familia. Su interés e inquietud por relacionarse con los intelectuales de Cataluña y el resto de España, le llevó a entablar amistad con personalidades destacadas como las de Carles Riba, J.V. Foix, e incluso con el escritor Eugenio D’Ors (Barcelona, 1881-1954), quien llegaría a convertirse en una de sus mejores aliados. La personalidad de Cesáreo en el ámbito de la cultura y el arte también alcanzó relevante significación como crítico de arte en revistas y otras publicaciones. Así son conocidas sus colaboraciones decididas en eventos artísticos de calado, en la promoción de algunos artistas que Rodríguez-Aguilera consideraba de un especial valor creativo. El testimonio de su fuerte compromiso con los artistas e intelectuales del momento lo encontramos en los diferentes reconocimientos que desde Academias y otras agrupaciones le fueron concedidos, tales como su nombramiento como miembro de la Academia del Faro de San Cristóbal, la condecoración de la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort, y de la Cruz de Sant Jordi (1993); también estuvo a cargo de la presidencia de la Asociación de Artistas Actuales de Barcelona de 1956 a 1960, de la Comisión de Cultura del Colegio de Cataluña y Baleares. Parte de su labor literaria la encontramos en las revistas con las que colaboró, como la revista de arte del grupo ‘Dau al Set’. Pero también en otras publicaciones diversas que citaremos resumidamente en las siguientes: Manual de derecho de Marruecos (1952), El lenguaje jurídico (1969), La realidad y el derecho (1974), Pintura catalana contemporánea (1952), Antología española del arte contemporáneo (1955), Picasso 85 (1968), Antonio Machado en Baeza (1967), Crónica de arte contemporáneo (1972), Oliva (1973), Aproximación a la filosofía del arte moderno (junto con G. Sabater) (1982), L’art català contemporani (1982), Zabaleta de Quesada. Del pueblo a la modernidad (1990), Viajes, diálogos e ideas con Camilo José Cela (2001). Existe un volumen titulado Antología breve (1986, 1998), con prólogo de Ángel Crespo que hace una importante recopilación de los escritos poéticos de Cesáreo.
Todos estos empeños y tareas polifacéticas que apresuradamente sintetizo como discípulo y amigo suyo, los recorrió Cesáreo con un verdadero entusiasmo e implicación. La justicia, la política, el compromiso social, cultural y científico, no significaban para Cesáreo una mera encomienda profesional, sino que a través de su prisma alcanzaban un sentido profundo.