Por ILDEFONSO RUIZ PADILLA, DIPUTADO DE CIUDADANOS EN LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE JAÉN /¿Se imaginan los noticieros de hoy si hubiésemos tenido 10 muertes por accidente de tráfico? ¿Cuántas manifestaciones tendríamos mañana si hoy hubiesen fallecido 10 personas por accidente laboral? ¿Cómo estarían mañana las calles si se registrasen 10 muertes por violencia de género? ¿Se lo pueden imaginar? Pues hoy, en nuestro país 11 personas se van a quitar la vida. Y una de ellas con toda probabilidad sea en Jaén.
Sin embargo para las 4.000 personas que se quitan la vida al año en España y las casi 400 que mueren por suicidio o problemas relacionados con la salud mental en Jaén, no habrá telediarios, ni manifestaciones, ni concentraciones, ni declaraciones de apoyo de políticos. Y lo que es peor, ni una sola medida de calado, un solo plan serio o nada más allá de la foto de rigor con motivo de la celebración del 10 de septiembre como Día Internacional de la Prevención del Suicidio.
Los datos son demoledores; por cada muerte por accidente de tráfico, se suicidan 4 personas. Por cada accidente laboral, 6 personas que se quitan la vida. Y por cada mujer asesinada por sus parejas, se registran 84 muertes por esta epidemia silenciosa. Y de esos 84 suicidios, 21 son mujeres. Mujeres que se asesinan a sí mismas. ¿Cuántas de estas muertes esconden una vida de tortura o malos tratos? Y para ellas y para ellos no hay nada más que silencio cómplice de la administración.
Porque mientras el Gobierno de España dedica 258 millones a la Violencia de Género, 157 millones a la inspección laboral y 800 millones a la Seguridad Vial, a la salud emocional y la prevención del suicidio se dedican apenas 30 millones de los 100 anunciados a bombo y platillo. Juzguen ustedes mismos. Para una lacra como la Violencia de Género que registra 47 víctimas anuales, 258 millones. Para la primera causa de muerte no natural en España, apenas 30.
Tenemos un problema con el suicidio y hay que empezar a hablar claro de ello. El 50% de los jóvenes de este país reconoce haber tenido tentativas suicidas. Dos de cada 3 de ellos, reconoce no haber pedido ayuda. La mitad por falta de recursos, la otra mitad por miedo, por vergüenza, por temor a ser señalado, estigmatizado o marcado por una sociedad que considera que todo aquel que sufre hasta el punto de replantearse si merece la pena vivir, es un enfermo mental. Un loco. Un apestado.
Porque a pesar de los datos alarmantes, el suicidio sigue siendo un tabú. Un tema prohibido e incómodo en el que las instituciones, lanzan balones fuera y miran hacia otro lado. Mientras que a problemas menores dedicamos horas de debate en medios, cientos de iniciativas, planes, mociones, proyectos y presupuestos, con el suicidio pasamos de puntillas, porque la clase política no encuentra forma alguna de sacar de este tema un rédito electoral.
Por ello es necesario que como sociedad afrontemos el reto de una vez. No podemos permanecer de brazos cruzados sin ofrecer alternativas a las personas que viven angustiadas y que no encuentran más salida que la de quitarse la vida. Porque alguien que se suicida no quiere dejar de vivir. Lo que quiere es dejar de sufrir por encima de cualquier cosa.
Y el principal reto es que actualmente, nos atrevamos a hablar del tema sin tapujos. A superar ese manto de silencio que tapa esta epidemia que quita la vida a un jiennense casi a diario. Al igual que en su día como sociedad supimos sacar del manto invisible la violencia machista que sufren las mujeres, visibilizando una realidad de la que nadie quería hablar y poniendo medios al alcance de quienes padecen una lacra que hace sufrir y mata a una parte de nuestra sociedad, ha llegado el momento de visibilizar el sufrimiento y la angustia de las personas que se quieren quitar la vida. No por una cuestión de morbosidad, sino porque tenemos que lanzarles el mensaje de que hay salida.
Tenemos que empezar a comprender que el suicidio no es un problema de salud mental, como actualmente se trata desde las instituciones. Es un problema de múltiples causas que es imposible atajar sin estudiar las situaciones sociales que llevan a una persona a acabar con su propia vida; un acoso en redes sociales, un maltrato psicológico en el entorno familiar o escolar, una ruptura sentimental, una situación económica desesperada… son diversos los factores que hacen que alguien vea en el suicidio la única manera de acabar con su angustia.
Por eso el principal error que se comete desde la administración es considerar que este problema es exclusivamente de salud. Y es un craso error considerar a alguien que tiene la tentativa de acabar con su vida, como un enfermo mental, porque así lo único que se consigue es crear un estigma.
Y me indigna que cuando se ha propuesto en Jaén crear una mesa multidisciplinar entre administraciones y expertos, los grandes partidos se hayan puesto de perfil y sigan creyendo que esto es exclusivamente un problema de salud mental pública. El suicidio es un problema mucho más complejo que tenemos que abordar desde todos los ángulos posibles para poder ofrecer de verdad una alternativa de vida a quien no puede superar su angustia. Y el único camino que existe para abordar una solución, es caminar de la mano entre los profesionales y las instituciones para crear verdaderas herramientas de detección, prevención, actuación y seguimiento de las víctimas.
No podemos permitirnos como sociedad seguir lanzando mensajes de que no hay salida. Es deseable que se ponga en marcha una estrategia nacional de salud mental para abordar políticas públicas de prevención del suicidio. Pero eso no nos exime de la responsabilidad de actuar desde las instituciones en el ámbito de la provincia. Porque si la vida humana es lo más importante y la máxima prioridad, el problema más grande de Jaén no es un tren que no llega, una autovía que no se termina o una base que no nos dieron. El problema es que cada día una persona decide que no merece la pena seguir viviendo.
No nos queda más camino que seguir trabajando de la mano de los expertos en la búsqueda de soluciones que permitan acabar con tanto sufrimiento. Y hacer que desde el ámbito político, se entienda de una vez que no podemos lavarnos las manos ante este problema. Es una cuestión de dignidad y de responsabilidad política afrontar de una vez por todas, el problema del suicidio y la salud emocional.