Por IGNACIO VILLAR MOLINA / La crisis económica de 2008 quebró un periodo de apogeo de la actividad económica en nuestro país que obligó al BCE a aplicar políticas monetarias expansivas para contrarrestar el efecto negativo de aquella coyuntura crítica. Obviamente esas medidas incluían la aplicación de tipos de interés bajos que registraron descensos progresivos pasando del 4.25 en Octubre de 2008 al 0% en Marzo de 2016, incluso negativos en algún período. Bien es sabido que los tipos oficiales marcan la senda de los que son aplicados, según plazo, en el mercado interbancario en las operaciones de préstamos entre bancos, y estos, a su vez, terminan trasladándose a los tipos retributivos del ahorro y al coste de financiación de las empresas y hogares.
Así los niveles remunerativos de los ahorros de las familias pasaron desde el 4.50% en 2008 al 1% en 2009 y, aunque registraron una ligera subida en 2010, volvieron a registrar nuevos descensos siguiendo devaluándose hasta situarse en mínimos históricos del 0,01%, donde se mantienen hasta ahora. No cabe duda que, refiriéndonos al período más próximo, en 2008 la retribución del ahorro, especialmente en Imposiciones a Plazo Fijo, suponía la mejor forma de blindar el poder adquisitivo de los excedentes monetarios de los depositantes y además, de alguna forma, suponía una alfombra cómoda para los ahorradores ya que aquella retribución les proporcionaba un ingreso añadido, sin obligarles a asumir mayor riesgo, especialmente para los pensionistas, que veían un aporte complementario de cierta consideración, en función del montante del capital y del tipo a aplicar.
En este contexto, desde entonces, la misión por excelencia de los ahorradores ha sido explorar otras vías que les permita conseguir alguna rentabilidad adicional para sus capitales. La realidad es que aquella época dorada no tendría, por el momento, reemplazo y que por tanto, deberían aceptar otros tipos de instrumentos financieros alternativos, cuya rentabilidad no está asegurada sino que, además, exige una aceptación de un nivel de riesgo en relación con el tipo de inversión elegida.
En este caso, los Fondos de Inversión, en sus múltiples versiones en consonancia con el perfíl de cada inversor, han sido la alternativa más característica, junto a alguna traslación adicional a la inversión directa en renta variable y planes de pensiones, de los saldos aparcados en las imposiciones a plazo. Sin embargo, habiendo sido acogidos como último recurso, la suma de capitales trasvasado desde los plazos fijos no ha sido, en modo alguno, mayoritario y, en cualquier caso, ha sido inferior al incremento experimentado por las cuentas a la vista, donde ha recalado el mayor importe de los saldos situados a plazo, a pesar de la carencia total de rentabilidad. Refiriéndonos concretamente al último año, hasta Septiembre, el incremento del importe de las familias en activos financieros fue de 91.000 millones de euros, si bien el 60% corresponde a la revalorización de las carteras en vigor. En cualquier caso durante la crisis económica y sanitaria se han acumulado cerca de 80.000 millones de euros en las cuentas corrientes, permitiendo a este capítulo mantener su saldo por encima del billón de euros.
Este dato pone de manifiesto la cautela con que los hogares resuelven sus decisiones de inversión, ya que prefieren sacrificar una rentabilidad posible a cambio de eliminar la incertidumbre del riesgo que pueden conllevar las inversiones en activos financieros o en los mercados bursátiles, asegurando la liquidez inmediata aún a costa de perder poder adquisitivo, especialmente en coyunturas inflacionarias como las actuales.
Por otro lado, las precedentes consideraciones alumbran la senda por la que discurren las decisiones de inversión de los ahorradores. En marzo de 2021 la riqueza total de los españoles se situaba en 7.2 billones de euros, de los cuales 5.6 correspondían a activos inmobiliarios y 1.6 a activos financieros. Según el Observatorio del Ahorro Familiar, sólo el 22% del ahorro familiar está representado por los activos financieros en la riqueza total de las familias españolas, tasa media que se repite con ligeras variaciones en los últimos 27 años.
Como he señalado estos datos confirman las preferencias de inversión de los ahorradores, si bien se evidencian profundas divergencias con respecto a nuestros vecinos europeos, ya que mientras en nuestro caso destaca la predilección por la vivienda en propiedad que alcanza el 76.2%, en el caso de nuestro vecinos sólo sube al 69.8, si bien, si se trata de la inversión en activos financieros, las tornas se cambian ya que no en vano, en porcentaje del PIB, en España se sitúa en el 215% cuando la media europea se eleva hasta más del 300%.
En cualquier caso la coyuntura actual parece invitar a focalizar la atención inversora en otras alternativas que faciliten rentabilidad con el menor nivel de exposición al riesgo de pérdida. Es verdad que, esfumada la rentabilidad de los depósitos a plazo, en todo caso deberemos aceptar las particularidades de esas otras opciones. Me refiero por ejemplo en aprovechar esta coyuntura en que la volatilidad de las bolsas ofrece algunos valores atractivos que comprados a un buen precio pueden suponer rentabilidades por dividendos de más de un 6%, (en la actualidad hasta 9 valores del Ibex ofrecen esta posibilidad). La inversión en vivienda para alquilar parece contener todos los requisitos a largo plazo para facilitar rentabilidades del mismo tenor teniendo en cuenta la progresiva tendencia que muestra la opción del alquiler, especialmente por las nuevas generaciones. En el plazo corto los derivados del petróleo o materias primas pueden también dar buenas posibilidades. Y en este apartado no olvidemos la inversión agrícola, especialmente del olivar a pesar de las inclemencias que siempre parecen restarle atractivo. Ojo con las criptomonedas: “no es oro todo lo que reluce”. Y hablando del oro, el valor refugio por excelencia, ha conseguido situar su cotización en los 2.000 dólares por onza. Este oro sí reluce porque es oro.