Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Después de mucho tiempo, he vuelto a escribir a la luz de una vela. La herramienta consiste en un papel en blanco y una pluma. Imito a los escritores antiguos, pues, mi sueño es ser como ellos.
En esta noche de insomnio y de una luna que empieza a crecer, mis palabras van para ti, Natalia. Hemos dejado la nostalgia a un lado y, con calma, comenzamos a emanciparnos de la duda que tanto miedo nos dio.
El proceso es imparable y sigue su curso. El destino que las niñas han impuesto lo abrazamos con ternura. Y sabes, querida, que esto es lo que quiero. La mirada de las niñas, con su ternura de saldo, es el salvoconducto más preciado. Una certeza por la que merece la pena no dormir.
Por eso, ahora, estoy escribiendo para ti y para ellas. Enfrente, hay una ventana con su luz y su silueta. No sé quién está detrás. Pero, quizá sea mi reflejo en ese mundo paralelo que dicen que existe.
A veces, el destino es un brazo largo que te atrapa sin intención de soltarte. Y te lleva a un lugar al que siempre quisiste ir. Resulta, amor mío, que ahora vivimos en el mismo espacio que habitó un grande de las letras de nuestra ciudad. Al principio, cuando nos mudamos, lo desconocía.
Qué hermoso es que nos llevara hasta aquí.
El escritor, tan puro y noble, solo escribía con su máquina de escribir, sin ordenadores y esas herramientas obsoletas que ahora utilizamos.
Me lo contó el vecino, otro gran escritor.
Sin embargo, querida, sigamos hablando de ti y de las niñas.
Nunca imaginé ver una foto tan especial, las tres sentadas en el salón y, tú, leyendo un cuento. Y las dos absortas mirando las ilustraciones. Lo más curioso es que el móvil y la tablet permanecen inertes, y ellas no las reclaman.
En estos tiempos que corren, has conseguido el verdadero milagro. Sabes cuál es. No es necesario decírtelo.
Suenan las campanas de la iglesia cercana.
Creo ver deambular por el pasillo el espíritu del escritor. Se acerca y coge el folio. Ha visto el poema. Lo lee con calma y asiente con la cabeza. Creo que me da su aprobación.
Y, entonces, me asomo a los dormitorios y veo cómo vuestro sueño acuna la noche.