Le tomo la palabra a mi querido amigo, Antonio Garrido, y me uno a esta nueva aventura que emprende, para hacer, de vez en cuando, una reflexión en voz alta. En su amable invitación me ha sugerido que hable de Jaén, algo que intentaré, aunque me resulta ahora más difícil que antes, pues a mí, como a otros muchos, la vida me ha llevado fuera de nuestra tierra.
Y es que somos miles de jiennenses los que en los últimos años hemos decidido coger nuestras cosas y probar suerte en otro sitio; algo que no es nuevo, ni consecuencia exclusiva de la crisis, pues quienes estén leyendo esto saben que, muchos antes, otros jiennenses abandonaron nuestra provincia en busca de la oportunidad que nuestra tierra les negaba. Jiennenses que, dicho sea de paso, no han vuelto.
Cierto es el refrán de que “a Jaén se entra y se sale llorando”, pero también lo es que durante demasiado tiempo hemos escuchado que Jaén es una ciudad de jubilados y funcionarios, algo que, en lugar de preocuparnos, se ha instalado en la cultura popular hasta el punto de que se asume con resignación. Una resignación con consecuencias graves, como lo es el hecho de que nuestra capital haya perdido población por sexto año consecutivo y la provincia sólo la mantenga, o lo que es lo mismo, que no crezca.
Pero las cosas no pasan por casualidad ni tampoco es porque Jaén tenga muy mala suerte, pues el abandono al que está sometida nuestra tierra no puede tener, en buena lógica, otra consecuencia que la pérdida de habitantes. Un abandono de población que va de la mano del abandono institucional. ¿De quién es, entonces, la culpa de este estancamiento? A pesar del ridículo permanente que hacen unos y otros en la prensa culpando al contrario, lo cierto y verdad es que, si miramos los sillones de los que dirigen los destinos de nuestra tierra, podremos comprobar cómo muchos –demasiados- ya estaban incluso antes que sus propios sillones.
Las instituciones que gobiernan, sin embargo, están a punto hasta de perderlos, pues en algunos casos, como el del Ayuntamiento de Jaén, más de uno habrá pensado en venderlos para seguir adelante. La culpa, por tanto, es de todos. Jaén no se merece lo que tiene y mucho menos a quienes así la tienen, unos políticos profesionales que llevan muchos años sacando de todo este abandono su particular, personal e incluso familiar provecho.
Políticos con discursos enlatados y predecibles, que están dirigidos exclusivamente a contentar al jefe, con la esperanza de recibir la recompensa al trabajo bien hecho. Un trabajo muy bien pagado, por cierto, por unos ciudadanos que no reciben nada a cambio, salvo la estampida, con nocturnidad y alevosía, de aquellos a los que les viene grande el sillón o les resulta incómoda la institución que, por disciplina de partido, les tocó gobernar.
Lo siento, pero creo que esa resignación es lo que los alimenta, por eso solo a nosotros nos toca quitarnos de encima el aturdimiento y reclamar lo que es nuestro, que es mucho más de lo que no dan todos estos.