En términos económicos, básicamente, el valor añadido, es el valor económico adicional de bienes y servicios al ser trasformados durante el proceso productivo. A nivel empresarial analítico significa la diferencia entre los ingresos obtenidos por la venta de los productos y los costes de explotación. Si nos referimos concretamente al sector olivarero, el valor añadido vendría determinado, obviamente, por los costes de explotación de toda índole imputables al proceso y el precio final de venta de los aceites. Resulta fácil deducir, por tanto, que la gestión debe centrarse tanto en la reducción de costes como en conseguir, finalmente, el mayor precio en la transacción de salida del producto.
Conviene recordar en este momento que las directrices generales para conseguir esa meta están centradas, como se especifica reiteradamente en todos los foros y ámbitos relacionados con el aceite de oliva, en seguir apostando por la comercialización, la calidad, la exploración de nuevos mercados para expandir y facilitar las exportaciones, el freno a las ventas a granel apostando decididamente por el envasado, la concentración de la oferta como fortaleza para estabilizar los precios, la investigación, etc … que permitan obtener el SOBREVALOR AÑADIDO que hoy nos están hurtando otros países, con menos producción pero con estrategias más acompasadas a la consecución de ese objetivo.
En España hay 32 denominaciones de origen de los aceites y en el mundo más de 1.200 variedades, sin embargo la cuota de mercado del aceite de oliva en relación con otras grasas, como dejé señalado en mi colaboración anterior, alcanza sólo el 1,8%. Todas las recetas enumeradas anteriormente son perfectamente válidas y apuntan en la dirección adecuada, que no es otra que expandir el consumo a nivel mundial. Sin embargo el sector debe centrarse también en otras estrategias adicionales que coadyuvarían a conseguir tanto este objetivo como el incremento del valor añadido a la hora de vender su producto. Me refiero, concretamente y entre otras, a la singularización de los aceites producidos.
En un mundo que gira a velocidades de vértigo la innovación se erige como factor determinante de las empresas y de los sectores productivos. En nuestro caso, ante el reto que supone el progresivo crecimiento de la producción en otros países y el aterrizaje de capital extranjero en las explotaciones nacionales, aspectos como la investigación y la innovación se erigen como sendas capaces de potenciar y complementar las tareas y retos enunciados anteriormente con el fin de que deparen nuevas singularidades para diferenciar la oferta. Una de ellas puede centrarse en conseguir la compatibilización del uso del aceite de oliva en la fabricación de productos que son de uso diario en otros países creando aceites que mariden con determinados hábitos culinarios autóctonos, tanto de nuestro país como de otros países lo que podría contribuir a derribar, en este último caso, las fuertes barreras culturales que impiden una mayor expansión del consumo del aceite de oliva.