Ante la evidencia de que esta crisis que todavía nos afecta ha favorecido un proceso galopante y más profundo de la desigualdad debilitando a las clases medias y pobres y, por el contrario, deparando una mayor concentración de la riqueza, se está gestando una corriente con el ánimo de influir en los sistemas establecidos, con especial proyección sobre el sistema capitalista, con la pretensión de recuperar que el mismo confiera unos efectos beneficiosos de los que participen todos los ciudadanos.
Los atributos necesarios para conseguir esa meta deberían concentrarse en los siguientes postulados: confianza en el sistema, igualdad de oportunidades, beneficios para todos dentro de una economía de mercado que permita, en general, que todos puedan desarrollar plenamente sus talentos y posibilidades.
Sin embargo, en los últimos tiempos el capitalismo se ha deslizado por una vía diferente caracterizándose por el “exceso” en la toma de riesgos, el apalancamiento, la opacidad, la complejidad y la desigual remuneración provocando una caída en la confianza del propio sistema que ha desembocado, como hemos dejado señalado, en la concentración de la riqueza y el debilitamiento de las clases menos favorecidas.
Las recetas para tratar de reformar la realidad actual no son nada fáciles sobre todo porque su implementación depende, sobre todo, de que el stablishment , es decir, el conjunto de personas y dirigentes que actualmente tienen la capacidad de introducir los cambios necesarios, se convenzan de que el futuro del desarrollo mundial pasa inevitablemente por introducir las reformas comentadas.
Aspectos tales como la armonización fiscal, la revisión de los sistemas fiscales imprimiendo más progresividad al régimen de tributación de la renta dentro de unos límites, hacer el mayor uso de los impuestos sobre la propiedad, facilitar el acceso a la educación y a la salud, mayor apoyo a los programas activos en los mercados laborales y a las prestaciones sociales vinculadas al empleo y, especialmente, la recuperación de la confianza de los ciudadanos en los sistemas financieros, cuyo poder se ha engrandecido en los últimos años de tal forma que parecen ostentar en la sombra la mayor capacidad de decisiones fundamentales para el devenir del mundo y, todo ello, contando con el propio paraguas de los estados cuando lo requiera su deteriorada situación.
En un mundo que camina a velocidad de vértigo hacia la introducción de nuevas tecnologías que coadyuvarán a impulsar en las sociedades más avanzadas su desarrollo, no podemos permitir que esta corriente tecnológica ensanche más las diferencias entre el bienestar de unos países y otros y el reparto de la riqueza producida. Esta es una labor que requiere la máxima atención y cuidado de todos los gobiernos y, administraciones y entes privados, y por otro lado las clases medias, tanto de los países ricos como emergentes, se sienten amenazadas y están exigiendo a sus gobiernos acciones y resultados que permitan mantener sus estándares de vida actuales.