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Gento es el Iniesta del desarrollismo, esa época que en la historia de España oficia de minuto
116 por lo que supuso para la conquista de la Transición. Sin la clase media que generó la
bonanza económica no habría habido trenca sino abarcas. Y es la trenca, prenda íntima de la
alegre muchachada burguesa devenida en revolucionaria, la que apuntilla a un franquismo que
había devenido en dictablanda cuando el Madrid de los Yeyé ganó la sexta.

De hecho, la sexta fue la contribución del Real Madrid a la nueva era, apuntalada poco después,
en el 68, tras la victoria en Eurovisión de Massiel con el canto a la mañana de Serrat. Aún
faltaban nueve años para el golpe de estado de la tromboflebitis, pero España no era ya una
unidad de destino en la universal: Cuadernos para el Diálogo estaba en los kioscos, los chistes
sobre el régimen en los mostradores y Gento en la línea de tres cuartos.

La muerte de Gento es la de la primavera cristiana que ha permanecido desde los sesenta
hasta hoy, en que la discordia, esa forma atroz de verano, ha retornado de la mano de políticos
insensatos. Cuando Gento, ninguna de las dos Españas quería helar el corazón del españolito.
Creo que mis padres, dos españolitos, lo vieron jugar durante su luna de miel. Mi madre no
tenía ni idea del achique de espacios. Tampoco le hacía falta: entonces era una mujer feliz.

Foto: RTVE.es

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