El regreso violento de los talibanes al poder afgano, inesperado por las sociedades occidentales pero previsible dentro de la lógica de los acontecimientos históricos, ha escenificado el triunfo de la barbarie frente a la civilización, con todo lo que ello supone. Realmente no se trata de un hecho singular porque la barbarie hace presencia, notoria muchas veces, en numerosos lugares aparte de Afganistán. Son demasiadas las sociedades en las que se impone la injusticia y la violación sistemática de los más básicos derechos del ser humano, síntomas inequívocos de degradación humana.
No obstante, aunque la barbarie prevalece en numerosos lugares del planeta, muchos de los cuales olvidados de todos (por ejemplo, los conflictos enquistados del Yemen, del Cuerno de África y de numerosos países donde el miedo a grupos armados o facciones radicales es el pan nuestro de cada día), hay que reconocer que el triunfo de los talibanes en Kabul ha producido una sacudida en las conciencias de Occidente y las redes sociales y opiniones públicas son un hervidero de declaraciones a favor de las víctimas y en contra de los bárbaros.
Frente a la barbarie, la respuesta más a mano de cualquiera de nosotros, que no podemos tomar decisiones ejecutivas que pudieran resolver la situación, es afianzar los valores que distinguen lo civilizado de lo que no lo es. Por si existe alguna duda, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (de los que el próximo 10 de diciembre se cumplen 73 años) es una cristalización de estos valores y marca los hitos que cualquier sociedad debe alcanzar.
Afianzar los derechos humanos es conocerlos y vivirlos a nivel individual, como primer paso imprescindible para que puedan conocerse, exigirse y vivirse a nivel colectivo. Y este grado de compromiso individual con los derechos humanos requiere igualmente un inexcusable grado de desarrollo interior, de activación de los valores que permiten vivir los derechos humanos. No podemos contribuir a la defensa del derecho a la vida, si no albergamos en nuestro interior el respeto a la vida en cualquiera de sus manifestaciones. No podemos promover el derecho a la dignidad desde un comportamiento indigno. No es posible luchar por el acceso a la educación si en el fondo la menospreciamos incluso para nosotros mismos. Y así con todos y cada uno de los derechos contenidos en la Declaración Universal.
Frente a la barbarie, la primera respuesta de cualquiera de nosotros es el firme compromiso de ser mejores personas, posición desde la cual se incremente nuestra fortaleza y se contribuya a la respuesta social para contrarrestar el efecto demoledor de la barbarie. No se combate la violencia con más violencia, ni la ignorancia con más ignorancia, ni la injusticia con más injusticia.
Las frases de indignación y pesadumbre que brotan incesantemente en las redes sociales son completamente inútiles si no van acompañadas por este rearme individual de los derechos humanos y la correspondiente vivencia de valores interiores que permiten alcanzarlos.
Foto: Los talibanes reconquistan Kabul y toman el poder absoluto en Afganistán. (Foto de LA VANGUARDIA).