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Por Antonio de la Torre Olid /

            Tiempo de verano que se alarga. Cuántas veces hemos escuchado desde su comienzo, repetidos eslóganes comerciales e invitaciones convencionales de las editoriales o de las escuelas de escritores a la lectura y a la desconexión.

            Sin embargo, no es mala propuesta desconectar, en particular para respirar un poco y apartarse de redes sociales que son un auténtico vomitorio. Ejemplo de ello, una plataforma que nos coloca una entrada de manera reiterada y sin buscarlo, la entrevista que le realizó el propietario de una de ellas, reputado periodista de larga trayectoria, al candidato republicano a las elecciones en Estados Unidos. No le rebatió ni le discutió nada, antes al contrario, hizo gracejo con Trump, en la veintena de falsedades que se ha computado que vertió. Si Tocqueville levantara la cabeza, vería que en ese país ya se perdona la mentira, nada menos que a quien quiere la reelección presidencial. Este artículo de todas formas será enlazado en dicha red y ya veremos si el algoritmo nos hace famosos y lo censura. En todo caso estaría en su derecho, para eso es suya.

            No está mal entonces algo de lectura íntima estos días al fresco. Hacerlo nos seguirá haciendo libres, y por cierto, eso habría que procurar también para esas personas que en Jaén duplican la tasa de analfabetismo (2,64%), respecto a la media española (1,28%). Todos debemos continuar aprendiendo a leer, y todos, bien porque leamos o porque veamos vídeos, no estaría mal que nos depurásemos un poco estas semanas. Recibí un enlace muy oportuno a este respecto, en el que el jesuita, teólogo y filósofo J. M. Olaizola, dice que, ante el alto porcentaje de ruido y violencia verbal que encontramos en los medios y en las redes, para tener cierta esperanza es bueno educar la mirada que tenemos a un mundo, en el que también hay ejemplos de amor, bien y ausencia de egoísmo.

            Pero hoy lo que nos ocupa podría ser el hallazgo de una tesis, pero no es así porque ya estaba ahí, la evidencia de que, en la literatura no cabe lo fake, la falsedad y la intoxicación. Quien así lo intentara, buscando un filón en los libros, nos encontrará vacunados. Porque salvo en la biografía o en la novela histórica -aunque no siempre la escribirán los ganadores para falsearla-, el hallazgo consiste en que la literatura de por sí es ficción y quien la busca ya sabe que estamos ante una invención. Misión imposible entonces que quieran invadir también este espacio.

            Y entonces se produce la distensión entre quien escribe y el lector. Que se lo digan a David Uclés, al que conforme vas leyendo su realismo mágico, vas creyendo su relato sobre la Guerra Civil, después empiezas a cuestionarte lo que está contando, piensas que eso no es así, hasta que el final esbozas una sonrisa ante el prodigio ficticio que te ha regalado y te dices que de nuevo se ha quedado contigo.

            Es un bello juego y un refugio para escritores y lectores, que también se aventuran a escribir. Dicen que todo el mundo tiene necesidad de expresar, lo que arrancó de manera especial durante la pandemia. Y es algo digno de estudio sus razones, a buen seguro como escape de unos individuos demasiado enrocados emocionalmente.

            Por cierto que es menos científico y más lúdico, el hecho de que, desde la pandemia, muchas personas son entrevistadas en su domicilio (evitando desplazamientos), y en ese momento en el que muchos dejamos de prestar atención a lo que dice el entrevistado, para fijarnos en los libros que hay en las estanterías a su espalda. Porque sabiendo lo que leemos, también sabemos un poco cómo somos.

            Total, que la literatura y la ficción es todo un balneario, en el que rehabilitarse tras la invasión invernal de los medios de comunicación de masas. Por ello, siempre hay que volver a Umberto Eco, a sus Apocalípticos e integrados, donde el semiólogo italiano diferenció entre quienes veía efectos más beneficiosos que nocivos en los mensajes de dichos medios, y a la inversa.

            Lo cual, aprovechando el verano, va a propiciar que regalemos al lector un arma de defensa para el otoño: de vuelta a las redes y a los noticieros, ojo con los apocalípticos. Si en la dialéctica política y social se crea una especie de ficción apocalíptica en la que todo es el peor atentado y la más grave agresión, habría que decir a los autores de argumentarios, editores de refuerzo e influencers, que qué van a dejar para el día siguiente. Y sobre todo, un poquito de por favor, para cuidar a una audiencia, que queda inerme y en riesgo de ser fanatizada. Dígase fanatizado en lo que aquí nos ocupa, aquel que para estar informado, suele nutrirse, no de una variedad de medios, sino de unívocos, que crean una percepción concreta e interesada de la realidad, que es aprehendida por una persona con la que a posteriori, ya es muy difícil charlar de forma distendida y equilibrada.

            En ese sentido, no es el apocalipsis el hecho de que se esté tramitando la traslación de una normativa europea, mediante la que se ponga la lupa en aquellos medios que divulgan bulos y cómo están financiados para tal fin. Sencillamente es una forma de proteger al lector. Ojo con el odio que se siembra. Dijo Saramago que llegará el día en el que la inteligencia será despreciada y la estupidez será adorada. Y también nos alertó para no incurrir en el miedo o en el adormecimiento. Qué bueno es nutrirse de ficciones para saber identificarlas.

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