Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Con cautela, empiezo a escribir en el folio blanco de la noche. El mes de enero ha empezado con lluvia. Parece, por fin, que las nubes tienen música. Dependemos de la magnanimidad del cielo para que los campos vuelvan a revivir, cuando llegue la primavera. Ojalá este invierno, que ahora comienza, sea generoso, y las aguas sean el alivio que necesitamos.
El concierto de año nuevo no ha sido tan intenso como esperaba, quizá, se debe al carácter del conductor, un tipo al que le cuesta trasmitir. Pero con una calidad fuera de toda duda.
Sin embargo, que no nos gobierne el pesimismo y anotemos en la agenda de nuestra memoria, los mejores deseos.
Decía Javier María: «Lo que me hace levantarme por las mañanas sigue siendo la espera de lo que está por llegar y no se anuncia, es la espera de lo inesperado, y no ceso de fantasear con lo que ha de venir».
Esta máxima es algo que todos debemos guardar en la profundidad de nuestra alma.
El maestro Marías -al que este país le debe un homenaje, pero para eso tendríamos que ser una nación seria- nos interpela a salir y encontrar las sorpresas que nos depara el día a día.
Aunque llueva; si el viento es fuerte; si en las calles, las hojas de los árboles no te dejan andar, sé valiente y cruza sin mirar atrás.
Todos los primeros de año, el mismo grupo de amigos, nos reunimos -no en un bar- sino en la plaza del pueblo, para intercambiar impresiones y felicitarnos el año nuevo. Lo atractivo de la reunión es que no hay tal estímulo, pues el día de antes, el 31 de diciembre del año que ya no está, está vez sí, quedamos en un bar. Y, como no tenemos remedio, enlazamos el desayuno con las cañas, y entremedias una copa de anís, porque estas fechas así lo exigen.
Los nombres de Ambrosio, Fortunato, Dionisio y Salmerón son ficticios, pues la reputación y el decoro de los que nombro que no son, pero que están, me impiden citar sus verdaderas identidades, con el objeto de guardar su anonimato. Pues su principal preocupación, no son sus opiniones -por cierto, magníficas- sobre el estado de nuestra ciudad, sino el ser descubiertos por su afición -ojo, no desmedida- al anisete Castillo de Jaén.
Los cuatro magníficos y el que escribe hemos caminado, siguiendo la estela del oeste, impulsados por la llamada del fantasma del sacristán de San Miguel. El ánima está muy contenta, pues parece que van a adecentar su iglesia. Jaén tendrá otro monumento más del que presumir. Esperemos que, cuando esté rehabilitado, sus puertas estén siempre abiertas y no tengamos que pedir las llaves.
Ah, se me olvidaba, hemos parado en los Baños del Naranjo para ver la exposición de grabados. No se la pierdan. Es otro de los privilegios que tenemos.
Y como hasta San Antón Pascuas son, la liga había que echarla, y cerca, en los Canarios, el anís ha hecho de las suyas. Pero no sé preocupen, estamos todos bien.
Feliz 2023, y que eche a andar el tranvía y venga el tren de verdad.