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¿Existe la inversión perfecta?. Para  la mayoría de ahorradores, la inversión ideal debería reunir dos condiciones imprescindibles: rentabilidad adecuada y seguridad sin riesgos. Los depósitos a plazo han sido tradicionalmente el producto estrella que ha colmado esas exigencias demandadas. Sin embargo, la evolución de los tipos de interés en los últimos años les ha sustraído no sólo la rentabilidad deseada, sino que les ha obligado a aceptar la asunción de un nivel de riesgo que, incluso, podría conllevar la pérdida de parte de su inversión para conseguir la obtención de ese beneficio. 

La aversión al riesgo ha determinado que otras alternativas como los mercados bursátiles, fondos de inversión, derivados, u otros productos más sofisticados, queden al margen de las preferencias más generales. Y, para mayor abundancia, los descréditos cosechados por los episodios de las participaciones preferentes, bonos convertibles, etc., han contribuido a incrementar la desconfianza natural.

No debe resultar extraño, por tanto, que el análisis del montante total del ahorro en nuestro país y, sobre todo, su distribución según el tipo de inversión, concluya que, en realidad, en España se ahorra cada vez menos y que ese remanente se invierte mal o de una manera poco eficiente ya que, en el mejor de los casos, la rentabilidad media del montante global destinada a la inversión, apenas cubre el nivel de inflación lo que determina que, en definitiva, pierda capacidad adquisitiva. Esta conclusión cobra más entidad cuando constatamos que el ratio de rentabilidad media en otros países de nuestro entorno es bastante superior al obtenido por los inversores en nuestro país.

Es verdad que en esta conclusión confluyen dos aspectos determinantes: por una parte la estructura del destino de las inversiones y, por otra, la falta de una cultura financiera adecuada que genera una aversión al riesgo, convirtiéndose en uno de los ingredientes que, como señalábamos anteriormente, conforman el conservadurismo del inversor español.

Sin embargo, en mi criterio, para llegar a conclusiones más precisas, deberían conjugarse los datos relativos utilizados para establecer las conclusiones anteriores, con las tendencias inversoras de los ahorradores en  cada país, ya que la preferencia de los españoles ha sido inveteradamente la inversión mobiliaria, como demuestra que en nuestro país el 80% de los españoles son propietarios de una vivienda, cifra que contrasta claramente con el que alcanzan en los países más importantes de Europa.

Aunque, en cualquier caso, hay que reconocer que en nuestro país la estructura del ahorro no destinado a la inversión inmobiliaria, es decir, los activos financieros en cartera, y, concretamente los destinados a fondos de pensiones y seguros, representan el 16% del total cuando la media europea se sitúa en el 40%.

Por otro lado, en mi opinión, esas conclusiones deberían también haber incluido una comparativa de los niveles de los salarios medios y su capacidad de compra, según los precios de servicios básicos como, por ejemplo, la electricidad o los carburantes, entre otros, porque, en definitiva, estos datos tienen una importancia trascendental en la capacidad de ahorro de los hogares.

 

 

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